Os conjuro, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios.(Romanos, 12,1).
San Luis Gonzaga, desde la edad de siete años recitaba todos los días, de rodillas, los siete salmos penitenciales y el Oficio de la Santísima Virgen; a los ocho años, hizo voto de castidad perpetua; a
los trece, ayunaba tres días a la semana a pan y agua, y tres veces al día desgarraba su delicado
cuerpo con la disciplina. Alrededor de los dieciocho años entró en la Compañía de Jesús y
murió cinco años después, víctima de una enfermedad contraída por cuidar a los atacados de
peste. Tan recogido era en sus oraciones, que todas sus distracciones en seis meses no sumaban la duración de un Ave María.
MEDITACIÓN SOBRE LA VIDADE SAN LUIS GONZAGA
I. El joven santo fue víctima del amor de Dios; le sacrificó su fortuna, abandonando su marquesado
para entrar en la Compañía de Jesús, a pesar de los obstáculos que oponía su padre a su piadoso designio. ¿Estás acaso, retenido en el mundo por lazos tan fuertes como los suyos? Dios bien merece que dejes todo lo que tienes, para seguir su llamado y ganar su paraíso; deja todo, si no materialmente, por lo menos por el espíritu y la voluntad.
II. Sacrificó Luis su cuerpo a Dios por el voto de virginidad, que renovó al entrar en religión. Émulo de la pureza de los Ángeles, llevó la molestia hasta no poner nunca sus ojos en una mujer. Además, mortificó su cuerpo con rigurosa y continua penitencia. ¿Quieres consagrar tu cuerpo a Jesucristo como hostia viva y santa? Custodia tus sentidos, mortifícalos. La vida de un cristiano debe ser continuo martirio.
III. Consagró el santo su libertad a Dios por el voto de obediencia. Los honores que ahora recibe, en el cielo y en la tierra, son el precio de su voluntario abatimiento. El camino más seguro para ir al cielo es el de la obediencia. Obedece a tus superiores fiel mente, prontamente, sin murmurar; a Jesucristo es a quien obedeces, Él es quien te recompensará. En fin, recuerda que no sólo los religiosos, sino también los cristianos deben ser víctimas que se inmolan sin cesar a Dios.
Los cuerpos de los fieles son hostias de Dios, miembros de Cristo, templos del Espíritu Santo. (San Agustín).
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