lunes, junio 16, 2014

Homilía de su Excia. Mons. Andrés Morello En la Fiesta de Pentecostés

         Dios permite nuevamente que podamos celebrar en esta capilla la Festividad de Pentecostés.


Es una fiesta tan importante como saben Ustedes que junto con la Navidad y con la Pascua encierran una octava. La Iglesia repite durante ocho días, los ocho días siguientes, Misas en honor al Espíritu Santo como hace lo mismo después de la Navidad y después de la Pascua.
Las tres personas de la Santísima Trinidad son cercanísimas al alma de los cristianos.Son cercanísimas desde la primera bendición que se recibe en el Bautismo hasta la última que se recibe el día de la muerte. Esas tres personas son más íntimas a nuestra alma a nuestro corazón,que nosotros mismos; de alguna manera como si toda nuestra vida se pasara dentro por así decirlo rodeados por las Personas de la Santísima Trinidad y es por eso que San Pablo ha dicho en uno de sus discursos “In ipso movemur et summus” “Nosotros en Él somos y nos movemos” como si de alguna manera deambuláramos o nos moviéramos dentro de Dios.
         Aúnsiendo tan estrecha esa cercanía que tiene la Santísima Trinidad con el alma en Gracia. Aún así nosotros a Dios lo conocemos casi nada, es algo así como querer mirar una montaña desde abajo y querer abarcarla por completo. Tanto nos supera y tan infinito es, tan grande respecto a nosotros. Por eso que también San Pablo ha dicho que nosotros contemplamos ahora a Dios “quasi in speculo” “como en un espejo”, como si viéramos apenas un reflejito de lo que Dios es y que un día, el día que lo podamos ver cara a cara lo conoceremos como somos conocidos por Él ahora, como Él nos mira desde el Cielo.
         Mientras tanto, mientras estamos en esta vida, mientras no podamos contemplar a Dios cara a cara, los hombres pasamos la vida como un ciego, tanteando, tocando apenas un poquito lo que Dios es. Esto vale para todo Dios, quiero decir que esto vale para las tres Personas de la Santísima Trinidad. Nosotros a Dios Padre podemos conocerlo por la creación que vemos. ¿A qué voy? Hay una frase que siempre decimos en filosofía y que es de sentido común: “Nadie da lo que no tiene”, es decir todo aquello que nosotros contemplamos de bueno o de perfecto en la creación tiene que haberlo dado Dios. Para poder darlo tiene que haberlo tenido y tenerlo todavía. Entonces toda la belleza que encontramos en lo creado, todo el orden que encontramos allí, la armonía y aún el amor que puede haber encerrado en los corazones más grandes de los hombres de esta tierra, todo eso lo tiene Dios, lo tiene Dios Padre y lo tiene hasta el infinito.
         Del Hijo de Dios conocemos más. Es como si el Evangelio nos fuera llevando de la mano, donde vemos nosotros desde su Encarnación hasta su Ascensión a los Cielos, donde vemos toda su vida, toda su Pasión, sus portentos, sus milagros, su amor hasta el extremo y es allí donde conocemos esa figura cautivante que a todos nos ha llamado la atención, su Corazón lleno de amor por nosotros.
         Ahora bien, eso sabemos del Padre y eso sabemos del Hijo. Pero delante del Espíritu Santo aunque nosotros lo adoremos y aunque confesemos y le amemos como miembro de la Santísima Trinidad, aún allí nos frena nuestra propia realidad, nos frena nuestra humanidad, nuestra materia, que limita nuestro conocimiento. El Espíritu Santo no ha tomado un rostro como hizo Jesús. No vemos sus obras, como la creación material de Dios Padre, no vemos lo que Él hace, como podemos contemplar la hermosura creada por Dios o los milagros de Jesucristo.Y sin embargo el Espíritu Santo estuvo presente en todo eso, porque dice el Génesis “SpiritusDominiferebatursuperaquas” “El Espíritu de Dios planeaba sobre las aguas”. Y cuando Nuestro Señor fue bautizado en el Jordán, dice “Spiritusaparuitsupereum ut columba” “Apareció sobre Él el Espíritu como una paloma”, es decir que en todas esas hermosas obras de la creación estuvo el Espíritu Santo y en toda la vida de Cristo también estuvo Él.
         Cuando nosotros queremos conocer a un hombre, cuando queremos saber cómo es, miramos su figura, miramos su andar, miramos como habla, qué es lo que dice, tratamos de mirar su rostro, de conocer su mirada, sus expresiones. Lo más difícil para conocer a un hombre no es conocer el exterior sino conocer su alma, aquel misterio de saber cómo es dentro suyo, qué piensa, qué busca, qué ama, por qué lo hace, con cuánto amor lo hace.
         De igual manera, ese misterio de las almas, apenas llegan a conocerlo los papás de sus hijos, los hijos de sus papás, los amigos o el confesor.
         Así nos pasa a nosotros con el Espíritu Santo. Nosotros no tenemos un Sudario como tenemos del rostro de Cristo para saber cómo fue. No tenemos de Él las huellas materiales de la creación. Sólo tenemos lo que hace en las almas, lo que hace en la Iglesia, lo que hace en los sacramentos o en los Ángeles. Son todas cosas espirituales y demasiado elevadas o luminosas para nuestros ojos creados.
         Digamos entonces algo que nos permita a nosotros imaginar un poco, entender un poco cómo es el Espíritu Santo.
         Cuando el profeta Elías estaba encerrado en una caverna, para cobijarse, él vio pasar a Dios. Dice la Sagrada Escritura que “pasó primero un viento huracanado y allí no estaba Dios”, que “pasó un torbellino y tampoco estaba allí”, “que pasó luego una brisa suave y allí estaba Dios y el profeta pudo verlo de espaldas”; es decir apenas pudo en medio de ese milagro, el profeta, barruntar, imaginar un poquitito, entender un poco como era Dios.
         A nosotros de otra manera nos pasan cosas semejantes. Las almas, a veces sienten a Dios cerca. A veces las almas se mueven a fervor, a devoción, a veces siente uno la necesidad de arrepentirse o el deseo de ser bueno o de corresponder al amor de Dios e inclusive al amor de los demás. Esos deseos grandes que siente a veces al alma, uno sabe que no nacen de uno mismo. ¿Por qué sabemos eso? Porque si no nacerían siempre. Si fueran nuestros siempre los tendríamos como tenemos la mano, y eso aparece solamente a veces en nuestras almas o en nuestros corazones. Uno siente, uno los siente como nuevos, como demasiado hondos, como demasiado llenos. Es allí donde está la acción invisible del Espíritu Santo en las almas.
         Cuando San Bernardo habla de las visitas del Verbo de Dios a su alma, dice, que él conoció la llegada del Verbo de Dios por la corrección de sus faltas ocultas. Como si el Hijo de Dios al venir a su alma fuera acomodando su corazón embelleciéndolo, limpiándolo, haciéndolo cada día más bueno.
         Eso que pasa privadamente en cada alma, eso pasa en toda la Iglesia, en cada Sacramento cuando la Iglesia lo confiere a las almas, en cada absolución que borra los pecados, en cada bendición que mueve los corazones, en cada comunión que hace más bueno o en el misterio de cada Misa cuando con poquitas palabras el Sacerdote hace descender Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo sobre los altares.
         Ahora bien, eso ha pasado a lo largo de la historia de la iglesia durante más de dos mil años. Durante dos mil años, más, la Iglesia ha enseñado la misma Fe, la misma Moral aunque le han  matado a sus hijos por millones para impedir que ella siguiera enseñando esa Fe y esa Moral. Más aún, más la persiguieron más firme se mostró. En cada época en medio de los problemas más graves de la humanidad aparecieron santos, religiosos, religiosas, monjes, todos cantando una canción distinta a la que cantaba el mundo. Más todavía, no ha habido hilación, concatenación, unión suficiente entre unos y otros, a veces esa herencia que unos recibieron de otros casi no se vio, como pasa ahora, y la herencia sigue y sigue el deseo de ser buenos, el deseo de copiar a Cristo, el deseo de amar a Dios, de reconocer que hay un solo Dios verdadero y que es el único al que podemos adorar.
          Hace ya muchos años cuando los revolucionarios en Francia mataban a los católicos durante la revolución que llamamos francesa, al llegar ellos, los republicanos, a aquel Carmelo de las hermanitas de Compeigne, se conoce la discusión que tuvo el republicano, el comisario con la Madre Priora. En esa conversación, el republicano le dice a la monja “vamos a destruir todos los Carmelos”. ¿Qué contestó la hermanita? “Cada monja, cada carmelita es un monasterio”. Pues bien, podríamos decir que por la obra del Espíritu Santo, cada cristiano es una capilla, cada monje, cada sacerdote, cada religioso es como una imagen viva de esa Fe que nosotros tenemos y que no pensamos dejar. Todo eso es fruto del Espíritu Santo y eso nos hace imaginar o comprender un poco cuánto puede el Espíritu de Dios. Es de ese Espíritu que decíamos que planeaba sobre las aguas en la creación, el que apareció sobre Nuestro Señor en el Jordán, Aquél mismo que el Ángel le dijo a la Virgen María “Te cubrirá con su sombra” y ese Espíritu Santo al cubrirla con su sombra ¿Qué fue lo que hizo? Que una criatura llegara a ser Madre de Dios. Que una Virgen siguiendo siendo Virgen pudiera ser Madre  y que esa Madre siguiera siendo Virgen para toda la eternidad.
         Ese mismo Espíritu Santo es el que hoy apareció sobre los Apósteles el día de Pentecostés en el Cenáculo y comenzaron a hablar. “Coeperuntloqui”. Empezaron a predicar y esa predicación de hace dos mil años no termina, no se acaba, no hay manera como el mundo pueda sofocar la voz de aquellos que siguen confesando el nombre de Dios.
         Con Dios pasa como con los hombres. Cuanto más dócil es un hijo más fácil es educarlo. ¿Qué hay que hacer entonces?“Para que el mundo sepa que amo al Padre” -Son las últimas palabras del Evangelio de la Misa- “Para que el mundo sepa que amo al Padre Yo hago lo que Él me mandó”. Pues bien, para que el mundo sepa que amamos a Dios, para que el mundo sepa que creemos en el Espíritu Santo hagamos lo que Dios nos mandó. Ese es el proyecto de toda la vida cristiana y de toda la vida monástica o de la vida religiosa, hacer lo mandado, ser dóciles a Dios que Él se encargará, Él sabrá, así como hizo el mundo, sabrá cómo modelar nuestras almas para hacerlas cada día mejores.
         Pidamos a María Santísima que Ella nos consiga el ser buenos alumnos de esta escuela divina. Dice una frase en la Escritura: “Et erunt omnes docibiles Dei” “Serán todos enseñables por Dios”. Eso es lo que queremos, que Dios nos enseñe, que Él vaya modelando en nuestras almas, que haga en nuestros corazones lo que Él ha soñado para nosotros y que así nosotros podamos cumplirle a Dios.
         Ave María Purísima.


                                      + Andrés Morello

                                                                                    En la Fiesta de Pentecostés, año 2014.

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