lunes, junio 29, 2015

Misioneros del Santísimo Rosario: Misioneros del Santísimo Rosario: Misioneros del S...



                    Encíclica “Annum
sacrum”


                                       de S.S. LEÓN XIII 

                  Consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús     
25 de mayo de 1899
dia XXIX
Hace
poco, como sabéis, ordenamos por cartas apostólicas que próximamente
celebraríamos un jubileo, siguiendo la costumbre establecida por los antiguos,
en esta ciudad santa. Hoy, en la espera, y con la intención de aumentar la
piedad en que estará envuelta esta celebración religiosa, nos hemos proyectado
y aconsejamos una manifestación fastuosa. Con la condición que todos los fieles
Nos obedezcan de corazón y con una buena voluntad unánime y generosa, esperamos
que este acto, y no sin razón, produzca resultados preciosos y durables,
primero para la religión cristiana y también para el género humano todo entero.
Muchas veces Nos hemos
esforzado en mantener y poner más a la luz del día esta forma excelente de
piedad que consiste en honrar al Sacratísimo Corazón de Jesús. Seguimos en esto
el ejemplo de Nuestros predecesores Inocencio XII, Benedicto XIV, Clemente
XIII, Pío VI, Pío VII y Pío IX. Esta era la finalidad especial de Nuestro
decreto publicado el 28 de junio del año 1889 y por el que elevamos a rito de
primera clase la fiesta del Sagrado Corazón.


Pero ahora soñamos en una
forma de veneración más imponente aún, que pueda ser en cierta manera la
plenitud y la perfección de todos los homenajes que se acostumbran a rendir al
Corazón Sacratísimo. Confiamos que esta manifestación de piedad sea muy
agradable a Jesucristo Redentor.


Además, no es la primera
vez que el proyecto que anunciamos, sea puesto sobre el tapete. En efecto, hace
alrededor de 25 años, al acercarse la solemnidad del segundo Centenario del día
en que la bienaventurada Margarita María de Alacoque había recibido de Dios la
orden de propagar el culto al divino Corazón, hubo muchas cartas apremiantes,
que procedían no solamente de particulares, sino también de obispos, que fueron
enviadas en gran número, de todas partes y dirigidas a Pío IX. Ellas pretendían
obtener que el soberano Pontífice quisiera consagrar al Sagrado Corazón de
Jesús, todo el género humano. Se prefirió entonces diferirlo, a fin de ir
madurando más seriamente la decisión. A la espera, ciertas ciudades recibieron
la autorización de consagrarse por su cuenta, si así lo deseaban y se
prescribió una fórmula de consagración. Habiendo sobrevenido ahora otros
motivos, pensamos que ha llegado la hora de culminar este proyecto.


Este testimonio general y
solemne de respeto y de piedad, se le debe a Jesucristo, ya que es el Príncipe
y el Maestro supremo. De verdad, su imperio se extiende no solamente a las
naciones que profesan la fe católica o a los hombres que, por haber recibido en
su día el bautismo, están unidos de derecho a la Iglesia, aunque se
mantengan alejados por sus opiniones erróneas o por un disentimiento que les
aparte de su ternura.


El reino de Cristo
también abraza a todos los hombres privados de la fe cristiana, de suerte que
la universalidad del género humano está realmente sumisa al poder de Jesús.
Quien es el Hijo Único de Dios Padre, que tiene la misma sustancia que Él y que
es "el esplendor de su gloria y figura de su sustancia" (Hebreos
1:3), necesariamente lo posee todo en común con el Padre; tiene pues poder
soberano sobre todas las cosas. Por eso el Hijo de Dios dice de sí mismo por la
boca del profeta: "Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión mi monte
santo... Él me ha dicho: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme y te
daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra"
(Salmo 2: 6-8.


Por estas palabras,
Jesucristo declara que ha recibido de Dios el poder, ya sobre la Iglesia, que viene
figurada por la montaña de Sión, ya sobre el resto del mundo hasta los límites
más alejados. ¿Sobre qué base se apoya este soberano poder? Se desprende
claramente de estas palabras: "Tú eres mi Hijo." Por esta razón
Jesucristo es el hijo del Rey del mundo que hereda todo poder; de ahí estas
palabras: "Yo te daré las naciones por herencia". A estas palabras
cabe añadir aquellas otras análogas de san Pablo: "A quien constituyó
heredero universal."


Pero hay que recordar
sobre todo que Jesucristo confirmó lo relativo a su imperio, no sólo por los
apóstoles o los profetas, sino por su propia boca. Al gobernador romano que le
preguntaba:"¿Eres Rey tú?", Él contestó sin vacilar: "Tú lo has dicho:
Yo soy rey" (Juan 18:37)La grandeza de este poder y la inmensidad infinita
de este reino, están confirmados plenamente por las palabras de Jesucristo a
los Apóstoles: "Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra."
(Mt 28:18). Si todo poder ha sido dado a Cristo, se deduce necesariamente que
su imperio debe ser soberano, absoluto, independiente de la voluntad de
cualquier otro ser, de suerte que ningún poder no pueda equipararse al suyo. Y
puesto que este imperio le ha sido dado en el cielo y sobre la tierra, se
requiere que ambos le estén sometidos.


Efectivamente, Él ejerció
este derecho extraordinario, que le pertenecía, cuando envió a sus apóstoles a
propagar su doctrina, a reunir a todos los hombres en una sola Iglesia por el
bautismo de salvación, a fin de imponer leyes que nadie pudiera desconocer sin
poner en peligro su eterna salvación. Pero esto no es todo. Jesucristo ordena
no sólo en virtud de un derecho natural y como Hijo de Dios sino también en
virtud de un derecho adquirido. Pues "nos arrancó del poder de las
tinieblas" (Colos. 1:13) y también "se entregó a sí mismo para la Redención de todos"
(1 Tim 2:6).


No solamente los
católicos y aquellos que han recibido regularmente el bautismo cristiano, sino
todos los hombres y cada uno de ellos, se han convertido para Él "en
pueblo adquirido." (1 Pe. 2:9). También san Agustín tiene razón al decir
sobre este punto: "¿Buscáis lo que Jesucristo ha comprado? Ved lo que Él
dio y sabréis lo que compró: La sangre de Cristo es el precio de la compra.
¿Qué otro objeto podría tener tal valor? ¿Cuál si no es el mundo entero? ¿Cuál
sino todas las naciones? ¡Por el universo entero Cristo pagó un precio
semejante!" (Tract., XX in Joan.).
























Santo Tomás nos expone
largamente porque los mismos infieles están sometidos al poder de Jesucristo.
Después de haberse preguntado si el poder judiciario de Jesucristo se extendía
a todos los hombres y de haber afirmado que la autoridad judiciaria emana de la
autoridad real, concluye netamente: "Todo está sumido a Cristo en cuanto a
la potencia, aunque no lo está todavía sometido en cuanto al ejercicio mismo de
esta potencia" (Santo Tomás, III Pars. q. 30, a.4.). Este poder de
Cristo y este imperio sobre los hombres, se ejercen por la verdad, la justicia
y sobre todo por la caridad.

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