Reverendos Padres
Queridos Fieles
Quiera Dios
bendecirles.
Este es mi
saludo navideño un poco tardío a causa de los inconvenientes de salud de los
últimos cuarenta días. Acostumbrado a tener buena salud fue algo novedoso para mi
el verme enfermo o convaleciente, aún así, se que nada escapa a las manos de
Dios Quien durante todo este tiempo me cuidó y protegió como durante toda la
vida.
Debo
agradecerles la exquisita caridad que mostraron para conmigo, sus oraciones y
preocupación que superó en mucho lo poco que yo pude haber hecho por Ustedes.
Un sacerdote,
un obispo, un religioso no ha tomado hábito, no ha profesado compromisos solemnes
ante Dios y la Santa iglesia por el propio interés. Es natural que queramos
salvarnos pero lo que debe conquistar y cautivar el alma de un eclesiástico es
el amor de Dios. “Dilexit me et tradidit semetipsum pro me” decía San pablo
(Gal. 2, 20) “me amó y se entregó por mi”. No es más que un ejemplo sublime e
inimaginable de lo que hemos de hacer. Dar a Dios Nuestro Señor lo que somos y
tenemos, hacer el bien a los demás cuanto podamos. La Santa Iglesia, sus fieles
azorados delante de un mundo en caída libre, ante los ejemplos desoladores de
un clero mundanizado y de un sacerdocio inconsistente, ante una jerarquía más
de lobos que de Pastores, necesitan ejemplos sólidos capaces de convencer.
Cuando Roma y su Imperio se rindieron a la Fe Católica toda religión valía con
tal que se adorase a los emperadores reinantes y que no se pusiese en tela de
juicio la inmoralidad comúnmente aceptada. El paganismo se derrumbó delante del
ejemplo de hombres que todo lo daban por Dios.
Pidamos al
Santo Niño Dios y a su Madre Admirable y a todos los sagrados personajes del
Pesebre la gracia de un pueblo verdaderamente católico y, para ello, de
sacerdotes fieles y abnegados.
Nuevamente toda
mi gratitud y afecto, Santa Navidad para todos.
Patagonia Argentina 26 de diciembre del 2013.
+ Mons. Andrés Morello.
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