sábado, mayo 16, 2015

 17 de mayo
Domingo
después de la Ascensión
(San Marcos capítulo 16, versículos
14 al 20)
Homilía de San Gregorio, Papa
El Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, subió al cielo y está sentado
a la diestra de Dios. Sabemos por el Antiguo Testamento que Elías fue
arrebatado al cielo. Pero una cosa es el cielo aéreo y otra cosa el etéreo. El
cielo aéreo está próximo a la tierra; por lo cual decimos las aves del cielo,
porque vemos que vuelan en el aire. Elías fue elevado al cielo aéreo, para ser
conducido en seguida a cierta región oculta de la tierra, en la cual viviese
con grande paz de alma y de cuerpo, hasta que vuelva al fin del mundo para
pagar el tributo a la muerte. Su muerte fue aplazada y no quedó libre de ella.
Para nuestro Redentor no fue aplazada: la superó y la destruyó con su resurrección,

y la gloria de su resurrección lo manifestó subiendo al cielo.
Débese advertir, según leemos, Elías subió con una carroza, a fin de demostrar
claramente que siendo soló hombre necesitaba del auxilio ajeno. Los Ángeles
fueron sus auxiliadores ya que ni al cielo aéreo podía subir por sí mismo,
estando impedido por el peso de naturaleza. Pero de nuestro Redentor no leemos
que fuese elevado por una carroza, ni por los Ángeles, porque aquel que todo lo
había creado por sí mismo se elevaba sobre todas las cosas. Volvía donde ya
estaba; regresaba allí donde había permanecido pues al subir con su humanidad
al cielo, por su divinidad contenía juntamente el cielo y tierra.
Así como José, vendido por sus hermanos, prefiguró la venta de nuestro Redentor,
así Henoc trasladado y Elías elevado al cielo aéreo, designaron ambos la
Ascensión del Señor. De el Señor tuvo ascensión prenuncios y testigos, unos
antes de la Ley, y el otro en tiempo de la Ley, hasta que finalmente viniese
aquel que verdaderamente podía entrar en los cielos. Por eso mismo, la elevación
de ambos se distingue por cierta gradación. Pues Henoc fue trasladado, y Elías
elevado al cielo, a fin que últimamente viniese aquel que ni fue trasladado ni
elevado, sino que penetrase en los cielos con su propia virtud

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