(Evangelio según San Mateo capítulo 18 versículos del 23 al 35)
Homilía de San Jerónimo, Presbítero.
Es muy corriente entre los Sirios, y singularmente entre los Palestinos, mezclar parábolas en sus explicaciones para inculcar mejor, por medio de comparaciones y ejemplos, las enseñanzas que no sería fácil retener con una simple instrucción. Así, mediante la comparación del Rey y Señor, y del siervo que debiéndole diez mil talentos obtuvo con sus ruegos la gracia del perdón, enseñó el Salvador a Pedro que también él debía perdonar pecados de menor consideración a sus hermanos.
Porque si aquel rey y señor perdonó tan fácilmente a su siervo una deuda de diez mil talentos ¿ Con cuenta mayor razón deberán los siervos perdonarse mutuamente deudas insignificantes?.
Para mayor claridad, pongamos un ejemplo. Al que de nosotros haya incurrido en adulterio, homicidio o sacrilegio, se le perdona, al pedirlo, crímenes mayores que la deuda de diez mil talentos con tal que, a su vez, perdone ligeros agravios, si, por el contrario, nosotros nos mostramos implacables por una injuria, o si por una palabra molesta vivimos en perpetua discordia, ¿no nos declaramos nosotros mismos merecedores de la cárcel? ¿no justificamos con nuestro proceder el que no se nos perdones crímenes mayores?
“Del mismo modo se portara con nosotros mi Padre celestial si no perdonares de corazón cada uno a su hermano” ¡Terrible sentencia, si la sentencia de Dios se ha de acomodar y cambar conforme a nuestras disposiciones! Sino perdonamos a nuestros hermanos sus ofensas, siempre pequeñas, Dios no nos perdonará nuestros pecados. Más como cada cual podría decir: nada tengo contra mi hermano, bien lo sabe él, júzgele Dios; a mí poco me importa lo que él intenta hacer, yo ya le he perdonado: el Señor mantiene su sentencia y echa por tierra esta simulación de paz fingida, diciendo: “si no perdonareis de corazón cada uno a su hermano”.