3 de Diciembre
Mes de María Inmaculada
ACORDAOS
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se
ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza,
a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benigna mente. Amén
ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza,
a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benigna mente. Amén
III
María es la reconciliadora de los
pecadores con Dios
1. María tiene por oficio
ejercer la misericordia
La gracia de Dios es un tesoro extremadamente grande y deseable para el
cristiano. El Espíritu Santo lo llama tesoro infinito, porque por medio de la
gracia divina, somos elevados a la dignidad de amigos de Dios: “Es un tesoro
infinito, que a quienes lo han utilizado, los ha hecho partícipes de Dios” (Sb
7, 14). Por eso Jesús, nuestro Dios y Redentor, no dudó en llamar amigos suyos
a los que estaban en gracia: “Vosotros sois mis amigos” (Jn 15, 14). ¡Maldito
es el pecado que arrebata esta bella amistad!: “¡Vuestras iniquidades han
puesto separación entre vosotros y vuestro Dios!” (Is 59, 2). Haciendo al alma
odiosa para Dios, “odiosos son para Dios el impío y su impiedad” (Sal 14, 9),
la transforma de amiga en enemiga de su Señor ¿Qué debe hacer un pecador que,
por desgracia, se ve convertido en enemigo de Dios? Necesita encontrar un
mediador, que le obtenga el perdón y le haga recuperar la divina amistad
perdida. “Consolaos –dice san Bernardo– oh miserables que habéis perdido a
Dios; tu mismo Señor te ha dado el mediador, y éste es su propio Hijo Jesús que
puede obtenerte cuanto desees”. Pero, oh Dios –prosigue el santo– ¿por qué los
hombres han de juzgar severo a este Salvador tan compasivo que por salvarnos ha
entregado su vida? ¿Por qué han de tener por terrible al que es del todo
amable? ¿Qué teméis, pecadores desconfiados? Si estáis atemorizados por haber
ofendido a Dios, sabed que vuestros pecados Jesús los ha clavado en la cruz a
la vez que sus manos traspasadas, y ha satisfecho por ello con su muerte a la
divina justicia, y los ha arrancado de vuestra alma. Estas son sus hermosas
palabras: “Se imagina severo al que es compasivo; terrible al que es amable.
¿Qué teméis, hombres de poca fe? Ya clavó los pecados en la cruz con sus
propias manos”. Pero si aún –añade el santo– temes recurrir a Jesucristo porque
te espanta su Majestad divina, ya que, hecho hombre no deja de ser Dios
¿quieres otro abogado ante este mediador? Recurre a María, porque ella
intercederá por ti ante su Hijo que ciertamente le oirá, y el Hijo intercederá
ante el Padre, que nada puede negar a su Hijo amado. Y concluye san Bernardo:
“Hijitos, ésta es la escala de los pecadores, ésta es mi mayor confianza, ésta
es toda la razón de mi esperanza”. Ésta es la escala de los pecadores, porque
por ella suben de nuevo a la alteza de la gracia divina; ésta es mi suprema
confianza, ésta es toda la razón de mi esperanza.
2. María nos da la paz
El Espíritu Santo hace decir a la Santísima Virgen :
“Yo soy como un muro, y mis pechos como torre desde que fui tan favorecida que
hallé en él la paz” (Ct 8, 10). Yo soy, dice María, la defensa de los que a mí
recurren, y mi misericordia es para ellos como torre de defensa. Para eso he
sido constituida por mi Señor, medianera de paz entre los pecadores y Dios.
“María –dice a este propósito el cardenal Hugo– es la gran reconciliadora que
obtiene de Dios la paz para los enemigos, la salud para los perdidos, el perdón
para los pecadores, la misericordia para los desesperados”. Por eso fue llamada
por su divino Esposo, hermosa como los pabellones de Salomón. En las tiendas de
David sólo se trataba de guerra, mientras que en los pabellones de Salomón se
trataba sólo de paz. Haciéndonos entender con esto el Espíritu santo que esta
Madre de misericordia no trata asuntos de guerra y de venganza contra los
pecadores, sino sólo de paz y perdón de sus culpas.
Por eso fue María prefigurada en la paloma de Noé, que saliendo del
arca volvió trayendo en su pico un ramito de olivo, como señal de paz que Dios
otorgaba a los hombres. Y así lo dice san Buenaventura: “Tú eres la fidelísima
paloma que, interponiéndote ante Dios, has obtenido al mundo perdido la paz y
la salvación. María fue la celestial paloma que trajo al mundo perdido el ramo
de olivo, señal de
misericordia, ya que en ella nos dio a Jesucristo que es la fuente de
la misericordia, habiéndonos obtenido por sus méritos todas las gracias que
Dios nos concede. Y así como por María fue dada al mundo la paz del cielo, como
dice san Epifanio, así, por medio de María se siguen reconciliando los
pecadores con Dios. Por eso san Alberto le hace decir: “Yo soy la paloma de Noé
que trajo a la Iglesia
la paz universal”. También fue figura de María el arco iris que vio san Juan
circundando el trono de Dios: “Y un arco iris alrededor del trono” (Ap 4, 3).
“Este arco iris explica el cardenal
Vitale– es María que asiste siempre al tribunal de Dios para mitigar las sentencias
y los castigos que merecen los pecadores”. Y de este arco iris dice san Bernardino
de Siena, que habló el Señor cuando dijo a Noé: “Pondré el arco iris en las
nubes del cielo y será signo de mi alianza entre mí y entre la tierra... Al
verlo me acordaré de mi Alianza sempiterna” (Gn 9, 13-16). María en verdad
–dice san Bernardino de Siena– es este arco de paz eterna, porque como Dios, a
la vista del arco iris se acuerda de la paz prometida a la tierra, así, ante
las plegarias de María, perdona a los pecadores las ofensas cometidas y hace
con ellos las paces. Por eso es también comparada María con la luna: “Hermosa
como la luna” (Ct 6, 9). Así como la luna –dice san Buenaventura– está entre el
cielo y la tierra, así María se interpone continuamente entre Dios y los
pecadores, para aplacar al Señor e iluminar a los pecadores para que retornen a
Dios.
3. María emplea sus dones en
favor nuestro
Y ésta fue la principal misión que se le confió a María en la tierra,
levantar a las almas privadas de la divina gracia y reconciliarlas con Dios.
“Lleva a pacer tus cabritas” (Ct 1, 8). Así le dice el Señor al crearla. Ya se
sabe que los pecadores son figurados en los cabritos, y que como los elegidos
–figurados en las ovejas– en el juicio final serán colocados a la derecha, así
aquellos, serán colocados a la izquierda. “Pues bien –dice Guillermo de París–
los tales cabritos están confiados a
tus cuidados, excelsa Madre, para que los conviertas en ovejas, y los
que por sus culpas merecían ser lanzados a la izquierda, por tu intercesión,
sean colocados a la derecha”. El Señor reveló a santa Catalina de Siena, que
había creado a esta su amada hija como cebo dulcísimo para atraer a los
hombres, especialmente a los pecadores, y llevarlos a Dios. Y en esto es digna
de notarse la reflexión que hace sobre este pasaje del Cantar de los cantares,
Guillermo abad, cuando dice que Dios recomienda a María el cuidado de sus
cabritos, porque la Virgen
no salva a todos los pecadores, sino a los que le sirven y le honran. Por el
contrario, aquellos que viven en pecado y no la honran con algún obsequio
especial, ni se encomiendan a ella para salir del pecado, ésos no son de los
cabritos de María, y en el Juicio final serán colocados a la izquierda con los
condenados”. Desesperado estaba de su eterna salvación un noble caballero, por
sus muchos pecados, cuando un religioso le animó a recurrir a la Santísima Virgen ,
yendo a visitar una devota imagen en cierta iglesia. Fue el caballero a la
iglesia y, apenas vio la imagen de María, se sintió como invitado por ella a
que se postrara a sus pies y a poner en ella su confianza. Va presuroso, se
postra, quiere besar los pies de la imagen, que era de talla, y María, desde la
imagen le tiende la mano para dársela a besar, y ve en la mano de María este
escrito: “Hijo mío, no desesperes que yo te libraré de tus pecados y de los
temores que te oprimen”. Y se cuenta que al leer aquel pecador tan dulces
palabras, sintió tanto dolor de sus pecados, y sintió tan intenso amor a Dios y
a su dulce Madre que, poco después expiró a los pies de la santa imagen.
¡Cuántos son los pecadores obstinados que cada día atrae hacia Dios
este imán de los corazones!, como ella misma se llamó diciendo a santa Brígida:
“Como el imán atrae al hierro, así atraigo hacia mí los corazones más
endurecidos para reconciliarlos con Dios”. Yo por mi parte podría referir
muchos casos sucedidos en nuestras misiones, en que pecadores que permanecían
duros como el hierro a todas
las predicaciones, al oír el sermón de la misericordia de María, se
compungían y tornaban a Dios. Cuenta san Gregorio que el unicornio es un animal
tan fiero que no hay quien lo pueda cazar; sólo a la voz de una doncella, se
rinde, se acerca y se deja atar por ella sin oponer resistencia. ¡Cuántos
pecadores más fieros que las mismas fieras, que huyen de Dios, a la voz de esta
sublime Virgencita que es María, se acogen a ella y se dejan atar dulcemente
con Dios!
4. María es Madre de Dios
para ejercer la misericordia
Para eso –dice san Juan Crisóstomo– ha sido hecha la Virgen María Madre de
Dios, a fin de que los infelices que por su mala vida no podrían salvarse conforme
a la justicia divina, con su dulce misericordia y con su poderosa intercesión,
obtengan por su medio la salvación eterna. Sí –afirma san Anselmo– ha sido
ensalzada para ser Madre de Dios, más en beneficio de los pecadores que de los
justos, ya que Jesús declaró que había venido a llamar no a los justos sino a
los pecadores. Que por eso canta la
Iglesia : “Al pecador no aborreces, porque sin él no serías la Madre del Redentor”.
Así es como la reconviene amorosamente Guillermo de París: “María,
estás obligada a ayudar a los pecadores, pues todos los dones, gracias y
grandezas –que todas quedan comprendidas en tu dignidad de ser Madre de Dios–
todo, si así es lícito hablar, lo debes a los pecadores, pues para ellos has
sido hallada digna de tener a Dios por Hijo”. Pues si María –concluye san
Anselmo– ha sido hecha Madre de Dios para los pecadores ¿cómo yo, siendo tan
grandes mis pecados podré
desconfiar del perdón? La santa Iglesia nos hace saber en la oración de
la Misa de la
vigilia de la Asunción ,
que la Madre de
Dios ha sido asunta de la tierra al cielo para que interceda por nosotros ante
Dios con absoluta confianza de ser escuchada. Reza la oración: “...A la cual la
has trasladado de este mundo, a fin de que interceda con toda confianza para
que se nos perdonen los pecados”. Por esto san Justino dice que es árbitro: “el
Verbo ha puesto a la Virgen
como árbitro”. Árbitro es lo mismo que apaciguador, a quien las dos partes en
conflicto acuden exponiendo sus razones. Con lo que quiere decir el santo que,
como Jesús es el mediador ante el eterno Padre, así María es la mediadora ante
Jesús, a la cual expone Jesús todos los agravantes que, como juez, tiene en
contra de nosotros.
5. María atiende a todos sin
excepción
San Andrés Cretense llama a María la fianza y seguridad de nuestra, reconciliación
con Dios: “Dándonos el Señor esta prenda, nos ha otorgado la garantía de los
perdones divinos”. Con lo cual quiere significar el santo, que Dios va buscando
la manera de reconciliarse con los pecadores perdonándolos, y para que no
desconfíen del perdón, les ha dado como prenda a María. Por eso la saluda: “Salve,
reconciliadora de Dios con los hombres”. Dios te salve, apaciguadora entre Dios
y los hombres. De aquí toma ocasión san Buenaventura y anima a todos los pecadores
diciéndoles: “Si temes por tus culpas, que Dios, indignado, quiera vengarse de
ti. ¿Qué debes hacer? Vete y recurre a María que es la esperanza de los
pecadores; y si después temes que ella rehúse ponerse de tu parte, has de saber
que ella no puede dejar de defenderte, porque Dios mismo le ha asignado el oficio
de defender a los pecadores”. ¿Cómo podrá perecer –exclama el abad Adán– el
pecador al que la misma madre del juez se ofrece como madre e intercesora? ¿Y
tú, que eres la madre de la misericordia, te desdeñarás de pedir a tu Hijo, que
es el juez, por otro hijo tuyo, que es el pecador? ¿Te negarás tal vez, a
interceder ante el Redentor por un alma redimida por él, que por salvar a los
pecadores ha muerto en la cruz? Ciertamente que no te negarás a ello; antes por
el contrario te empeñarás con todo tu amor en rogar por los que a ti recurren,
sabiendo, como sabes muy bien, que el mismo Señor que ha constituido a tu Hijo
mediador de paz entre Dios y los hombres, al mismo tiempo te ha puesto a ti
como apaciguadora entre el juez y el reo. Inspirado en el mismo pensamiento,
dice san Bernardo: “Dale gracias al que te suministró tan gran intercesora”.
Seas quien seas, pecador, encenagado en el lodazal de tus culpas y aunque hayas
envejecido en el vicio, no desconfíes; da gracias a tu Señor que para tener
misericordia contigo, no sólo te ha dado al Hijo por tu abogado, sino que
además, para darte ánimo y confianza, ha querido darte una mediadora de tal
calidad, que obtiene cuanto quiere con sus plegarias. Ánimo, recurre a María y
te salvarás.
EJEMPLO
Conversión de la infeliz Benita Refieren el B. Alano y Bonifacio, que
vivía en Florencia una joven llamada Benita, pero que más bien merecía llamarse
maldita por la vida escandalosa y deshonesta que llevaba. Para su fortuna llegó
a predicar en una ciudad Santo Domingo, y ella, por mera curiosidad fue a
escucharle. Y el Señor le puso tal compunción en su corazón al oírlo, que
llorando se fue a confesar con el santo. Éste la confesó, la absolvió y le
impuso de penitencia rezar el rosario diariamente. Pero la infeliz, arrastrada
por sus malos hábitos, volvió a su mala vida. Lo supo el santo, y yéndola a
buscar, obtuvo de ella que se confesara de nuevo. Y Dios, para confirmarla en
la virtud, le hizo ver el infierno y en él, algunos que por su culpa se habían
condenado. Después, en un libro abierto, le hizo leer el pavoroso recuento de
sus pecados. Horrorizada la penitente ante semejante visión, acudió a María
para que le ayudase. Y se le dio a entender que esta divina Madre le había
conseguido de Dios espacio de tiempo para llorar todas sus liviandades. Pasada
la visión, Benita se entregó a una vida santa; pero teniendo siempre ante los
ojos aquel terrible proceso que había visto, un día se puso a rezarle así a su consoladora:
“Madre, es verdad que yo, por mis excesos debería estar en lo profundo del
infierno, pero ya que tú, con tu intercesión, me has librado obteniéndome
tiempo de hacer penitencia, te pido esta otra gracia: no quiero dejar nunca de
llorar mis pecados, pero haz que sean borrados de aquel libro”. Hecha esta
oración, se le apareció la
Virgen y le dijo que, para obtener lo que pedía, era necesario
que, en adelante, se acordase de la misericordia que Dios había tenido con ella
y de la Pasión
que su Hijo había sufrido por amor de ella; y que considerase que cuántos, con
menos culpas que ella, se habían condenado... Habiendo obedecido Benita
fielmente a la
Santísima Virgen , un día se le apareció Jesucristo, mostrándole
aquel libro le dijo: Mira, tus pecados están borrados y el libro en blanco: escribe
ahora actos de amor y de virtud. Así lo hizo Benita, llevando una vida santa y
teniendo una santa muerte.
ORACIÓN DE CONFIANZA EN MARÍA
Señora mía, siendo tu oficio
el de mediadora entre los pecadores y Dios,
”ea, pues, abogada nuestra”,
cumple también ese oficio conmigo.
No me digas que mi causa
es muy difícil de ganar;
pues yo sé, como me dicen todos,
que toda causa por desesperada que sea,
si la defiendes tú, jamás se pierde.
Podría temer si sólo mirase
la muchedumbre de mis pecados,
y tú no aceptaras defenderme,
pero al ver tu misericordia inmensa,
y el sumo deseo de ayudar al pecador
que late en tu corazón, nada temo.
¿Quién se perdió jamás
habiendo recurrido a ti?
Por eso te llamo en mi socorro,
mi abogada, mi refugio y mi esperanza.
En tus manos pongo la causa
de mi eterna salvación,
perdida estaba,
pero tú la tienes que ganar.
Gracias le doy siempre al Señor
que me da esta gran confianza en ti,
la cual, a pesar de mis deméritos,
siento que me garantiza la salvación.
Sólo un temor me aflige, amada Reina mía;
y es que yo pueda, por mi descuido
perder esta confianza en ti.
Por eso te ruego, María, Madre mía,
por el amor que tienes a Jesús,
que siempre me conserves y acrecientes
esta confianza en tu intercesión
por la que espero, con toda certeza,
recuperar la amistad divina,
tantas veces por mí despreciada y perdida.
Recuperarla espero por tu medio y conservarla,
hasta llegar, gracias a ti, al Paraíso,
a agradecer y cantar
las misericordias de Dios y tuyas,
por toda la eternidad. Amén.
BENDITA SEA TU PUREZA
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza. A Ti celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día, alma vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía. Amén.
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