miércoles, junio 03, 2015


jueves, 4 de junio de
2015
SOLEMNIDAD DEL CORPUS
CHRISTI, SANTA MISA Y PROCESION

La
Solemnidad de Corpus Christi se remonta al siglo XIII. Dos eventos
extraordinarios contribuyeron a la institución de la fiesta: Las visiones
de Santa Juliana de Mont Cornillon y 
El milagro Eucarístico de
Bolsena/Orvieto
.
Urbano IV, amante
de la Eucaristía
,
publicó la bula “Transiturus” el 8 de septiembre de 1264
, en la cual, después de
haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en la Santa Eucaristía,
ordenó que se celebrara la solemnidad de “Corpus Christi” en el día jueves
después del domingo de la Santísima Trinidad, al mismo tiempo otorgando muchas
indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio.
Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por
petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano y ha sido
admirado aun por Protestantes.
La muerte del Papa Urbano IV
(el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto,
obstaculizó que se difundiera la fiesta.
 La fiesta fue aceptada en
Cologne en 1306
. El
Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y en el concilio general de Viena
(1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. Publicó un nuevo decreto
incorporando el de Urbano IV. Juan XXII, sucesor de Clemente V, instó su
observancia.
Procesiones.
Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto
de la celebración. Sin embargo estas procesiones fueron dotadas de indulgencias
por los Papas Martín V y Eugenio IV y se hicieron bastante comunes en a partir
del siglo XIV.
El Concilio de Trento declara
que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la
costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso
y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad, y reverente y
honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En
esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y
verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la
victoria y triunfo de 
la muerte y resurrección
de Nuestro Señor Jesucristo. 



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