Domingo VI después de Pentecostés (San marcos
cap. 8, versículo 1 al 9)
cap. 8, versículo 1 al 9)
Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo
Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre;
adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el
tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en
el tiempo y en la eternidad.
El milagro de la multiplicación de panes y
peces demuestra la condición divina de Jesús, puesto que sólo Dios, Creador de
todo cuanto existe, y por lo tanto, creador también de la materia, tiene el
poder suficiente para crear, de la nada, la materialidad de los panes y de los
peces, con los cuales alimenta a más de cinco mil personas.
peces demuestra la condición divina de Jesús, puesto que sólo Dios, Creador de
todo cuanto existe, y por lo tanto, creador también de la materia, tiene el
poder suficiente para crear, de la nada, la materialidad de los panes y de los
peces, con los cuales alimenta a más de cinco mil personas.
Al realizar estos milagros, Jesús proclama, con obras, su condición de Dios
Hijo, dando al mismo tiempo un signo irrefutable para creer en Él -en sus
afirmaciones de ser Dios Hijo, igual en dignidad y poder a Dios Padre-, de
manera tal que ya no se pueda, a partir de estos signos sobrenaturales, dudar
de sus palabras. Es lo que Él les dice a los fariseos: “Si no me creéis a Mí,
creed al menos en mis obras”.
Quien se cierra a la evidencia de los milagros, difícilmente podrá acceder al
Reino de los cielos.
Pero Jesús tiene otra intención, además de afirmar que Él es Dios: el milagro
de la multiplicación de panes y peces tiene por objeto prefigurar y anticipar
otro milagro, infinitamente más grande, el Milagro de los milagros, la
conversión del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre.
La multiplicación del pan inerte, sin vida, hecho de trigo y agua, que da sólo
sustento a la vida corporal, tiene por objeto prefigurar y anticipar otro Pan,
no hecho de trigo y agua, sino de la Carne y la Sangre del
Hombre-Dios; un Pan Vivo, bajado del cielo, que contiene en sí la Vida eterna,
y que comunica de esa vida eterna a quien lo consume; un Pan que, más que dar
sustento a la vida corporal y terrena del hombre, le concede y le hace
partícipe de una vida nueva, la vida eterna del Hombre-Dios.
A su vez, la multiplicación de la carne muerta del pescado, cuya ingestión sólo
sirve para sustentar la vida corporal, anticipa y prefigura otro milagro, la
conversión del pan en la carne del Cordero de Dios, carne no muerta sino viva,
glorificada, llena de la vida divina, de la luz inextinguible, y de la gloria
eterna del Hombre-Dios.
En consecuencia, al leer y meditar el pasaje de la multiplicación de panes y
peces, el cristiano no puede guiarse por una mentalidad racionalista, negadora
de la realidad sobrenatural y de la condición divina de Jesús de Nazareth y de
sus signos, los milagros. En este caso particular, la negación del milagro de
la multiplicación de panes y peces, conduce a la negación del Milagro de los
milagros, la Eucaristía.
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