Cada Día
Acto de Contrición
¡Dulcísimo Corazón de Jesús, que en este
Divino Sacramento estás vivo e inflamado de amor por
nosotros! Aquí nos tenéis en vuestra
presencia, pidiéndonos perdón de nuestra culpa e implorando vuestra
misericordia. Nos pesa ¡oh buen Jesús! de haberos ofendido, por ser
Vos tan bueno que no merecéis tal ingratitud. Concedednos
luz y gracia para meditar vuestras virtudes y formar según ellas nuestros pobre corazón. Amén
Divino Sacramento estás vivo e inflamado de amor por
nosotros! Aquí nos tenéis en vuestra
presencia, pidiéndonos perdón de nuestra culpa e implorando vuestra
misericordia. Nos pesa ¡oh buen Jesús! de haberos ofendido, por ser
Vos tan bueno que no merecéis tal ingratitud. Concedednos
luz y gracia para meditar vuestras virtudes y formar según ellas nuestros pobre corazón. Amén
Día VI
CARTA ENCÍCLICAa
HAURIETIS AQUAS
DE SU
SANTIDAD
SANTIDAD
PÍO XII
SOBRE
EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Amor
divino y humano
11. Pero a fin de que podamos
en cuanto es dado a los hombres mortales, «comprender con todos los santos cuál
es la anchura y la longitud, la alteza y la profundidad» [33] Ef 3,
18 del misterioso amor del Verbo
Encarnado a su celestial Padre y hacia los hombres manchados con tantas culpas,
conviene tener muy presente que su amor no fue únicamente espiritual, como
conviene a Dios, puesto que «Dios es espíritu» [34] Jn 4,
24. Es indudable que de índole puramente espiritual fue el amor de Dios a
nuestros primeros padres y al pueblo hebreo; por eso, las expresiones de amor
humano conyugal o paterno, que se leen en los Salmos, en los escritos de los profetas
y en el Cantar de los Cantares, son signos y símbolos del muy verdadero amor,
pero exclusivamente espiritual, con que Dios amaba al género humano; al
contrario, el amor que brota del Evangelio, de las cartas de los Apóstoles y de
las páginas del Apocalipsis, al describir el amor del Corazón mismo de Jesús,
comprende no sólo la caridad divina, sino también los sentimientos de un afecto
humano. Para todos los católicos, esta verdad es indiscutible. En efecto, el
Verbo de Dios no ha tomado un cuerpo ilusorio y ficticio, como ya en el primer
siglo de la era cristiana osaron afirmar algunos herejes, que atrajeron la
severa condenación del apóstol san Juan: «Puesto que en el mundo han salido
muchos impostores: los que no confiesan a Jesucristo como Mesías venido en
carne. Negar esto es ser un impostor y el anticristo [35] 2 Jn 7.
En realidad, El ha unido a su Divina Persona una naturaleza humana individual,
íntegra y perfecta, concebida en el seno purísimo de la Virgen María por virtud
del Espíritu Santo [36] Cf. Lc 1, 35. Nada, pues, faltó a la naturaleza humana que se
unió el Verbo de Dios. El la asumió plena e íntegra tanto en los elementos
constitutivos espirituales como en los corporales, conviene a saber: dotada de
inteligencia y de voluntad todas las demás facultades cognoscitivas, internas y
externas; dotada asimismo de las potencias afectivas sensibles y de todas las
pasiones naturales. Esto enseña la Iglesia católica, y está sancionado y
solemnemente confirmado por los Romanos Pontífices y los concilios ecuménicos:
«Entero en sus propiedades, entero en las nuestras» [37] S. León Magno, Ep. dogm. «Lectis dilectionis tuae» ad Flavianum Const. Patr. 13 jun. a. 449: cf. PL 54, 763; «perfecto en la
divinidad y El mismo perfecto en la humanidad» [38] Conc. Chalced. a. 451: cf. Mansi, op. cit. 7, 115 B;
«todo Dios [hecho] hombre, y todo el hombre [subsistente en] Dios» [39] S. Gelasio Papa, tr. 3: «Necessarium», de duabus naturis in Christo: cf. A. Thiel Epist. Rom. Pont. a S. Hilaro usque ad Pelagium II, p. 532.
12. Luego si no hay duda alguna
de que Jesús poseía un verdadero Cuerpo humano, dotado de todos los
sentimientos que le son propios, entre los que predomina el amor, también es
igualmente verdad que El estuvo provisto de un corazón físico, en todo semejante
al nuestro, puesto que, sin esta parte tan noble del cuerpo, no puede haber
vida humana, y menos en sus afectos. Por consiguiente, no hay duda de que el
Corazón de Cristo, unido hipostáticamente a la Persona divina del Verbo,
palpitó de amor y de todo otro afecto sensible; mas estos sentimientos estaban
tan conformes y tan en armonía con su voluntad de hombre esencialmente plena de
caridad divina, y con el mismo amor divino que el Hijo tiene en común con el
Padre y el Espíritu Santo, que entre estos tres amores jamás hubo falta de
acuerdo y armonía [40] Cf. S. Th. Sum. theol. 3, 15, 4; 18,
6: ed. León. 11 (1903) 189 et 237.
Sin embargo, el hecho de que el
Verbo de Dios tomara una verdadera y perfecta naturaleza humana y se plasmara y
aun, en cierto modo, se modelara un corazón de carne que, no menos que el
nuestro, fuese capaz de sufrir y de ser herido, esto, decimos Nos, si no se
piensa y se considera no sólo bajo la luz que emana de la unión hipostática y
sustancial, sino también bajo la que procede de la Redención del hombre, que
es, por decirlo así, el complemento de aquélla, podría parecer a algunos
«escándalo y necedad», como de hecho pareció a los judíos y gentiles «Cristo
crucificado» [41] Cf. 1
Cor 1, 23. Ahora bien: los Símbolos
de la fe, en perfecta concordia con la Sagrada Escritura, nos aseguran que el
Hijo Unigénito de Dios tomó una naturaleza humana capaz de padecer y morir,
principalmente por razón del Sacrificio de la cruz, donde El deseaba ofrecer un
sacrificio cruento a fin de llevar a cabo la obra de la salvación de los
hombres. Esta es, además, la doctrina expuesta por el Apóstol de las Gentes:
«Pues tanto el que santifica como los que son santificados todos traen de uno
su origen. Por cuya causa no se desdeña de llamarlos hermanos, diciendo:
"Anunciaré tu nombre a mis hermanos...". Y también: "Heme aquí a
mí y a los hijos que Dios me ha dado". Y por cuanto los hijos tienen
comunes la carne y sangre, El también participó de las mismas cosas... Por lo
cual debió, en todo, asemejarse a sus hermanos, a fin de ser un pontífice
misericordioso y fiel en las cosas que miren a Dios, para expiar los pecados
del pueblo. Pues por cuanto El mismo fue probado con lo que padeció, por ello
puede socorrer a los que son probados» [42] Heb 2,
11-14. 17-18.
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