miércoles, junio 10, 2015

Misioneros del Santísimo Rosario: Misioneros del Santísimo Rosario: jueves, 4 de jun...

Cada Día
Acto de Contrición

¡Dulcísimo Corazón de Jesús, que en este
Divino Sacramento estás vivo e inflamado de amor por

nosotros! Aquí nos  tenéis en vuestra

presencia, pidiéndonos perdón de nuestra culpa e implorando vuestra

misericordia. Nos pesa ¡oh buen Jesús! de haberos ofendido, por ser
Vos tan bueno que no merecéis tal ingratitud. Concedednos

luz y gracia para meditar vuestras virtudes y formar según ellas nuestros pobre

corazón. Amén
Día X
CARTA ENCÍCLICA
HAURIETIS AQUAS
DE SU

SANTIDAD
PÍO XII
SOBRE
III.
CONTEMPLACIÓN DEL AMOR DEL CORAZÓN DE JESÚS
19. Pero particularmente se conmovió de amor y de temor su
Corazón, cuando ante la hora ya tan inminente de los crudelísimos padecimientos
y ante la natural repugnancia a los dolores y a la muerte, exclamó: «Padre mío,
si es posible, pase de mí este cáliz»
 [63] Ibíd. 26, 39; vibró luego con invicto amor y con
amargura suma, cuando, aceptando el beso del traidor, le dirigió aquellas
palabras que suenan a última invitación de su Corazón misericordiosísimo al
amigo que, con ánimo impío, infiel y obstinado, se disponía a entregarlo en
manos de sus verdugos: «Amigo, ¿a qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al
Hijo del hombre?»
 [64] Ibíd. 26, 50; Lc 22, 48; en cambio, se
desbordó con regalado amor y profunda compasión, cuando a las piadosas mujeres,
que compasivas lloraban su inmerecida condena al tremendo suplicio de la cruz,
las dijo así: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras
mismas y por vuestros hijos..., pues si así tratan al árbol verde, ¿en el seco
qué se hará?»[65]
Lc
 23, 28. 31.
Finalmente, colgado ya en la cruz el Divino Redentor, es
cuando siente cómo su Corazón se trueca en impetuoso torrente, desbordado en
los más variados y vehementes sentimientos, esto es, de amor ardentísimo, de
angustia, de misericordia, de encendido deseo, de serena tranquilidad, como se
nos manifiestan claramente en aquellas palabras tan inolvidables como
significativas: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen»
 [66] Ibíd. 23, 34; «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?»
 [67] Mt 27,
46; «En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso»
 [68] Lc 23,
43; «Tengo sed»
 [69] Jn 19,
28; «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
 [70 Lc 23, 46].
Eucaristía, María, Cruz
20. ¿Quién podrá dignamente describir los latidos del Corazón
divino, signo de su infinito amor, en aquellos momentos en que dio a los
hombres sus más preciados dones: a Sí mismo en el sacramento de la Eucaristía, a su Madre
Santísima y la participación en el oficio sacerdotal?
Ya antes de celebrar la última cena con sus discípulos, sólo
al pensar en la institución del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, con
cuya efusión había de sellarse la Nueva Alianza, en su Corazón sintió intensa
conmoción, que manifestó a sus apóstoles con estas palabras: «Ardientemente he
deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer»
 [71]; Ibíd. 22, 15 conmoción que, sin duda, fue aún más
vehemente cuando «tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a ellos,
diciendo: "Este es mi cuerpo, el cual se da por vosotros; haced esto en
memoria mía". Y así hizo también con el cáliz, luego de haber cenado, y
dijo: "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derramará por
vosotros"»
 [72] Ibíd. 22, 19-20.
Con razón, pues, debe afirmarse que la divina Eucaristía,
como sacramento por el que El se da a los hombres y como sacrificio en el que
El mismo continuamente se inmola desde
 el nacimiento del
sol hasta su ocaso
 [73] Mal 1,
11, y también el Sacerdocio, son clarísimos dones del Sacratísimo Corazón de
Jesús.
Don también muy precioso del sacratísimo Corazón es, como
indicábamos, la
Santísima Virgen
, Madre excelsa de Dios y Madre nuestra
amantísima. Era, pues, justo fuese proclamada Madre espiritual del género
humano la que, por ser Madre natural de nuestro Redentor, le fue asociada en la
obra de regenerar a los hijos de Eva para la vida de la gracia. Con razón
escribe de ella san Agustín: «Evidentemente Ella es la Madre de los miembros del
Salvador, que somos nosotros, porque con su caridad cooperó a que naciesen en la Iglesia los fieles, que
son los miembros de aquella Cabeza»
 [74] De sancta virginitate 6 PL 40, 399.
Al don incruento de Sí mismo bajo las especies del pan y del
vino quiso Jesucristo nuestro Salvador unir, como supremo testimonio de su amor
infinito, el sacrificio cruento de la Cruz. Así daba ejemplo de aquella sublime caridad
que él propuso a sus discípulos como meta suprema del amor, con estas palabras:
«Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos»
 [75] Jn 15, 13. De donde el amor de Jesucristo, Hijo de
Dios, revela en el sacrificio del Gólgota, del modo más elocuente, el amor
mismo de Dios: «En esto hemos conocido la caridad de Dios: en que dio su vida
por nosotros; y así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos»
 [76] 1 Jn 3,
16
. Cierto es que nuestro Divino Redentor fue crucificado más
por la interior vehemencia de su amor que por la violencia exterior de sus
verdugos: su sacrificio voluntario es el don supremo que su Corazón hizo a cada
uno de los hombres, según la concisa expresión del Apóstol: «Me amó y se
entregó a sí mismo por mí»[77]
Gál 2, 20.

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