10 de Mayo
V Domingo después de Pascua
(San Juan
capítulo 16, versículos 23 al 30)
Homilía de San
Agustín, Obispo.
Ahora
hemos de tratar de estas palabras del Señor: “En verdad en verdad os digo, que
cuanto pidiere al Padre en mi nombre, os lo concederá”. Ya hemos dicho en las
anteriores explicaciones, al tratar de
las palabras del Señor, respectos de aquellos, que piden algunas cosas al Padre
en nombre de Cristo, y no las reciben, que nos pide en nombre del Salvador
cuando se pide algo contra la salvación, ya que no hemos de fijarnos tan sólo
en el sonido de las letras y sílabas, sino en el significado del sonido. Y esto
debemos tenerlo presente especialmente cuando dice: “En mi nombre”.
Por lo
mismo, el que piense de Cristo lo que no debe pensarse del único Hijo de Dios,
no pide en su nombre, aunque pronuncie el nombre de Cristo, ya que pide en
nombre de aquel de quien piensa cuando pide. Mas aquel que siente de Cristo lo
que debe sentir, este tal pide en su nombre, y recibe lo que pide, sino es
contra su eterna salud. Pero recibe cuanto pude recibir. Algunas gracias no son
rehusadas, más se difieren para ser concedidas en su tiempo oportuno. Así deben
entenderse lo que dice: “Os daré”, para designar con estas palabras aquellos
beneficios que afectan particularmente a los que piden. Ya que todos los Santo
son oídos cuando piden en favor suyo, pero no lo son siempre cuando pidén por
los demás, tanto si son amigos como enemigos, u otros cualesquiera, ya que no
se dijo de cualquier modo: “Dará”, sino “Os dará”.
Hasta
ahora, dice, nada habéis pedido en mi nombre. Pedid, y recibiréis, para que
vuestro gozo sea completo. Esto que llama “gozo completo”, a la verdad no
consiste, en un gozo carnal sino espiritual, y cuando sea tan grande que al
mismo nada se debe añadir, entonces verdaderamente será completo. Todo cuanto
se pida relacionado con la consecución de este gozo, se ha de pedir en nombre
de Cristo, y esto así lo pediremos si comprendemos bien la naturaleza de la
gracia, si el objeto de nuestras peticiones lo constituye la vida
verdaderamente bienaventurada. Pedir cualquier otra cosa es no pedir nada. No
que sea nada absolutamente, sino que en comparación de bien tan grande como es
la bienaventuranza, que reputa como nada.
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