El tiempo de Pasión, que hoy comenzamos, es una preparación inmediata a la gran Fiesta de la Pascua del Señor; este periodo dura dos semanas: “La semana de Pasión y la Semana Santa o Semana Mayor”. Es un periodo corto, pero destinado a meditar los sufrimientos, las humillaciones y la muerte en Cruz del Redentor. El misterio de la Pasión es la verdadera causa meritoria, y el precio del rescate de la humanidad. Jesucristo aparece como el “Varón de dolores”; se nos recuerda también su inocencia y santidad.
El Evangelio nos propone aquellas palabras que únicamente podía pronunciar Jesús, y que jamás nadie como él podrá repetir: “¿Quién de vosotros podrá acusarme de pecado?” (Juan 8,46). El tiempo de Pasión está dedicado a la veneración y al culto de la Cruz, estandarte de Cristo el divino rey, única esperanza, ya que del árbol de la Cruz a procedido la vida de las almas.
Desde hoy, hasta el sábado Santo las imágenes sagradas estarán cubiertas con velos morados, signo del luto y el duelo de la Iglesia porque se acerca la muerte del salvador del mundo. Se suprime el Salmo 42 en la Misa y los Glorias, no sonará el Órgano hasta el Sábado Santo a la noche, a excepción del Jueves Santos, que se toca en la Santa Misa hasta el Gloria.
Aprovechemos este tiempo para convertirnos de corazón y dejar que la salvación de Cristo obre en nuestras vidas; la Madre Dolorosa, la Siempre Virgen junto a la Cruz nos haga profundizar estos misterios.
(Evangelio según San Juan capítulo 8 versículos del 46 al 59)
Homilía de San Gregorio Papa.
Considerad, hermanos muy queridos, la mansedumbre de Dios. Había venido para perdonar los pecados, y decía: “¿Quién de vosotros podrá acusarme de pecado?” No se desdeña demostrar con razonamientos que él no era pecador, el mismo por el poder de su divinidad, podía justificar a los pecadores...La Verdad (Cristo) manda que deseemos la patria celestial, que mortifiquemos los deseos de la carne...pues hay no pocos que ni se dignan a escuchar con los oídos corporales los mandamientos de Dios. Y también existen no pocos, que a la verdad escuchan estos preceptos con los oídos corporales, pero no tienen el menor deseo de practicarlos. Y hay también algunos, que reciben con buena voluntad las palabras de Dios, de tal suerte que arrepentidos derraman lagrimas, más después de haber llorados sus pasadas maldades vuelven a ellas. Estos, a la verdad, no oyen las palabras de Dios, ya que no se dignan ponerlas en obras. Vosotros, estimados hermanos, considerad vuestra vida, y con profunda tención, temed lo que nos dice la misma Verdad: “por esto vosotros no oís, porque no sois de Dios”.
San Agustín, en su Homilía nos recuerda: los enemigos de Cristo se vieron culpables de un gran crimen, al dar la muerte, al mismo que habían de venerar y adorar; les parecía imposible expiar este crimen. A la verdad era un gran pecado cuya consideración les movía a desesperación; pero no debían desesperar aquellos en favor de los cuales el Señor pendiente en la Cruz, se había dignado orar.
Pues había dicho: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Entre muchos extraños veía a algunos de los suyos, y pedía perdón para los que le insultaban. No atendía a que ellos le daban la muerte, sino a que por ellos moría.
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