domingo, junio 12, 2011

Domingo de Pentecostés

(Evangelio según San Juan capítulo 14 versículos del 23 al 31)
Homilía de San Gregorio, Papa.

Nos proponemos, hermanos carísimos, ser muy breves en la explicación de las palabras evangélicas, a fin que después podáis deteneros más tiempo en la contemplación de una tan gran solemnidad. Porque hoy el Espíritu Santo, con un inesperado estruendo descendió sobre los discípulos y transformó sus corazones carnales por medio de su amor. Al parecer en su exterior las lenguas de fuego, sus corazones quedaron interiormente inflamados, ya que viendo a Dios bajo el aspecto de fuego, ardieron suavemente en su amor. Porque el Espíritu Santo es amor, por lo cual dice San Juan: “Dios es caridad”. Por tanto, aquel que con toda su alma desea a Dios, ya posee ciertamente al que ama, ya que nadie podría amar a Dios, si no tuviera al que ama.

Si a cualquiera de vosotros se le pregunta, si ama a Dios, con toda confianza y seguridad responderá: Le amo. Pero habéis oído lo que al principio mismo de la lectura evangélica dice la verdad: “si alguno me ama, guardará mi palabra”. De consiguiente, la prueba del amor son las obras. Por esto San Juan, en su Epístola, dice: “El que dice: Amo a Dios, sino guarda sus Mandamientos, este tal es un mentiroso”. Amemos de verdad a Dios, si guardamos sus preceptos; si nos abstenemos de los placeres vedados. Pues aquel que se deja arrastrar por los placeres ilícitos, en verdad no ama a Dios, supuesto que con su voluntad le contradice.

“Y mi Padre le amará, y vendremos a Él, y constituiremos en él nuestra morada” . Pensad, carísimos hermanos, cuán grande sea esta dignidad, de tener en la habitación de nuestra alma la morada del mismo Dios. Ciertamente si en nuestras  casa entrase alguien muy rico o muy poderoso, con toda diligencia la limpiaríamos, a fin de que nada pudiese desagradar al huésped. Purifique, por lo tanto, las manchas de su interior, el que prepara para Dios la habitación de su alma, ya que Dios no puede morar en el alma manchada por el pecado mortal. Mas tened en cuenta lo que dice la Escritura: “Vendremos y haremos nuestra morada en Él”. Es cierto que el Señor viene a los corazones de algunos, y no hace en ellos su morada, ya que si bien mediante la compunción conciben cierto temor de Dios, con todo, al ser tentados se olvidan de que se hayan compungido, y así vuelven a los pecados de tal suerte como si jamás los hubiesen llorado.

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