21 de noviembre
Mes de María Inmaculada
ACORDAOS
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se
ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza,
a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benigna mente. Amén
ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza,
a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benigna mente. Amén
7. María aventaja en amor
aun a los santos que fueron modelo de amor a ella
¡Y cómo aventaja esta buena madre en el amor a todos sus hijos! Ámenla
cuanto puedan –dice san Ignacio mártir-, que siempre María les amará más a los que
la aman. Ámenla como un san Estanislao Kostka, que amaba tan tiernamente a ésta
su querida madre, que hablando de ella hacía sentir deseos de amarla a
cuantos le oían. Él se había inventado nuevas palabras y títulos para
celebrarla. No
comenzaba acción alguna sin que, volviéndose a alguna de sus imágenes,
le pidiera su bendición. Cuando él recitaba el Oficio, el rosario u otras
oraciones, las decía con tal afecto y tales expresiones como si hablara cara a
cara con María. Cuando oía cantar la
Salve se le inflamaba el alma y el rostro. Preguntándole un
padre de la Compañía ,
una vez en que iban a visitar una imagen de la Virgen santísima, cuánto la
amaba, le respondió: “Padre ¿qué más puedo decirle? ¡Si ella es mi madre!” Y el
padre dijo después que el santo joven profirió esas palabras con tal ternura de
voz, de semblante y de corazón, que ya no parecía un joven, sino un ángel que hablase
del amor a María. Ámenla como B. Herman, que la llamaba esposa de sus amores porque
con ese nombre le había honrado a María. Ámenla como un san Felipe Neri, quien
con solo pensar en María se derretía en tan celestiales consuelos que por eso la
llamaba sus delicias. Ámenla como un san Buenaventura, que la llamaba no sólo su
señora y madre, sino que para demostrar la ternura del afecto que le tenía llegaba
a llamarla su corazón y su alma. Ámenla como aquel gran amante de María, san
Bernardo, que amaba tanto a esta dulce madre que la llamaba robadora de corazones,
por lo que el santo, para expresar el ardiente amor que le profesaba, le decía:
“¿Acaso no me has robado el corazón?” Llámenla “su inmaculada”, como la llamaba
san Bernardino de Siena, que todos los días iba a visitar una devota imagen para
declararle su amor con tiernos coloquios que mantenía con su reina; y por eso, a
quien le preguntaba a dónde iba todos los días, le respondía que iba a buscar a
su enamorada. Ámenla cuanto un san Luis Gonzaga, que ardía tanto y siempre en
amor a María, que sólo con oír el dulce nombre de su querida madre al instante
se le inflamaba el corazón y se le encendía el rostro a la vista de todos.
Ámenla cuanto un san Francisco Solano, quien como enloquecido con santa locura
en amor a María, acompañándose con una vihuela, se ponía a cantar coplas de
amor delante de la santa imagen, diciendo que así como los enamorados del
mundo, él le daba la serenata a su amada reina.
Ámenla cuanto la han amado tantos siervos suyos que no sabían qué hacer
para manifestarle su amor. El padre Juan de Trejo, jesuita, se preciaba de
llamarse esclavo de María, y en señal de esclavitud iba con frecuencia a
visitarla en una ermita; y allí, ¿qué hacía? Al llegar derramaba tiernas
lágrimas por el amor que sentía a María; después besaba aquel pavimento
pensando que era la casa de su amada señora. El P. Diego Martínez, de la misma
Compañía, en sus fiestas, se sentía como transportado al cielo a contemplar
cómo allí la celebraban, y decía: “Quisiera tener todos los corazones de los
ángeles y de los santos para amar a María como ellos la aman. Quisiera tener la
vida de todos los hombres para darla por amor a María”. Trabajen otros por
amarla cuanto la amaba Carlos, hijo de santa Brígida, que decía no haber cosa
que le consolara en el mundo como saber que María era tan amada de Dios. Y
añadía que con mucho gusto hubiera aceptado todos los sufrimientos imaginables
con tal de que María no hubiera perdido ni pudiera perder un punto de su
grandeza; y que si la grandeza de María hubiera sido suya, con gusto hubiera
renunciado a ella en su favor por ser María la más digna. Deseen hasta dar la
vida como prueba de amor a María, como lo deseaba san Alonso Rodríguez. Lleguen
finalmente a grabar su nombre en el pecho con agudos hierros, como lo hicieron
el religioso Francisco Binancio y Radagunda, esposa del rey Clotario. Y hasta
impriman con hierros candentes sobre la carne el amado nombre para que quede
mucho más visible y duradero, como lo hicieron en sus transportes de amor sus
devotos Bautista Archinto y Agustín de Espinosa, jesuitas. Hagan por María e
imaginen cuanto puede hacer el más fino amante para expresar su amor a la
persona amada, que no llegarán a amarla como ella los ama. “Señora mía –dice
san Pedro Damiano-, ya sé que eres amabilísima y nos amas con amor
insuperable”. Sé, señora mía, venía a decir, que nos amas con tal amor que no
se deja vencer por ningún otro amor. Estaba una vez san Alonso Rodríguez a los pies
de una imagen de María y sintiéndose inflamado de amor hacia la santísima Virgen,
rompió a decir: “Madre mía amantísima, ya sé que me amas, pero no me amas tanto
como yo a ti”. Pero María, como sintiéndose herida en punto de amor, le respondió
desde la imagen: “¿Qué dices, Alonso, qué dices? ¡Cuánto más grande es el amor
que te tengo que el que tú me tienes!. No hay tanta distancia del cielo a la
tierra como de mi amor al tuyo”.
Razón tiene san Buenaventura al exclamar: “¡Bienaventurados los corazones
que aman a María! ¡Bienaventurados los que la sirven fielmente!” ¡Dichosos los
que tienen la fortuna de ser fieles servidores y amantes de esta Madre llena de
amor! Sí, porque la reina, agradecida más que nadie, no se deja superar por el
amor de sus devotos. María, imitando en esto a nuestro amorosísimo redentor Jesucristo,
con sus beneficios y favores, devuelve centuplicado su amor a quien la ama.
Exclamaré con el enamorado san Anselmo: “¡Que desfallezca mi corazón en
constante amor a ti! ¡Que se derrita mi alma!” Arda siempre por ti mi corazón y
se consuma del todo en tu amor el alma mía, mi amado salvador Jesús y mi amada madre
María. Y ya que sin vuestra gracia no puedo amaros, concededme, Jesús y María,
por vuestros méritos, que no por los míos, que s ame cuanto merecéis. Dios mío,
enamorado de los hombres, has podido morir por tus enemigos, ¿y vas a negar a
quien te lo pide la gracia de amarte y amar a tu Madre santísima?
EJEMPLO
Muerte santa de una pastorcilla Narra el P. Auriema que una pobra
pastorcilla que guardaba su rebaño amaba tanto a María, que toda su delicia
consistía en ir a la ermita de nuestra Señora que había en el monte y estarse
allí, mientras pastaba el rebaño, hablando y haciendo homenajes a su amada
Madre. Como la imagen, que era de talla, estaba desprovista de adornos, como
pudo le hizo un manto. Otro día, con flores del campo hizo una guirnalda y
subiendo sobre el altar puso la corona a la Virgen , diciendo: “Madre mía, bien quisiera
ponerte corona de oro y piedras preciosas, pero como soy pobre recibe de mí
esta corona de flores y acéptala en señal del amor que te tengo”. Con éstos y
otros obsequios procuraba siempre esta devota jovencita servir y honrar a su
amada Señora.
Pero veamos cómo recompensó esta buena Madre las visitas y el amor de esta
hija suya. Cayó la joven pastorcita gravemente enferma, y sucedió que dos
religiosos pasaban por aquellos parajes. Cansados del viaje, se pusieron a
descansar bajo un árbol. Uno de ellos dormía, pero ambos tuvieron la misma
visión. Vieron una comitiva de hermosísimas doncellas, entre las que descollaba
una en belleza y majestad. “¿Quién eres, señora, y dónde vas por estos
caminos?”, le preguntó uno de los religiosos a la doncella de sin igual
majestad. “Soy la Madre
de Dios –le respondió- que voy con estas santas vírgenes a visitar a una
pastorcilla que en la próxima aldea se halla moribunda y que tantas veces me ha
visitado”. Dicho esto, desapareció la visión. Los dos buenos siervos de Dios se
dijeron: “Vamos nosotros también a visitarla”. Se pusieron en camino y pronto
encontraron la casita y a la pastorcita en su lecho de paja. La saludaron y ella
les dijo: “Hermanos, rogad a Dios
que os haga ver la compañía que me asiste”. Se arrodillaron y vieron a
María que estaba junto a la moribunda con una corona en la mano y la consolaba.
Luego las
santas vírgenes de la comitiva iniciaron un canto dulcísimo. En los
transportes de tan celestial armonía y mientras María hacía ademán de colocarle
la corona, la bendita alma de la pastorcita abandonó su cuerpo yendo con María
al paraíso.
ORACIÓN PARA ALCANZAR EL AMOR DE MARÍA
¡María, tú robas los corazones!
Señora, que con tu amor y tus beneficios
robas los corazones de tus siervos,
roba también mi pobre corazón
que tanto desea amarte.
Con tu belleza has enamorado a Dios
y lo has atraído del cielo a tu seno.
¿Viviré sin amarte, madre mía?
No quiero descansar hasta estar cierto
de haber conseguido tu amor,
pero un amor constante y tierno
hacia ti, madre mía,
que tan tiernamente me has amado
aun cuando yo era tan ingrato.
¿Qué sería de mí, María,
si tú no me hubieras amado
e impetrado tantas misericordias?
Si tanto me has amado cuando no te amaba,
cuánto confío en tu bondad ahora que te amo.
Te amo, madre mía,
y quisiera un gran corazón que te amara
por todos los infelices que no te aman.
Quisiera una lengua
que pudiera alabarte por mil,
y dar a conocer a todos tu grandeza,
tu santidad, tu misericordia
y el amor con que amas a los que te quieren.
Si tuviera riquezas,
todas quisiera gastarlas en honrarte.
Si tuviera vasallos,
a todos los haría tus amantes.
Quisiera, en fin, si falta hiciera,
dar por ti y por tu gloria hasta la vida.
Te amo, madre mía, pero al tiempo
temo no amarte cual debiera
porque oigo decir que el amor
hace, a los que se aman, semejantes.
Y si yo soy de ti tan diferente,
triste señal será de que no te amo.
¡Tú tan pura y yo tan sucio!
¡Tú tan humilde y yo tan soberbio!
¡Tú tan santa y yo tan pecador!
Pero esto tú lo puedes remediar, María.
Hazme semejante a ti pues que me amas.
Tú eres poderosa para cambiar corazones;
toma el mío y transfórmalo.
Que vea el mundo lo poderosa que eres
a favor de aquellos que te aman.
Hazme digno de tu Hijo, hazme santo.
Así lo
espero, así sea.
BENDITA SEA TU PUREZA
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza. A Ti celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día, alma vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía. Amén.
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