lunes, junio 22, 2015

Misioneros del Santísimo Rosario:



Cada Día
Acto de Contrición

¡Dulcísimo Corazón de Jesús, que en este
Divino Sacramento estás vivo e inflamado de amor por

nosotros! Aquí nos  tenéis en vuestra

presencia, pidiéndonos perdón de nuestra culpa e implorando vuestra

misericordia. Nos pesa ¡oh buen Jesús! de haberos ofendido, por ser
Vos tan bueno que no merecéis tal ingratitud. Concedednos

luz y gracia para meditar vuestras virtudes y formar según ellas nuestros pobre

corazón. Amén

Día XXII

                                                CARTA
ENCÍCLICA




MISERENTISSIMUS
REDEMPTOR
DEL SUMO
PONTÍFICE
PÍO XI
SOBRE LA EXPIACIÓN QUE TODOS DEBEN
AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús

3. Y con razón, venerables hermanos; pues
en este faust
ísimo signo y en esta forma de devoción consiguiente, ¿no es verdad que se contiene la suma de toda la
religi
ón y aun la norma de vida más perfecta, como que más expeditamente conduce los ánimos a conocer íntimamente a Cristo Señor Nuestro, y los impulsa a
amarlo m
ás vehementemente, y a imitarlo con más eficacia? Nadie extrañe, pues, que nuestros predecesores incesantemente vindicaran esta
probad
ísima devoción de las recriminaciones de los calumniadores y que
la ensalzaran con sumos elogios y sol
ícitamente la
fomentaran, conforme a las circunstancias.Así, con la gracia de Dios, la devoción de los fieles al Sacratísimo Corazón de Jesús ha ido de día en día creciendo; de aquí aquellas piadosas asociaciones,
que por todas partes se multiplican, para promover el culto al Coraz
ón divino; de aquí la costumbre, hoy ya extendida por todas partes,
de comulgar el primer viernes de cada mes, conforme al deseo de Cristo Jes
ús.

La consagración

4. Mas, entre todo cuanto propiamente atañe al culto del Sacratísimo Corazón, descuella la piadosa y memorable consagración con que nos ofrecemos al Corazón divino de Jesús, con todas nuestras cosas, reconociéndolas como
recibidas de la eterna bondad de Dios. Después que nuestro Salvador, movido más que por su propio derecho,
por su inmensa caridad para nosotros, ense
ñó a la inocentísima discipula de su Corazón, Santa Margarita María, cuánto
deseaba que los hombres le rindiesen este tributo
de devoci
ón, ella fue, con su maestro espiritual, el P. Claudio de la Colombiére,
la primera en rendirlo. Siguieron, andando el tiempo, los individuos
particulares, despu
és las familias
privadas y las asociaciones y, finalmente, los
magistrados, las ciudades y los reinos.
Mas, como en el siglo precedente y en el nuestro,
por las maquinaciones de los imp
íos, se llegó a despreciar el imperio de
Cristo nuestro Se
ñor y a declarar públicamente la guerra a la Iglesia, con leyes y
mociones populares contrarias al derecho divino y a la ley natural, y hasta
hubo asambleas que gritaban:
«No queremos que reine sobre nosotros»(6), Lc 19,14. por esta consagración que decíamos, la voz de todos los amantes del Corazón de Jesús prorrumpía unánime oponiendo acérrimamente, para vindicar su gloria y asegurar sus
derechos:
«Es necesario que Cristo reine(7) 1 Cor 15,25. Venga su reino». De lo cual fue consecuencia feliz que todo el género humano, que por nativo derecho posee Jesucristo, único en quien todas las cosas se restauran(8) Ef 1,10, al empezar
este siglo, se consagra al Sacrat
ísimo Corazón, por nuestro predecesor León XIII, de feliz memoria,
aplaudiendo el orbe cristiano. Comienzos tan faustos y agradables, Nos, como ya
dijimos en nuestra enc
íclica Quas primas, accediendo a los deseos y a las
preces reiteradas y numerosas de obispos y fieles, con el favor de Dios
completamos y perfeccionamos, cuando, al t
érmino del año jubilar, instituimos la fiesta de Cristo Rey y su solemne
celebraci
ón en todo el orbe cristiano. Cuando eso hicimos, no sólo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas,
sobre la sociedad civil y la dom
éstica y sobre cada uno de los hombres, mas también presentimos el júbilo de aquel faustísimo día en que el mundo entero espontáneamente y de buen grado
aceptar
á la dominación suavísima de Cristo Rey. Por esto ordenábamos también que en el día de esta fiesta se renovase
todos los a
ños aquella consagración para conseguir más cierta y abundantemente sus frutos y para unir a los pueblos
todos con el v
ínculo de la caridad cristiana y la conciliación
de la paz en el Corazón de Cristo, Rey de Reyes y Señor de los que dominan.

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