La epístola de la Santa Misa y las lecciones del Oficio de Maitines de esta fiesta nos recuerdan que es tradición apostólica invocar el nombre de Jesús en cualquier necesidad porque no nos ha sido dado otro nombre por el que ser salvados. El gran respeto que la Iglesia tiene al nombre de su Señor se manifiesta en la forma extraordinaria en que cada vez que se pronuncia el nombre de Jesús en los textos litúrgicos todos los presentes han de inclinar reverentemente la cabeza.
San Bernardino de Siena (+1444) y sus discípulos propagaron el culto al Nombre de Jesús -Dios es salvación- con el monograma: IHS (abreviación del nombre de Jesús en griego, ιησουσ) y añadiendo el nombre de Jesús al Ave María. Los primeros orígenes de esta fiesta se remontan al siglo XVI. En 1530 el Papa Clemente VII concedió por vez primera a la Orden Franciscana la celebración del Oficio del Santísimo Nombre de Jesús. En 1721, Inocencio XIII la hizo fiesta universal.
"Sólo Jesús – insiste San Bernardo ante los complejos razonamientos dialécticos de su tiempo – solo Jesús es "miel en la boca, cántico en el oído, júbilo en el corazón (mel in ore, in aure melos, in corde iubilum)". De aquí proviene el título, que se le atribuye por tradición, de Doctor mellifluus: su alabanza de Jesucristo “se derrama como la miel”. En las extenuantes batallas entre nominalistas y realistas – dos corrientes filosóficas de la época – el abad de Claraval no se cansa de repetir que sólo hay un nombre que cuenta, el de Jesús Nazareno. "Árido es todo alimento del alma", confiesa, "si no es rociado con este aceite; es insípido, si no se sazona con esta sal. Lo que escribes no tiene sabor para mí, si no leo en ello Jesús”. Y concluye: “Cuando discutes o hablas, nada tiene sabor para mí, si no siento resonar el nombre de Jesús” (Sermones en Cantica Canticorum XV, 6: PL 183,847). Para Bernardo, de hecho, el verdadero conocimiento de Dios consiste en la experiencia personal, profunda, de Jesucristo y de su amor. Y esto, queridos hermanos y hermanas, vale para todo cristiano: la fe es ante todo encuentro personal íntimo con Jesús, es hacer experiencia de su cercanía, de su amistad, de su amor, y sólo así se aprende a conocerle cada vez más, a amarlo y seguirlo cada vez más. ¡Que esto pueda sucedernos a cada uno de nosotros! "
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