jueves, junio 06, 2013

Mes de Junio Dedicado al Sagrado Corazón de Jesús


Cada Día
Acto de Contrición

¡Dulcísimo Corazón de Jesús, que en este Divino Sacramento estás vivo e inflamado de amor por nosotros! Aquí nos  tenéis en vuestra presencia, pidiéndonos perdón de nuestra culpa e implorando vuestra misericordia. Nos pesa ¡oh buen Jesús! de haberos ofendido, por ser Vos tan bueno que no merecéis tal ingratitud. Concedednos luz y gracia para meditar vuestras virtudes y formar según ellas nuestros pobre corazón. Amén.

Día 6

EL SAGRADO CORAZÓN
MODELO DE MANSEDUMBRE 


I

Admira hoy, alma mía, la suma mansedumbre y benignidad de este adorabilísimo Corazón. Nunca dejó de mostrarse manso y cariñoso, para que en El aprendieses tú los encantos de esta celestial virtud. Con este carácter lo habían ya de antemano retratado los Profetas; con este mismo lo vieron después y nos lo retrataron los Evangelistas.
Mira cómo trata a los pobres e ignorantes, cómo recibe a los pecadores, cómo acaricia a los niños. Muy contadas veces se pinta el enojo en su rostro, para darnos a entender que si en la indignación es buena alguna vez, casi siempre con preferibles la suavidad y mansedumbre. No se notan en El ademanes imperiosos, ni se les oyen palabras de desdén, ni se le observa malhumor o fastidio.
¡Con que dulzura tolera la rudeza de sus primeros discípulos! ¡Con qué palabras tan suaves alienta a la Magdalena! ¡Qué acentos tan delicados emplea con el mismo apóstol traidor! ¡Con que serena majestad contesta al interrogatorio de Pilatos! 
¡Oh benignidad y mansedumbre del Corazón adorable de nuestro Jesús! ¿A quien no enamoran y atraen tan suaves hechizos? 
Medítese unos minutos

II

No me canso ¡Oh Señor! de admirar en Vos esta delicada virtud. Pero ¡ay! ¡que mi corazón se le hace siempre duro y difícil el practicarla!
Mis palabras, mi rostro, mis ademanes traspasan muy a menudo las reglas de la caridad, que Vos nos habéis impuesto en el trato con nuestros hermanos. La hiel de mi corazón rebosa frecuentemente en mis labios. Trato a mis superiores con altivez, a mis iguales con indiferencia, a mis inferiores con dureza. Soy en la prosperidad altanero, y en la aflicción ceñudo y malhumorado. Confundo muchas veces la viveza del celo con los arranques del amor propio.
Dadme ¡Oh Señor! la dulce caridad y afectuosa mansedumbre, distintivo de los Santos. Sea igual y blanda y serena mi condición, sin arrebatos ni decaimientos, sin ruidosas alegrías, ni enojosas displicencias. Vena mis prójimos en mi rostro y en mis palabras y acciones, la suavísima imagen de vuestro mansísimo corazón.
Dadme esas bellas cualidades, para ganaros con ellas almas que en la tierra os sigan y os amen, y en el cielo os gocen y glorifiquen por toda la eternidad.  

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