domingo, noviembre 13, 2011

13 de Noviembre 2011 Domingo XXII después de Pentecostés

(Evangelio según San Mateo  capítulo 22 versículos del 15 al 21)
Homilía de San Hilario, Obispo.

Con frecuencia se agitan los fariseos, y en vano escudriñan el pasado buscando pretexto para acusar a Jesús. Era imposible, en efecto, hallar ninguna falta ni en sus actos ni en sus palabras; pero su maldad les impulsaba a proseguir sus investigaciones para descubrir algo de qué acusarle. Y como procuraba apartar a todos de los vicios de este mundo y de las supersticiones de las religiones inventadas por los hombres, predicando el reino celestial, le proponen, para tentarle, que resuelva esta cuestión: “¿Es conveniente pagar el tributo al César?”, sondeándole por si acaso atacaba a los poderes de la tierra.

Pero conociendo él los más secretos pensamientos (porque nada hay oculto en el hombre que Dios no vea), manda que le muestren un denario, y pregunta de quién era aquella imagen y aquella inscripción. Los fariseos le respondieron que era del César; y él les contesta: “lo que devuelvan al César lo que es del César”, pero que den también a Dios lo que es de Dios. ¡Oh respuesta verdaderamente admirable y solución perfecta, la de esta sentencia celestial! El Señor concilia tan perfectamente el desprecio de siglo con el honor debido al César, que, obstante obliga a dar al César lo que le pertenece, desliga las almas consagradas a Dios de todos los cuidados y obligaciones del mundo.

Porque si nada nos queda que pertenezca al César, ya no tenemos obligación de darle lo que es suyo. Pero si nos mezclamos en sus cosas, si recurrimos a su poder y nos sometemos a él como mercenarios nos ligamos a la administración de un patrimonio ajeno: no podemos entonces lamentar como una injusticia la obligación de dar al César lo que es del César. Debemos, empero, dar también a Dios lo que le pertenece: nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra voluntad. Porque todas estas cosas de él nos vienen, y por él las conservamos y mejoramos. Es justo, pues, que todas ellas vuelvan por entero a Aquel a quien reconocen  por autor de su ser y de su perfección.

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