Cada
Día
Acto de
Contrición
¡Dulcísimo
Corazón de Jesús, que en este Divino Sacramento estás vivo e inflamado de amor
por nosotros! Aquí nos tenéis en vuestra presencia, pidiéndonos perdón de
nuestra culpa e implorando vuestra misericordia. Nos pesa ¡oh buen Jesús! de
haberos ofendido, por ser Vos tan bueno que no merecéis tal ingratitud.
Concedednos luz y gracia para meditar vuestras virtudes y formar según ellas
nuestros pobre corazón. Amén.
Día
7
EL SAGRADO
CORAZÓN,
MODELO DE
CELO
I
Será hoy
objeto de nuestra meditación el celo del Sagrado Corazón de Jesús. Se entiende por celo
un deseo
ardiente de la gloria de Dios y de la salvación de las almas, y una
actividad siempre en movimiento para conseguir esos objetos. ¿Quién podrá
debidamente ponderar cuáles fueron este deseo y esta actividad en el Sagrado
Corazón de Jesús? Un solo pensamiento era el suyo, uno sólo el que le hacia
palpitar noche
y día: glorificar al Padre celestial y salvar al mundo. Si predica, si
obra milagros, si anda a pie largas jornadas, si toma parte en los banquetes de
los pecadores, si se transfigura glorioso en el Tabor o se deja aplastar como
gusano por sus enemigos, si muere, por fin, o si resucita, todo obedece a un
mismo plan, todo tiene por blanco un solo objeto: glorificar a Dios, salvar al
hombre.
El celo por
esa empresa le tenía siempre inquieto y extasiado, y le hacía hablar de sus
próximos sufrimientos como de gloriosos triunfos. Al dirigirse a Jerusalén la
última para ser allí preso y crucificado, admirábanse los discípulos de que
llevase el paso más apresurado que de costumbre. Era su celo ardiente que le
traía como de sí a la realización de sus constantes
deseos.
Méditese
unos minutos
II
¡Cómo
contrasta esta actividad ardorosa del Corazón de Jesús con la frialdad ordinaria
del mío! ¡Ah! Es verdad. También el mío se mueve, se agita, se acalora, se
enciende, pero ¿es por la gloria de Dios? ¿es por el bien de mis hermanos? ¿O es
al contrario por viles intereses del momento, por sutiles puntos de honra, por
miserables competencias del amor propio? ¡Ah! ¡que el celo que me devora no es
tal vez sino ambición, codicia, vanidad, esto es, el celo del
mundo!
¿Qué hago,
en efecto, por la honra divina? ¿Cómo siento sus injurias? ¿Cómo me esfuerzo en
evitarlas o siquiera en repararlas? Si estuviesen tan amenazados mis intereses,
como lo están siempre los de Dios, ¿estaríame tan tranquilo y sosegado como
estoy ahora en presencia de la guerra impía que se le hace? ¡Ojalá no sea yo de
aquellos mismo que, con su flojedad y malos ejemplos, contribuyen a esa deshonra
de la Religión y ruina de las almas!
¡Oh Señor!
Dadme un centella, una centella solo de ese fuego abrasador que consumió vuestro
Corazón, dádmela para que experimente como Vos la pasión de vuestro celo.
Apóstol quiero ser de vuestra gloria y de vuestro nombre, en la medida que lo
permitan mis fuerzas y condición. Con mi conversación, con mi porte exterior,
con mi influencia con mis relaciones, con mi dinero, con mi oración, procuraré
trabajar cuanto pueda, para que seáis cada día más honrado y
glorificado.
Sea bendito
y alabado, el Santísimo Sacramento del Altar
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