Cada
Día
Acto de
Contrición
¡Dulcísimo
Corazón de Jesús, que en este Divino Sacramento estás vivo e inflamado de amor
por nosotros! Aquí nos tenéis en vuestra presencia, pidiéndonos perdón de
nuestra culpa e implorando vuestra misericordia. Nos pesa ¡oh buen Jesús! de
haberos ofendido, por ser Vos tan bueno que no merecéis tal ingratitud.
Concedednos luz y gracia para meditar vuestras virtudes y formar según ellas
nuestros pobre corazón. Amén.
Día
6
EL SAGRADO
CORAZÓN
MODELO DE
MANSEDUMBRE
I
Admira hoy,
alma mía, la suma mansedumbre y benignidad de este adorabilísimo Corazón. Nunca
dejó de mostrarse manso y cariñoso, para que en El aprendieses tú los encantos
de esta celestial virtud. Con este carácter lo habían ya de antemano retratado
los Profetas; con este mismo lo vieron después y nos lo retrataron los
Evangelistas.
Mira cómo
trata a los pobres e ignorantes, cómo recibe a los pecadores, cómo acaricia a
los niños. Muy contadas veces se pinta el enojo en su rostro, para darnos a
entender que si en la indignación es buena alguna vez, casi siempre con
preferibles la suavidad y mansedumbre. No se notan en El ademanes imperiosos, ni
se les oyen palabras de desdén, ni se le observa malhumor o
fastidio.
¡Con que
dulzura tolera la rudeza de sus primeros discípulos! ¡Con qué palabras tan
suaves alienta a la Magdalena! ¡Qué acentos tan delicados emplea con el mismo
apóstol traidor! ¡Con que serena majestad contesta al interrogatorio de
Pilatos!
¡Oh
benignidad y mansedumbre del Corazón adorable de nuestro Jesús! ¿A quien no
enamoran y atraen tan suaves hechizos?
Medítese
unos minutos
II
No me canso
¡Oh Señor! de admirar en Vos esta delicada virtud. Pero ¡ay! ¡que mi corazón se
le hace siempre duro y difícil el practicarla!
Mis
palabras, mi rostro, mis ademanes traspasan muy a menudo las reglas de la
caridad, que Vos nos habéis impuesto en el trato con nuestros hermanos. La hiel
de mi corazón rebosa frecuentemente en mis labios. Trato a mis superiores con
altivez, a mis iguales con indiferencia, a mis inferiores con dureza. Soy en la
prosperidad altanero, y en la aflicción ceñudo y malhumorado. Confundo muchas
veces la viveza del celo con los arranques del amor propio.
Dadme ¡Oh
Señor! la dulce caridad y afectuosa mansedumbre, distintivo de los Santos. Sea
igual y blanda y serena mi condición, sin arrebatos ni decaimientos, sin
ruidosas alegrías, ni enojosas displicencias. Vena mis prójimos en mi rostro y
en mis palabras y acciones, la suavísima imagen de vuestro mansísimo
corazón.
Dadme esas
bellas cualidades, para ganaros con ellas almas que en la tierra os sigan y os
amen, y en el cielo os gocen y glorifiquen por toda la eternidad.
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