(Evangelio según San Lucas capítulo 17 versículos del 11 al 19)
Homilía de San Agustín, Obispo.
Acerca de los diez leproso que el Señor curó, diciéndoles: “Id, mostraos a los sacerdotes”, puedo uno preguntarse porque habiéndoles enviado él a los sacerdotes, quiso que quedasen curados en el camino. Con excepción de los leprosos, no vemos que enviase jamás a los sacerdotes a ninguno de los que le debieran la curación corporal. Porque también había limpiado de la lepra a aquel a quien dijo: “ Anda, preséntate a los sacerdotes y ofrece por ti el sacrificio que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio”. Preciso es, pues, investigar lo que significa en sí la lepra. El Evangelio no dice de los que de ella fueron libertados, que fueran curados, sino purificados; es que, en efecto, la lepra altera el color de la piel sin privar ordinariamente de la salud o de la integridad de las sentidos y de los miembros.
Así pues, no sin razón pueden considerarse leprosos, aquellos que, privados de la ciencia de la verdadera fe, profesan las doctrinas variadas y cambiantes del error. Porque no ocultan su ignorancia, sino que la manifiestan a la luz del día, como si fuera una ciencia superior, y la exponen en discursos llenos de jactancia.
Ahora bien, no hay falsa doctrina que no contenga alguna mezcla de verdad. Pues esa mezcla confusa de verdades y errores que se puede observar en una misma controversia o relación humana, como matices diversos en la coloración del mismo cuerpo, es representada por la lepra, que macula por modo desigual los cuerpos humanos como tintes de verdaderos y falsos colores.
La Iglesia, de tal manera debe de apartar de sí esta especie de leprosos que, a ser posible, al verse apartados por ella de los demás, se sientan movidos a llamar con grandes voces a Jesucristo, como aquellos diez leprosos “que manteniéndose alejados de él; gritáronle, diciendo: Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros”. El mismo nombre de “Maestro”, que no consta lo hubiese dado al Señor ningún otro de los que le pidieron la salud corporal, demuestra suficientemente que la lepra es figura de la falsa doctrina, de cuya mancha corresponde sólo a un buen maestro el purificarnos.
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