Cada Día
Acto de Contrición
¡Dulcísimo Corazón de Jesús, que en este
Divino Sacramento estás vivo e inflamado de amor por
nosotros! Aquí nos tenéis en vuestra
presencia, pidiéndonos perdón de nuestra culpa e implorando vuestra
misericordia. Nos pesa ¡oh buen Jesús! de haberos ofendido, por ser
Vos tan bueno que no merecéis tal ingratitud. Concedednos
luz y gracia para meditar vuestras virtudes y formar según ellas nuestros pobre
corazón. Amén
Divino Sacramento estás vivo e inflamado de amor por
nosotros! Aquí nos tenéis en vuestra
presencia, pidiéndonos perdón de nuestra culpa e implorando vuestra
misericordia. Nos pesa ¡oh buen Jesús! de haberos ofendido, por ser
Vos tan bueno que no merecéis tal ingratitud. Concedednos
luz y gracia para meditar vuestras virtudes y formar según ellas nuestros pobre
corazón. Amén
Día X
CARTA ENCÍCLICA
HAURIETIS AQUAS
DE SU
SANTIDAD
SANTIDAD
PÍO XII
SOBRE
III.
CONTEMPLACIÓN DEL AMOR DEL CORAZÓN DE JESÚS
CONTEMPLACIÓN DEL AMOR DEL CORAZÓN DE JESÚS
19. Pero particularmente se conmovió de amor y de temor su
Corazón, cuando ante la hora ya tan inminente de los crudelísimos padecimientos
y ante la natural repugnancia a los dolores y a la muerte, exclamó: «Padre mío,
si es posible, pase de mí este cáliz» [63] Ibíd. 26, 39; vibró luego con invicto amor y con
amargura suma, cuando, aceptando el beso del traidor, le dirigió aquellas
palabras que suenan a última invitación de su Corazón misericordiosísimo al
amigo que, con ánimo impío, infiel y obstinado, se disponía a entregarlo en
manos de sus verdugos: «Amigo, ¿a qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al
Hijo del hombre?» [64] Ibíd. 26, 50; Lc 22, 48; en cambio, se
desbordó con regalado amor y profunda compasión, cuando a las piadosas mujeres,
que compasivas lloraban su inmerecida condena al tremendo suplicio de la cruz,
las dijo así: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras
mismas y por vuestros hijos..., pues si así tratan al árbol verde, ¿en el seco
qué se hará?»[65]
Lc 23, 28. 31.
Corazón, cuando ante la hora ya tan inminente de los crudelísimos padecimientos
y ante la natural repugnancia a los dolores y a la muerte, exclamó: «Padre mío,
si es posible, pase de mí este cáliz» [63] Ibíd. 26, 39; vibró luego con invicto amor y con
amargura suma, cuando, aceptando el beso del traidor, le dirigió aquellas
palabras que suenan a última invitación de su Corazón misericordiosísimo al
amigo que, con ánimo impío, infiel y obstinado, se disponía a entregarlo en
manos de sus verdugos: «Amigo, ¿a qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al
Hijo del hombre?» [64] Ibíd. 26, 50; Lc 22, 48; en cambio, se
desbordó con regalado amor y profunda compasión, cuando a las piadosas mujeres,
que compasivas lloraban su inmerecida condena al tremendo suplicio de la cruz,
las dijo así: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras
mismas y por vuestros hijos..., pues si así tratan al árbol verde, ¿en el seco
qué se hará?»[65]
Lc 23, 28. 31.
Finalmente, colgado ya en la cruz el Divino Redentor, es
cuando siente cómo su Corazón se trueca en impetuoso torrente, desbordado en
los más variados y vehementes sentimientos, esto es, de amor ardentísimo, de
angustia, de misericordia, de encendido deseo, de serena tranquilidad, como se
nos manifiestan claramente en aquellas palabras tan inolvidables como
significativas: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» [66] Ibíd. 23, 34; «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?» [67] Mt 27,
46; «En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso» [68] Lc 23,
43; «Tengo sed» [69] Jn 19,
28; «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» [70 Lc 23, 46].
cuando siente cómo su Corazón se trueca en impetuoso torrente, desbordado en
los más variados y vehementes sentimientos, esto es, de amor ardentísimo, de
angustia, de misericordia, de encendido deseo, de serena tranquilidad, como se
nos manifiestan claramente en aquellas palabras tan inolvidables como
significativas: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» [66] Ibíd. 23, 34; «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?» [67] Mt 27,
46; «En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso» [68] Lc 23,
43; «Tengo sed» [69] Jn 19,
28; «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» [70 Lc 23, 46].
Eucaristía, María, Cruz
20. ¿Quién podrá dignamente describir los latidos del Corazón
divino, signo de su infinito amor, en aquellos momentos en que dio a los
hombres sus más preciados dones: a Sí mismo en el sacramento dela Eucaristía , a su Madre
Santísima y la participación en el oficio sacerdotal?
divino, signo de su infinito amor, en aquellos momentos en que dio a los
hombres sus más preciados dones: a Sí mismo en el sacramento de
Santísima y la participación en el oficio sacerdotal?
Ya antes de celebrar la última cena con sus discípulos, sólo
al pensar en la institución del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, con
cuya efusión había de sellarsela Nueva Alianza , en su Corazón sintió intensa
conmoción, que manifestó a sus apóstoles con estas palabras: «Ardientemente he
deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» [71]; Ibíd. 22, 15 conmoción que, sin duda, fue aún más
vehemente cuando «tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a ellos,
diciendo: "Este es mi cuerpo, el cual se da por vosotros; haced esto en
memoria mía". Y así hizo también con el cáliz, luego de haber cenado, y
dijo: "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derramará por
vosotros"» [72] Ibíd. 22, 19-20.
al pensar en la institución del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, con
cuya efusión había de sellarse
conmoción, que manifestó a sus apóstoles con estas palabras: «Ardientemente he
deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» [71]; Ibíd. 22, 15 conmoción que, sin duda, fue aún más
vehemente cuando «tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a ellos,
diciendo: "Este es mi cuerpo, el cual se da por vosotros; haced esto en
memoria mía". Y así hizo también con el cáliz, luego de haber cenado, y
dijo: "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derramará por
vosotros"» [72] Ibíd. 22, 19-20.
Con razón, pues, debe afirmarse que la divina Eucaristía,
como sacramento por el que El se da a los hombres y como sacrificio en el que
El mismo continuamente se inmola desde el nacimiento del
sol hasta su ocaso [73] Mal 1,
11, y también el Sacerdocio, son clarísimos dones del Sacratísimo Corazón de
Jesús.
como sacramento por el que El se da a los hombres y como sacrificio en el que
El mismo continuamente se inmola desde el nacimiento del
sol hasta su ocaso [73] Mal 1,
11, y también el Sacerdocio, son clarísimos dones del Sacratísimo Corazón de
Jesús.
Don también muy precioso del sacratísimo Corazón es, como
indicábamos,la
Santísima Virgen , Madre excelsa de Dios y Madre nuestra
amantísima. Era, pues, justo fuese proclamada Madre espiritual del género
humano la que, por ser Madre natural de nuestro Redentor, le fue asociada en la
obra de regenerar a los hijos de Eva para la vida de la gracia. Con razón
escribe de ella san Agustín: «Evidentemente Ella esla Madre de los miembros del
Salvador, que somos nosotros, porque con su caridad cooperó a que naciesen enla Iglesia los fieles, que
son los miembros de aquella Cabeza» [74] De sancta virginitate 6 PL 40, 399.
indicábamos,
Santísima Virgen
amantísima. Era, pues, justo fuese proclamada Madre espiritual del género
humano la que, por ser Madre natural de nuestro Redentor, le fue asociada en la
obra de regenerar a los hijos de Eva para la vida de la gracia. Con razón
escribe de ella san Agustín: «Evidentemente Ella es
Salvador, que somos nosotros, porque con su caridad cooperó a que naciesen en
son los miembros de aquella Cabeza» [74] De sancta virginitate 6 PL 40, 399.
Al don incruento de Sí mismo bajo las especies del pan y del
vino quiso Jesucristo nuestro Salvador unir, como supremo testimonio de su amor
infinito, el sacrificio cruento dela Cruz. Así daba ejemplo de aquella sublime caridad
que él propuso a sus discípulos como meta suprema del amor, con estas palabras:
«Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos» [75] Jn 15, 13. De donde el amor de Jesucristo, Hijo de
Dios, revela en el sacrificio del Gólgota, del modo más elocuente, el amor
mismo de Dios: «En esto hemos conocido la caridad de Dios: en que dio su vida
por nosotros; y así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos» [76] 1 Jn 3,
16. Cierto es que nuestro Divino Redentor fue crucificado más
por la interior vehemencia de su amor que por la violencia exterior de sus
verdugos: su sacrificio voluntario es el don supremo que su Corazón hizo a cada
uno de los hombres, según la concisa expresión del Apóstol: «Me amó y se
entregó a sí mismo por mí»[77] Gál 2, 20.
vino quiso Jesucristo nuestro Salvador unir, como supremo testimonio de su amor
infinito, el sacrificio cruento de
que él propuso a sus discípulos como meta suprema del amor, con estas palabras:
«Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos» [75] Jn 15, 13. De donde el amor de Jesucristo, Hijo de
Dios, revela en el sacrificio del Gólgota, del modo más elocuente, el amor
mismo de Dios: «En esto hemos conocido la caridad de Dios: en que dio su vida
por nosotros; y así nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos» [76] 1 Jn 3,
16. Cierto es que nuestro Divino Redentor fue crucificado más
por la interior vehemencia de su amor que por la violencia exterior de sus
verdugos: su sacrificio voluntario es el don supremo que su Corazón hizo a cada
uno de los hombres, según la concisa expresión del Apóstol: «Me amó y se
entregó a sí mismo por mí»[77] Gál 2, 20.
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