domingo, junio 14, 2015

Misioneros del Santísimo Rosario: Fiesta del Sacratisimo Corazón de Jesús en la capi...

 Cada Día
Acto de Contrición

¡Dulcísimo Corazón de Jesús, que en este
Divino Sacramento estás vivo e inflamado de amor por

nosotros! Aquí nos  tenéis en vuestra

presencia, pidiéndonos perdón de nuestra culpa e implorando vuestra

misericordia. Nos pesa ¡oh buen Jesús! de haberos ofendido, por ser
Vos tan bueno que no merecéis tal ingratitud. Concedednos

luz y gracia para meditar vuestras virtudes y formar según ellas nuestros pobre

corazón. Amén
Día XIV
CARTA ENCÍCLICAa
HAURIETIS AQUAS
DE SU

SANTIDAD
PÍO XII
IV.
HISTORIA DEL CULTO DEL SAGRADO CORAZÓN
25. Hemos querido, venerables
hermanos, proponer a vuestra consideración y a la del pueblo cristiano, en sus
líneas generales, la naturaleza íntima del culto al Corazón de Jesús, y las
perennes gracias que de él se derivan, tal como resaltan de su fuente primera,
la revelación divina. Estamos persuadidos de que estas nuestras reflexiones,
dictadas por la enseñanza misma del Evangelio, han mostrado claramente cómo
este culto se identifica sustancialmente con el culto al amor divino y humano
del Verbo Encarnado, y también con el culto al amor mismo con que el Padre y el
Espíritu Santo aman a los hombres pecadores; porque, como observa el Doctor
Angélico, el amor de las tres Personas divinas es el principio y origen del
misterio de la Redención humana, ya que, desbordándose aquél poderosamente
sobre la voluntad humana de Jesucristo y, por lo tanto, sobre su Corazón
adorable, le indujo con un idéntico amor a derramar generosamente su Sangre
para rescatarnos de la servidumbre del pecado
 [94] Cf. 3. 48, 5: ed. Leon 11 (1903) 467: «Con un
bautismo tengo que ser bautizado, y ¡qué angustias hasta que se cumpla!»
 [95] Lc 12,
50.
Por lo demás, es persuasión
nuestra que el culto tributado al amor de Dios y de Jesucristo hacia el género
humano, a través del símbolo augusto del Corazón traspasado del Redentor
crucificado, jamás ha estado completamente ausente de la piedad de los fieles,
aunque su manifestación clara y su admirable difusión en toda la Iglesia se
haya realizado en tiempos no muy remotos de nosotros, sobre todo después que el
Señor mismo reveló este divino misterio a algunos hijos suyos, y los eligió
para mensajeros y heraldos suyos, luego de haberles colmado con abundancia de
dones sobrenaturales.
De hecho, siempre hubo almas
especialmente consagradas a Dios que, inspiradas en los ejemplos de la excelsa
Madre de Dios, de los Apóstoles y de insignes Padres de la Iglesia, han
tributado culto de adoración, de gratitud y de amor a la Humanidad santísima de
Cristo y en modo especial a las heridas abiertas en su Cuerpo por los tormentos
de la Pasión salvadora.
Y ¿cómo no reconocer en
aquellas palabras «¡Señor mío y Dios mío!»
 [96] Jn 20,
28, pronunciadas por el apóstol Tomás y que revelan su improvisa transformación
de incrédulo en fiel, una clara profesión de fe, de adoración y de amor, que de
la humanidad llagada del Salvador se elevaba hasta la majestad de la Persona
Divina?
Mas si el Corazón traspasado
del Redentor siempre ha llevado a los hombres a venerar su infinito amor por el
género humano, porque para los cristianos de todos los tiempos han tenido
siempre valor las palabras del profeta Zacarías, que el evangelista san Juan
aplicó a Jesús Crucificado: «Verán a Quien traspasaron»
 [97] Ibíd. 19, 37; cf. Zac 12,
10, obligado es, sin embargo, reconocer que tan sólo poco a poco y
progresivamente llegó ese Corazón a constituir objeto directo de un culto
especial, como imagen del amor humano y divino del Verbo Encarnado.
Santos,
Santa Margarita María
26. Si queremos indicar
siquiera las etapas gloriosas recorridas por este culto en la historia de la
piedad cristiana, precisa, ante todo, recordar los nombres de algunos de
aquellos que bien se pueden considerar como los precursores de esta devoción
que, en forma privada, pero de modo gradual, cada vez más vasto, se fue
difundiendo dentro de los Institutos religiosos. Así, por ejemplo, se
distinguieron por haber establecido y promovido cada vez más este culto al
Corazón Sacratísimo de Jesús: san Buenaventura, san Alberto Magno, santa
Gertrudis, santa Catalina de Siena, el beato Enrique Suso, san Pedro Canisio y
san Francisco de Sales. San Juan Eudes es el autor del primer oficio litúrgico
en honor del Sagrado Corazón de Jesús, cuya fiesta solemne se celebró por
primera vez, con el beneplácito de muchos Obispos de Francia, el 20 de octubre
de 1672.
Pero entre todos los promotores
de esta excelsa devoción merece un puesto especial Santa Margarita María
Alacoque, porque su celo, iluminado y ayudado por el de su director espiritual
—el beato Claudio de la Colombiere—, consiguió que este culto, ya tan
difundido, haya alcanzado el desarrollo que hoy suscita la admiración de los
fieles cristianos, y que, por sus características de amor y reparación, se
distingue de todas las demás formas de la piedad cristiana
 [98] Cf. litt. enc. Miserentissimus
Redemptor
: AAS 20 (1928) 167-168.
Basta esta rápida evocación de
los orígenes y gradual desarrollo del culto del Corazón de Jesús para
convencernos plenamente de que su admirable crecimiento se debe principalmente
al hecho de haberse comprobado que era en todo conforme con la índole de la religión
cristiana, que es la religión del amor.
No puede decirse, por
consiguiente, ni que este culto deba su origen a revelaciones privadas, ni cabe
pensar que apareció de improviso en la Iglesia; brotó espontáneamente, en almas
selectas, de su fe viva y de su piedad ferviente hacia la persona adorable del
Redentor y hacia aquellas sus gloriosas heridas, testimonio el más elocuente de
su amor inmenso para el espíritu contemplativo de los fieles. Es evidente, por
lo tanto, cómo las revelaciones de que fue favorecida santa Margarita María
ninguna nueva verdad añadieron a la doctrina católica. Su importancia consiste
en que —al mostrar el Señor su Corazón Sacratísimo— de modo extraordinario y
singular quiso atraer la consideración de los hombres a la contemplación y a la
veneración del amor tan misericordioso de Dios al género humano. De hecho,
mediante una manifestación tan excepcional, Jesucristo expresamente y en
repetidas veces mostró su Corazón como el símbolo más apto para estimular a los
hombres al conocimiento y a la estima de su amor; y al mismo tiempo lo
constituyó como señal y prenda de su misericordia y de su gracia para las
necesidades espirituales de la Iglesia en los tiempos modernos.

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