domingo, octubre 02, 2011

Domingo XVI después de Pentecostés, Solemnidad de la Santísima Virgen del Rosario

(Evangelio según San Lucas capítulo 1 versículos del 26 al 38)
Homilía de San Bernardo, Abad.

Para mayor gloria de su gracia y para confusión de la humana sabiduría, dignóse el Señor encarnarse en una mujer, si bien dejándola Virgen. Hízolo para restablecer la semejanza mediante un ser semejante para curara lo contrario con lo contrario, para arrancar una espina envenenada y destruir con su soberano poder el decreto del pecado. Eva había sido la espina; María fue la rosa. Ea, fue la espina que nos hirió; María, la rosa que se atrajo el afecto de todos. Si Eva fue espina inoculando a todos la muerte, María fue rosa curando a todos. María fue una rosa blanca por la virginidad y encarnada por la caridad; blanca por la castidad de su cuerpo y encarnada por el fervor de su espíritu; blanca al ir en persecución de la virtud, encarnada al hollar con sus plantas los vicios; blanca por la pureza de sus afectos, encarnada por la mortificación de su carne; blanca amando a Dios, encarnada compadeciendo al prójimo.

“El Verbo se ha hecho carne”, y habita ya entre nosotros. Habita en nuestra memoria, en nuestro pensamiento, y desciende hasta nuestra misma imaginación ¿de que modo, me preguntáis? Yaciendo en el Pesebre, reposando sobre un regazo virginal, predicando en la montaña, y pasando las noches en oración, y dejándose colgar de la Cruz y desfigurar por la muerte; “libre de entre los muertos”, y reinando en el Limbo; resucitando al tercer día, mostrando a los Apóstoles las hendiduras de los clavos, señales de su victoria y subiendo por último en su presencia en lo más alto de los cielos. Al pensar en cualquiera de estos misterios, pienso en Dios, al cual, por todos ellos, puedo llamar mi Dios. Tengo por sabiduría el meditarlos y por prudencia el suscitar su dulce recuerdo, ya que viene a ser como la almendra del fruto producido con gran abundancia  por la vara de Aarón, aquella vara que María recibió de lo más alto de los cielos para enriquecernos a nosotros con sus frutos. Porque fue en las regiones más elevadas, más arriba de las regiones angélicas, donde María recibió el Verbo, del mismo seno del Padre.   

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