martes, febrero 01, 2011

30 de Enero Domingo cuarto después de Epifanía

(Evangelio según San Mateo capitulo 8 versículos del 23 al 27)
“¡Señor sálvanos, que perecemos!”, es el grito espontaneo que damos en medio de las tentaciones, dificultades, pruebas, desolaciones, sufrimientos y toda clases de cruces.
El único que puede sostenernos y darnos un auxilio eficaz es Dios. Que importante es acudir a quien de manera infalible puede venir en nuestra ayuda.
Como bautizados somos miembros del cuerpo místico de Cristo; arca de salvación; una, santa, católica y apostólica; notas de la romana Iglesia. La cual por cual ser la religión sobrenatural fundada por Jesucristo, está en este mundo sometida en sus miembros que militan a distintas pruebas y dificultades, “…se levanto en el mar recia borrasca…”.
La falta de formación  por parte de la mayoría de los que se dicen católicos, unida a la comodidad de la ignorancia culpable con el agravante de la tibieza, la duda y confusión doctrinal y moral. Nos encontramos con personas extraviadas sin brújula ni guía.
Es un llamado de alerta a valorar y descubrir nuevamente las riquezas espirituales inagotables que Cristo a dejado en su Iglesia: la gracia santificante, que nos da la misma vida de Dios; los sacramentos que son los principales canales de la redención de Cristo, la Santa Misa que actualiza el sacrificio de Cristo en la Cruz.
Tanto la Santa Misa como los sacramentos, celebrados según los ritos tradicionales de la Iglesia, los cuales tiene el sello auténtico e infalible de todos los sucesores de Pedro, los Papas legítimos y católicos, de todos los santos. Manifiestan de manera perfecta la doctrina celestial de la Iglesia en su magisterio autentico y en su jerarquía legitima.
Se preguntaban los Apóstoles “…¿Quién es este, para que los vientos y el mar le obedezcan?...”y respondemos con la fe católica: es Dios, hecho Hombre, el Altísimo Todopoderoso, del cual nadie se burla y en el cual podemos confiar plenamente. Nos ha dado como auxilio poderoso a su Santa Madre y es por eso que confiados nos ponemos bajo su protección, para ser fieles a Cristo y a su Iglesia, viviendo conforme a lo que creemos ya que sino corremos el riesgo de vivir contrariando los principios doctrinales que la Iglesia que siempre ha tenido, fundamentada en las enseñanzas de Jesucristo su divino fundador; corremos el riesgo, como decíamos, de desviarnos.
Es Jesús quien sostiene a su Iglesia, aunque a veces parece estar dormido como en el Evangelio. Ágamos profesión de fe y de adhesión a la Cátedra de Pedro, manifestada en todos los Papas legítimos de la Iglesia, que incondicionalmente, inspirados por el Espíritu Santo han defendido la fe y la moral, y han condenado el error; no amoldándose como modernistas según la ocasión, sino que anclados en la verdad absoluta e inmutable (que no cambia); a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana.   

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