sábado, noviembre 14, 2015

13 de Noviembre

Mes de María Inmaculada


ACORDAOS
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se
ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza,
a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benigna mente. Amén

3. María, Madre nuestra por su dolor al pie de la cruz
El segundo momento en que María nos engendró a la gracia fue cuando en
el Calvario ofreció al eterno Padre, con tanto dolor la vida de su amado Hijo por nuestra salvación. Es entonces, asegura san Agustín, cuando habiendo cooperado con su amor para que los fieles nacieran a la vida de la gracia, se hizo igualmente con esto madre espiritual de todos nosotros, que somos miembros de nuestra cabeza, Jesús. Es lo mismo que significa lo que dice la Virgen de sí misma en el Cantar de los cantares: “Pusiéronme a guarda de viñas; y mi propia viña no guardé” (Ct 1, 5). María, por salvar nuestras almas, consintió que se sacrificara la vida de su Hijo. ¿Y quién era el alma de María sino su Jesús, que era su vida y todo su amor? Por esto le anunció el anciano Simeón que un día su bendita alma se vería traspasada de una espada muy dolorosa. “Y tu misma alma será traspasada por una espada de dolor” (Lc 2, 35). Esa espada fue la lanza que traspasó el costado de Cristo, que era el alma de María. En aquella ocasión, con sus dolores, nos dio a luz para la vida eterna, por lo que todos podemos llamarnos hijos de los dolores de María. Nuestra madre amorosísima estuvo siempre y del todo unida a la voluntad de Dios, por lo que –dice san Buenaventura- siendo ella el amor del eterno Padre hacia los hombres que aceptó la muerte de su Hijo por nuestra salvación, y el amor del Hijo al querer morir por nosotros para identificarse con este amor excesivo del Padre y del Hijo hacia los hombres, ella también, con todo su corazón, ofreció y consintió que su Hijo muriera para que todos nos salváramos. Es verdad que Jesús, al morir por la redención del género humano, quiso ser solo. “Yo solo pisé el lagar” (Is 63, 3); pero conociendo el gran deseo de María de dedicarse ella también a la salvación de los hombres, dispuso que también ella, con el sacrificio y con el ofrecimiento de la vida de Jesús, cooperase a nuestra salvación y así llegara a ser madre de nuestras almas. Esto es aquello que quiso manifestar
nuestro Salvador cuando, antes de expirar, mirando desde la cruz a la madre y al discípulo Juan que estaba a su lado, dijo a María: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 26); como si le dijese: Este es el hombre que por el ofrecimiento que tú has hecho de mi vida por su salvación, ahora nace a la gracia. Y después, mirando al discípulo dijo: “He ahí a tu madre” (Jn 19, 27). Con cuyas palabras, dice san Bernardino de Siena, María quedó convertida no sólo en madre de Juan, sino de todos los hombres, en razón del amor que ella les tuvo. Por eso –advierte Silveiraque el mismo san Juan, al anotar este acontecimiento en el Evangelio, escribe: “Después dijo al discípulo: He aquí a tu madre”. Hay que anotar que Jesucristo no le dijo esto a Juan, sino al discípulo, para demostrar que el Salvador asignó a María por madre de todos los que siendo cristianos llevan el nombre de discípulos suyos.

BENDITA SEA
TU PUREZA
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza. A Ti celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día, alma vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes,
Madre mía. Amén

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