La fiesta de la Ascensión es una de las más hermosas del año litúrgico, de una alegría dulce, suave y reposada, con dejos de santa tristeza que la hacen aún más simpática al corazón cristiano y contemplativo. Es la inauguración oficial del Cielo por Jesucristo. Conquistólo El con su muerte y resurrección y nos lo brinda a todos como premio regalado de una vida santa, ajustada a su divina Ley. Ir, pues al cielo, debe constituir nuestra ambición y nuestro ideal. Con la esperanza de ir a él y de gozar con él de goces inenarrables y eternos, debemos padecer con paciencia y hasta con amor las miserias de la tierra. ¡Arriba, pues, los corazones! ¡A vivir tan limpiamente, que merezcamos ver y amar a Dios para siempre y gozar con El la eterna bienaventuranza!
“Varones de Galilea, ¿Por qué os asombráis, mirando el cielo? Aleluya: como habéis visto a Jesucristo subiendo al cielo, así vendrá, aleluya. Todas las naciones, aplaudid con vuestras manos, cantad a Dios con voces de regocijo” (Introito de la Santa Misa de la Ascensión)
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