lunes, marzo 18, 2013

I Domingo de Pasión


Santo Evangelio según San Juan 8, 46-59
Se toma la Homilía comentando el libro de Jeremías Profeta 1, 1-19.
Sermón de San León, Papa.

No ignoramos, amadísimos, que entre todas las solemnidades cristianas, el misterio pascual es el que ocupa el primer lugar. Para celebrarle digna y convenientemente, nos prepara y dispone, mediante la reforma de nuestras costumbres, nuestra conducta durante todo el resto del año; mas los días presentes nos obligan todavía a una mayor devoción, puesto que sabemos que están mas próximos a aquel en que celebraremos el sublime misterio de la misericordia divina. Para esto días, muy razonablemente los Apóstoles, inspirados por el Espíritu Santo, instituyeron mayores ayunos, a fin de que estando todos más unidos en la cruz de Cristo, también hagamos algo de lo mucho que por nosotros padeció. Como dice el Apóstol: “Si padecemos con Él, también seremos con él glorificados”. Ya que cuantos participan de la pasión de Cristo, tienen esperanza cierta de la bienaventuranza que prometió.
A nadie, amadísimos, se niega la participación en esta gloria, sin que sea obstáculo para ello la condición del tiempo, ya que la tranquilidad y la paz no nos privan de la practica de la virtud. Ya lo predijo el Apóstol, diciendo: “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo, sufrirán persecución”. Y por lo mismo jamás faltan las pruebas de la persecución, si no se deja la practica de la piedad. Y a la verdad, el Señor en sus exhortaciones, dice: “Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”. Ni hay duda que esta palabra va dirigida, no solamente a los discípulos de Cristo, sino a todos los fieles, a toda la Iglesia, la cual en su universalidad, escucha las condiciones de la salvación en la persona de los que estaban presentes.

Así como conviene a todo este cuerpo vivir piadosamente, así es propio de todos los tiempos llevar la cruz y no en vano se aconseja a cada uno que la lleve, ya que cada uno sufre su peso en una forma y según una medida que le son propias. Uno es el nombre de la persecución, pero la causa del combate no es una sola, y generalmente hay más peligro en el enemigo oculto que en el manifiesto. El bienaventurado Job enseñado por la alternativa de los males y bienes de este mundo, decía muy piadosa y verdaderamente: “¿acaso no es una tentación toda la vida del hombre sobre la tierra?”. Ya que el alma fiel no solamente sufre los dolores del cuerpo, sino que, aun cuando permanezcan sanos todos los miembros corporales, se ve amenazada por una grave enfermedad si se deja debilitar por los placeres de la carne. Pero, como “la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu a los de la carne”, el alma racional, con el auxilio de la Cruz de Cristo, no conciente en los deseos culpables al ser tentada, por sentirse como traspasada por los clavos de la continencia y del temor de Dios.

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