(Evangelio según San Mateo capítulo 9 versículos del 1 al 8)
Homilía de San Pedro Crisólogo.
Lo que hemos leído hoy en el Evangelio nos muestra que Jesucristo, por sus actos humanos, obró misterios divinos, y que valiéndose de recursos visibles realizó operaciones invisibles. “Subió a la barca-dice el Evangelista-atravesó el lago y fue a su ciudad”. ¿Por ventura no es él mismo quien, separando las aguas, dejó al descubierto el fondo del mar, para que el pueblo de Israel pasase a pie enjuto entre las olas asombradas, como por un desfiladero? ¿No es él quien allanó debajo de los pies de Pedro las olas embravecidas, de suerte que el líquido elemento ofreciese un apoyo firme a sus plantas?
¿Qué razón tuvo, pues, para no usar en provecho propio de la obediencia del mar, y para servirse de una barca al tratarse de atravesar un lago tan reducido? “Subió a la barca-dice el Evangelio-y atravesó el lago”. Mas ¿qué, hay en esto de extraño, hermanos míos?. Jesucristo vino a sumir nuestras debilidades y a comunicarnos su fuerza, a tomar la que es humano y a cedernos lo que es divino; a recibir injurias a conceder honores; a cargar sobre sí nuestros males y a traernos la salud; porque el médico que no conoce por experiencia propia la enfermedad, no sabe curar, y el que no haya enfermado con el enfermo, no puede devolver la salud.
Si, pues, Jesucristo no hubiera descendido de la altura de sus perfecciones, nada hubiera tenido de común con los hombres; y si no se hubiera sujetado a la condición de nuestra vida corporal, en vano se hubiera revestido de nuestra carne. “Subió a la barca-dice el Evangelio– y atravesó el lago”. El Creador y el Señor del Universo, cuando se hubo reducido por nosotros a las estrecheces de nuestra carne, empezó a tener una patria terrenal, hízose ciudadano judío, y aquel de quien todos los padres han recibido la existencia comenzó a tener padres propios. Hizo todo esto a fin de inventar por el amor, atraer por la caridad, ganar por el afecto y persuadir por la bondad, a los que habrían retraído la autoridad, dispersado el temor y alejado el rigor del poder.