ENCÍCLICA
LEÓN XIII
5 DE OCTUBRE DE
1895
ADIUTRICEM
POPULI
SOBRE LA
DEVOCIÓN DEL ROSARIO MARIANO A FAVOR DE LOS DISIDENTES
Venerables
Hermanos: Salud y Bendición apostólica
I.
Pruebas del florecimiento de la devoción a María.
Justo
es celebrar con magnificencia cada día mayor y rogar con una confianza más
decidida a la Santísima Virgen, Madre de Dios, auxilio constante y clementísimo
del pueblo cristiano. Pues, la variedad y abundancia de mercedes que ella, con
generosidad siempre más amplia para el bien común, prodiga por todo el mundo
aumenta los motivos que tenemos de confiar en ella y ensalzarla; y los
católicos responden, naturalmente, a tanta generosidad con la expresión de su
más rendido afecto, pues, si jamás en otro tiempo, ciertamente en estos tiempos
tan arduos para la Religión, es dable contemplar en todas las capas sociales
manifestaciones vivas y encendidas de amor y culto a la santísima Virgen.
Un
testimonio claro de ello lo constituyen las asociaciones que bajo su patrocinio
se restablecieron y se multiplicaron por doquiera; los hermosos templos que se
dedicaron a su augusto nombre; las peregrinaciones que con concurrencia
piadosísima se realizaron a sus más venerados santuarios; los congresos que se
convocaron para dedicarse al estudio del incremento de su gloria, y tantas
otras manifestaciones parecidas que eran en sí excelentes y prometían un
porvenir aun más feliz.
Florecimiento
especial de la devoción del Rosario.
Es
un hecho singular y para nosotros un recuerdo gratísimo cómo, entre las
múltiples formas de la devoción mariana, se vigorizaba siempre más, en el
aprecio y en la práctica este modo tan eximio de orar, lo cual, dijimos, era
gratísimo para Nos, porque si consagramos una no pequeña parte de Nuestras
preocupaciones a promover el establecimiento del rezo del Rosario vimos
claramente que la Reina celestial invocada con estas fervorosas plegarias nos
ayudó con benignidad en Nuestras labores; y confiamos en que Nos asistirá para
consolar Nuestras tristezas y para aliviar Nuestras preocupaciones que el día
de mañana ha de traer.
II.
Poder del Rosario para la reconciliación de los disidentes con la Iglesia
Abrigamos
sobre todo la esperanza de que la virtud del Rosario nos ayude con abundantes
auxilios a extender lo reino de Jesucristo.
Hemos
dicho ya más de una vez que la obra que en las actuales circunstancias deseamos
impulsar con mayor empeño es la reconciliación de las naciones disidentes con
la Iglesia; al mismo tiempo, hemos declarado que el éxito de la empresa debe
buscarse ante todo en las oraciones y súplicas dirigidas a Dios. No hace mucho
manifestamos lo mismo también, cuando con motivo de las solemnidades de la
fiesta de Pentecostés recomendamos para idéntico efecto especiales preces en
honor del Espíritu Santo; recomendación que en todas partes fue obedecida con
gran fervor.
III.
Perseverancia en esa oración por la reconciliación de los disidentes.
Pero
atendiendo a que el problema es muy arduo y la constancia engendra toda virtud,
conviene recordar la exhortación del Apóstol que dice: "Perseverad en la
oración" [1]; y esto tanto más, cuanto que los felices comienzos de la
empresa parecen invitarnos con suavidad a continuar incansables en esta
oración. En el próximo mes de Octubre, pues, no habrá nada tan útil a este
propósito ni nada tan grato a Nuestro corazón como la instancia con que por
todo el mes imploréis vosotros, Venerables Hermanos, y vuestro pueblo, en unión
con Nos, a la Virgen y piadosísima Madre, mediante el rezo del Rosario y las
oraciones prescritas de costumbre. Eximias son, pues, las causas que nos
impulsan a encomendar a su protección Nuestras empresas y deseos, movidos por
una confianza firmísima.
IV.
María nuestra madre.
El
misterio de la excelsa caridad que Cristo tuvo para con nosotros se revela
luminosamente por el hecho de haber querido, al morir, entregar su Madre a Juan
para que fuese su madre, por virtud de aquel memorable testamento: He ahí tu
hijo [2]. Según la interpretación constante de la Iglesia, Jesucristo quiso
designar en la persona de Juan a todo el género humano; y más especialmente a
los que se adhiriesen a Él por la fe. Y en este sentido pudo decir San Anselmo
de Canterbury: ¿Qué puede concebirse más digno sino que Vos, oh Virgen
Santísima, sois Madre de aquellos que tienen a Jesucristo por padre por
hermano? [3].
Ella
aceptó, pues, el ministerio de este singular y laborioso oficio y lo desempeñó
con magnanimidad, auspiciándose su iniciación en el Cenáculo. Ella ayudó
admirablemente a los cristianos primitivos por la santidad de su ejemplo, la
autoridad de su consejo, la dulzura de su consuelo y la eficacia de sus santas
plegarias. Y en efecto, mostróse, pues, madre de la Iglesia y maestra y Reina
de los apóstoles a quienes comunicó parte de las divinas sentencias que
conservaba en su corazón [4].
V.
María, medianera universal.
Al
ser elevada a la cumbre de su gloria, al lado de su divino Hijo, es casi
imposible decir cuánto añadiera a la amplitud y eficacia de intercesión, lo
cual convenía a la dignidad y claridad de sus méritos. Pues, desde allí, por
disposición divina, Ella comenzó a velar por la Iglesia y a asistirnos a
nosotros y a protegernos como madre; de tal modo que después. de haber sido
cooperadora en la administración del misterio de la redención humana, ha venido
a ser igualmente la dispensadora de la gracia que por todos los tiempos fluye
de aquel misterio, concediéndosele para ello un poder casi ilimitado. Por este
motivo las almas cristianas, llevadas por cierto impulso natural, se sienten con
razón arrastradas hacia María, para depositar en Ella confiadamente sus
pensamientos y obras, sus angustias y alegrías y para encomendarle, como hijos,
a su cuidado y bondad a sí mismos y todo lo suyo.
Por
este motivo también se elevan con toda razón magníficas alabanzas en todas las
naciones y en todos los ritos las que se acrecientan con el aplauso de los
siglos: entre otras alabanzas, las de: Nuestra Señora misma, medianera nuestra
[5], la misma reparadora del mundo [6], la misma medianera de los dones de Dios
[7].
VI.
A Dios por María.
Y
por cuanto la fe es el fundamento y el principio de los dones divinos que
elevan al hombre sobre el orden natural al celestial, para obtener esta fe y
desenvolverla saludablemente, se celebra con razón cierta acción secreta de
aquella que nos dio al Autor de la fe [8] y que por su fe fue saludada
bienaventurada [9]. Nadie hay, oh Virgen santísima, que se imbuya del
conocimiento de Dios sino por Vos; nadie hay que se salve sino por Vos; nadie,
que consiga misericordia sino por Vos [10]. Ni parece tener menos razón aquel
que afirma que, principalmente por su dirección y su auxilio, la sabiduría y la
doctrina del Evangelio han llegado, haciendo tan rápidos progresos, a todas las
naciones, pese a las inmensas dificultades e impedimentos que se oponían,
estableciendo por doquiera un nuevo orden de justicia y paz. Este mismo
pensamiento inspiraba también el ánimo y la oración de San Cirilo de Alejandría
cuando se dirigía de este modo a la Virgen: Por Vos predicaron los Apóstoles la
salvación a las naciones,; por Vos se celebra y se adora la Cruz bendita en
todo el orbe; por Vos se ahuyentan los demonios; por Vos el hombre mismo es
llamado al cielo; por Vos toda creatura, envuelta en el error de la idolatría,
llegó al conocimiento de la verdad; por Vos alcanzaron los fieles el santo
bautismo, y se fundaron iglesias entre todos los pueblos [11].
VII.
María baluarte de la verdadera fe.
Y,
como lo proclamara el mismo santo doctor [12] fue María quien estableció y
fortaleció muy especialmente el cetro de la fe verdadera; y por su
ininterrumpido desvelo fue que la fe católica se mantuviera firme y prosperara
intacta y fecunda. Muchos documentos de esta clase existen y son asaz
conocidos, declarados a veces de un modo maravilloso.
En
los tiempos y lugares en que, ante todo, había que deplorar el que la Fe o
languideciera por la incuria o fuera atacada por la peste de los errores, se
demostró presente y eficaz la benignidad de la poderosa Virgen auxiliadora.
Bajo su impulso y en su virtud se levantaron hombres eminentes en santidad y
espíritu apostólico aniquilando las audacias de los impíos y devolviendo los
Corazones a la piedad de la vida cristiana e inflamándolos en ella.
Uno
de ellos, representante de muchos, es Santo Domingo de Guzmán quien se empeñó
con todo éxito en este doble apostolado, poniendo su confianza en el auxilio
del Rosario mariano. Nadie ignora cuánta parte cupo a la misma Madre de Dios en
los grandes méritos que se granjearon los Padres y Doctores de la Iglesia que
tan egregios esfuerzos hicieron para defender e ilustrar la verdad católica.
En
efecto, ellos mismos, con ánimo agradecido, confiesan que de Ella que es la
Sede de la divina Sabiduría, descendió sobre ellos, al escribir, la abundancia
de los más eximios pensamientos y que, por consiguiente, la malicia de los
errores fue vencida por Ella y no por ellos.
Por
último, los príncipes y Pontífices romanos, custodios y defensores de la Fe
-unos para mover las guerras santas y otros para promulgar solemnes decretos-
invocaron el nombre de la Madre de Dios, y siempre experimentaron su gran poder
y benignidad.
Por
esta razón, la Iglesia y los Padres glorifican a María con no menor verdad que
magnificencia, diciendo: .Salve, lengua siempre elocuente de los Apóstoles,
sólido fundamento de la Fe, baluarte inconmovible de la Iglesia [13]. Salve,
que por Vos hemos sido inscritos en el número de los ciudadanos de la Iglesia,
una, santa, católica y apostólica [14]. Salve, manantial de divina abundancia
del que fluyen los ríos de la celestial sabiduría, las aguas puras y límpidas
de la ortodoxia que rechazan lejos las turbas de los errores [15]. Regocijaos,
porque Vos sola habéis destruido en el mundo todas las herejías [16].
VIII.
Confianza en nuestra Madre.
Esta
parte principalísima que cabe a la Madre de Dios en el desarrollo de los
combates y en los triunfos de la Fe católica pone gloriosamente de manifiesto
los designios divinos respecto a ella y debe inspirar a todos los buenos una
firme esperanza de que se verán colmados los deseos comunes.
¡Hay
que confiar en María!!, ¡hay e implorar a María! ¿Qué no podrá hacer con su
poder para apresurar el éxito a fin de que la profesión de la misma fe una las
mentes de todas las naciones cristianas y el lazo de la perfecta caridad, ese
nuevo y ansiado ornamento de la Religión, hermane las voluntades? ¡No querrá
Ella conseguir que los pueblos todos por cuya estrechísima unión rogara
fervorosamente su Hijo único y que por el mismo bautismo llamara a la misma
herencia de la salud [17] por la cual había pagado un precio infinito, laboren
unánimes en su luz admirable! [18] ¿No querrá Ella emplear los tesoros de
bondad y providencia, tanto para consolar a la Iglesia, Esposa de Cristo, en
sus largos sufrimientos por causa de ellos como para llevar a la perfección, en
medio de la familia cristiana, el don de la unidad que es el insigne fruto de
su maternidad?
IX.
María es el vínculo de unión.
Que
la feliz realización de esa empresa no ha de demorarse mucho parece confirmarse
por la creencia y la confianza que alienta en los corazones de los piadosos de
que María ha de ser el lazo bendito por cuya fuerza sólida y suave, todos
cuantos amen en el mundo a Cristo, formarán un solo pueblo de hermanos que
obedezcan a su Vicario en la tierra, el Romano Pontífice, como a su común
Padre.
Llegados
a este punto, Nuestro pensamiento remonta los anales de la Iglesia hasta los
nobilísimos ejemplos de la edad primitiva y se detiene con un placer indecible
en el recuerdo del gran Concilio de Efeso. Una firmísima unidad de fe y una
misma comunión de culto que en aquellos tiempos vinculaba el Oriente con el
Occidente parecieron reinar allí con singular firmeza y resplandecer con
gloria, pues, cuando os Padres establecieron legítimamente el dogma de la
Maternidad de la Santísima Virgen, la noticia de este hecho, partiendo de esta
piadosísima ciudad que exultaba de gozo, llegó a llenar de la misma celebérrima
alegría a todo el orbe cristiano.
X.
Rogar por la unidad de la fe.
Cuantos
motivos, pues, apoyen y aumenten la confianza en la Virgen poderosa y
benignísima de ser escuchados, tantas razones estimularán el celo, que
recomendamos a los católicos, de implorar a María. Consideren ellos cuán
excelente y útil y ciertamente, cuán acepto y grato para la misma Virgen será
esto, pues, poseyendo ya la unidad de la fe, declaran de este modo que aprecian
muchísimo la fuerza de este beneficio y desean conservarlo más fielmente. Ni
pueden demostrar de ninguna otra manera más preclara su amor fraterno a los
disidentes que rogando fervorosamente por ellos para que recobren aquel bien de
la unidad, que es el mayor de todos.
Pues,
esta caridad cristiana de la fraternidad que reinaba en toda la historia de la
Iglesia solía hallar su fuerza en la Madre de Dios como que es la favorecedora
más eximia de la paz y de la unidad. San Germán de Constantinopla la invocaba
en estos términos: Acordaos de los cristianos que son vuestros servidores;
recomendad las oraciones de todos; ayudad la esperanza de todos; consolidad la
fe y unid todas las Iglesias [19]. Tal es también la invocación de los griegos:
Oh Virgen purísima, que podéis acercaros a vuestro Hijo sin temor de ser
desechada; rogadle, pues, oh Virgen Santísima, a fin de que conceda la paz al
mundo; que infunda un mismo sentir a todas las Iglesias; y todos os
glorificaremos [20].
XI.
El culto mariano en el Oriente y
sus
imágenes traídas del Oriente son prendas de unión.
Otra
razón propia y especial por qué la Santísima Virgen acceda con mayor benignidad
a las plegarias en favor de las Iglesias disidentes se añade aquí a la
anterior; son los egregios méritos que respecto de la devoción mariana tienen,
especialmente las Iglesias orientales. Es a ellas que se debe en gran parte la
propagación y el fomento de su veneración; en su seno surgieron varones
memorables que afirmaban y defendían la dignidad de María, importantísimos por
el poder de su elocuencia y sus escritos, panegiristas ilustres por su ardor y
la suavidad de sus palabras, emperatrices gratísimas a los ojos de Dios que
siguieron el ejemplo de la purísima Virgen, imitaron su munificencia y
erigieron templos y basílicas para practicar el culto al Rey.
Será
licito agregar aquí un asunto no ajeno al tema y que redunda en gloria de la
Santísima Madre de Dios. No hay quien ignore que gran número de las augustas
imágenes de María fueron traídas, en diversas épocas, del Oriente al Occidente,
especialmente a Italia y a esta Urbe. Nuestros padres no sólo las recibieron con
suma piedad y las veneraron magníficamente sino que, con igual devoción, sus
nietos las procuran honrar como sacratísimas. En este hecho el ánimo se goza
reconociendo cierta señal y gracia de nuestra benignísima Madre; pues, Nos
parece que estas imágenes se conservan entre nosotros como testigos de aquellos
tiempos en que la familia de los cristianos vivía estrechamente unida por
doquiera, y como prendas bien caras de la común herencia. El mirarlas (como si
la Virgen misma exhortara a ello) invita los corazones a que recuerden
piadosamente a aquellos a quienes la Iglesia llama con sumo amor a que tornen a
la prístina concordia y a la alegría de su abrazo.
XII.
El Rosario provechosa oración de unión.
De
este modo, Dios mismo ofreció en María una protección eficacísima para la
unidad cristiana. Aunque no la merecerá un solo modo de oración, sin embargo
creemos que el santísimo Rosario fue instituido para conseguirla en forma
óptima y ubérrima. En otras ocasiones ya hemos indicado que no era la ventaja
menor de este piadoso ejercicio que el cristiano posea en él un medio pronto y
fácil para nutrir su fe y defenderse de la ignorancia y del peligro del error,
como lo ponen de manifiesto los mismos orígenes del Rosario. Patente está la
relación estrecha que guarda con María todo lo que en él se ejercita y se
fomenta sea mediante las preces que se repiten, sea, sobre todo, mediante los
misterios que se meditan. Pues, cuando ante Ella rezamos con devoción el
Rosario volvemos a vivir, conmemorando, la obra admirable de la redención, de
tal modo que contemplamos como hechos presentes que se desenvuelven ante
nuestros ojos los acontecimientos cuyo desarrollo y efecto la vinieron a
constituir al mismo tiempo en Madre de Dios y nuestra.
La
grandeza de esta doble dignidad y los frutos de este doble ministerio aparecen
con vivos fulgores cuando piadosamente meditamos cómo María se asocia a su Hijo
en los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. De allí resulta que el alma se
inflame en amor agradecido para con Ella, y, desdeñando todo lo caduco, se
empeñe, con firme voluntad, en mostrarse digna de tal Madre y de sus
beneficios. Y como esa frecuente y fiel recordación no puede menos de agradar
muy íntimamente a esa Madre, por mucho la mejor de todas, y de moverla a misericordia
para con los hombres, por eso, Nos hemos dicho, que el rezo del Rosario será el
ejercicio más oportuno con qué encomendarle la causa de los hermanos separados;
porque esto incumbe propiamente a su misión de Madre, por cuanto los que son de
Cristo no han sido concebidos por María ni lo han podido ser si no en una misma
fe y un mismo amor; pues, por ventura ¿Cristo está dividido? [21], y todos
debemos vivir la vida de Cristo a fin de que en el mismo cuerpo fructifiquemos
para Dios [22].
XIII.
María obtendrá la unidad si rezamos el Rosario.
Es
necesario que la misma Madre que recibió de Dios el poder de engendrar
continuamente nuevos hijos engendre nuevamente para Cristo, por así decirlo, a
todos aquellos que por funestas circunstancias fueron separados de esta unidad.
Es también lo que Ella, sin duda, desea vivamente conseguir. Si le donamos las
coronas de esta oración agradabilísima, Ella implorará la abundancia de los
auxilios del Espíritu vivificador. ¡Ojalá los buenos no rehúsen secundar los
propósitos de aquella Madre misericordiosa, y, atendiendo su propia salvación,
escuchen la dulcísima invitación de María: ¡Hijitos míos, de nuevo sufro por
vosotros dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros! [23].
XIV.
El rezo del Rosario en el Oriente.
Ponderado
así la gran virtud del Rosario mariano, algunos de Nuestros predecesores
dedicaron especiales esfuerzos a su propagación entre las naciones orientales.
En especial, Eugenio IV en la Constitución Advesperascente, dada en el año
1439, luego Inocencio XII y Clemente XI, cuya autoridad concedió, para este
efecto, grandes privilegios a la Orden de Predicadores. Los frutos no se
hicieron esperar, gracias al celo de los ministros de esa misma Orden;
numerosos y esclarecidos documentos lo atestiguan aunque el largo tiempo
transcurrido desde entonces y las circunstancias adversas hayan detenido
después los progresos de esta obra.
En
nuestra época, el fervoroso culto de esta misma devoción del Rosario , que Nos,
desde el principio, hemos ensalzado, ha encontrado eco en el alma muchas
personas de aquellas regiones. En cuanto esto, pues, responda a Nuestros
esfuerzos iniciales, esperemos que sea muy provechoso para dar cumplimiento a
Nuestros deseos.
XV.
El Templo de Nuestra Señora del Rosario en Patras.
Con
esta esperanza se une un hecho muy gozoso que interesa tanto al Oriente como al
Occidente, y es muy conforme a Nuestros designios. Hablamos, Venerables
Hermanos, del proyecto cuya iniciativa nació en el Congreso Eucarístico de
Jerusalén, o sea el de erigir un Templo en honor de la Reina del Santísimo
Rosario, y esto en Patras en Acaya, no lejos del sitio donde en los tiempos
antiguos, bajo sus augurios, resplandeció el nombre cristiano. Según nos ha
manifestado, para Nuestro gozo, la Comisión que con Nuestra aprobación, fue
constituida para impulsar esta obra y preocuparse de ella, ya muchos de
vosotros, acatando Nuestros ruegos, habéis organizado Colectas especiales al
efecto, con toda diligencia, y aun prometisteis continuarlas en forma igual
hasta la terminación de la empresa. Con ello, ya han afluido bastantes
recursos, de modo que la construcción podrá iniciarse con aquélla amplitud que
a tal obra conviene; y Nos hemos dado poder para que, próximamente, se coloque
con auspiciosas y solemnes ceremonias la primera piedra del templo. Elevaráse
este santuario, en nombre del pueblo cristiano, como un monumento de perenne
gracia a la Virgen Auxiliadora y Madre celestial, la cual se invocará allí
asiduamente en ambos ritos, el latino y el griego, a fin de que Ella se digne
colmar los antiguos beneficios aun con nuevos más eficaces.
XVI.
Los beneficios del mes del santo Rosario.
Y
ahora, Venerables Hermanos, vuelve Nuestra exhortación al punto de donde
partió. Es, que todos, pastores y rebaños, se acojan, sobre todo durante el mes
que se avecina, bajo el manto protector de la Santísima Virgen. Que en público
y en privado, con alabanzas, plegarias y ofrecimientos, se unan todos para
invocarla y suplicarla como a Madre de Dios y Madre nuestra, clamando: Mostrad
que sois nuestra Madre [24]. Que su maternal clemencia conserve a su universal
familia al abrigo de todos los peligros; que la haga gozar de prosperidad
verdadera fundada en la santa unidad. Mire con benevolencia a los católicos de
todos los pueblos, y, uniéndolos más estrechamente cada día con los lazos de la
caridad, los vuelva prontos y constantes para sostener la gloria de la
Religión, en la que van incluidos asimismo los mayores beneficios para el
Estado.
XVII.
Plegaria a María por los disidentes.
Dígnese
Ella mirar asimismo con especialísima benevolencia a los pueblos disidentes,
naciones grandes e ilustres en que laten tantos corazones generosos,
conscientes de sus deberes cristianos; dígnese suscitar en ellos anhelos
saludables y nobles propósitos, y después de haberlos suscitado favorezca su
realización.
En
cuanto a los disidentes orientales quiera Ella recordar la devoción acendrada
que le profesan y las gestas sublimes que sus antepasados realizaron por la
gloria de su nombre. En cuanto a los occidentales baste rememorar el utilísimo
patrocinio con que Ella reconoció y recompensó la eximia devoción que todas las
clases sociales le manifestaran en el transcurso de muchos siglos.
Logre
ser oída la voz suplicante del Oriente y del Occidente y de todas las naciones
católicas dondequiera habiten; logre ser oída la Nuestra que desde lo más
profundo del alma clama: Mostrad que sois Nuestra Madre.
Bendición
Apostólica.
Entre
tanto, y como testimonio de Nuestra benevolencia os impartimos con amor la
bendición Apostólica a vosotros, a vuestro clero y al pueblo confiado a vuestro
cuidado. Dado en Roma, junto a San Pedro, el 5 de Septiembre de 1895, año
decimoctavo de Nuestro Pontificado.
León
XIII
NOTAS
[1]
Col. 4, 2.
[2]
Juan 19, 26.
[3] San Anselmo, Or. 47,
antes 46.
[4] Lc. 2. 19; 2, 51.
[5] "Dominam
nostram", "mediatricem nostram", San Bernardo serm. 2 in adv.
Domini n. 5.
[6] Ipsam "reparatricem
totius orbis", S. Tharasius or. in praesent. Deip.
[7] Ipsam "donorum Dei
conciliatricem". in offic. graec. VII dec., Theotokion, post oden IX.
[8] Hbr. 12, 2.
[9] Lc. 1, 52.
[10] S. Germán de
Constantinopla or. 2 in dormit. B.M.V.
[11] San Cirilo Alej. Hom.
contra Nestorium.
[12] San Cirilo Alej. Hom. contra
Nest
[13]
Del Himno griego "Akátistos".
[14]
San Juan Damasceno. or. in annuntiat. Dei Genitr. n. 9.
[15]
San Germán de Constantinopla or. iu Deip praesentat. n. 14.
[16]
En el Oficio B.M.V.
[17] Hebr. 1, 14.
[18] 1 Pelr. 2, 9.
[19] San Germán In Hist, a
dormit, Deiparae.
[20] Men. 5 de Mayo
Theodokion post od. IX
de S. Irene V. M
[21]
1 Coro 1, 13
[22]
Rom. 7, 4.
[23]
Gal. 4. 19.
[24]
Del himno lit. A ve Maris Stella.
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