EN LA ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN
MARÍA: DE
LOS DOS RECIBIMIENTOS, DE CRISTO Y DE
MARÍA - Por San Bernardo
1. Subiendo hoy a los cielos la Virgen
gloriosa, colmó sin duda los
gozos de los ciudadanos celestiales con
copiosos aumentos, pues ella
fué la que, a la voz de su salutación,
hizo saltar de gozo a aquel que
aún vivía encerrado en las maternas
entrañas. Ahora bien, si el alma
de un -párvulo aún no nacido se derritió
en castos afectos luego que
habló María, ¿cuál pensamos sería el gozo
de los ejércitos celestiales
cuando merecieron oír su voz, ver su
rostro y gozar de su dichosa
presencia? Mas nosotros, carísimos, ¿qué
ocasión tenemos de
solemnidad en su asunción, qué causa de
alegría, qué materia de
gozo?
Con la presencia de María se ilustraba
todo el orbe, de tal suerte que
aun la misma patria celestial brilla más
lucidamente iluminada con el
resplandor de esta lámpara virginal. Por
eso con razón resuena en las
alturas la acción de gracias y la voz de
alabanz a, pero para nosotros
más parece debido el llanto que el
aplauso. Porque ¿no es, por
ventura, natural, al parecer, que cuanto
de su presencia se alegra
el cielo otro tanto llore su ausencia este
nuestro inferior
mundo? Sin embargo, cesen nuestras quejas,
porque
tampoco nosotros tenemos aquí ciudad
permanente, sino que
buscamos aquella a la cual María purísima
llega hoy. Y si
estamos señala. dos por ciudadanos suyos,
razón será
que, aun en el destierro, aun sobre la
ribera de los ríos de
Babilonia, nos acordemos de ella, tomemos
parte en sus gozos
y participemos de su alegría.,
especialmente de aquella alegría
que con ímpetu tan copioso baña hoy la
ciudad de Dios,
para que también percibamos nosotros las
gotas que destilan sobre la
tierra. Nos precedió nuestra reina, nos
precedió, y tan gloriosamente
fué recibida, que confiadamente siguen a
su Señora los siervecillos
clamando: Atráenos en pos de ti y
correremos todos al olor de tus
aromas. Subió de la tierra al cielo
nuestra Abogada, para que, como
Madre del Juez y Madre de misericordia,
trate los negocios de nuestra
salud devota y eficazmente.
2. Un precioso regalo envió al cielo
nuestra tierra hoy, para que,
dando y recibiendo, se asocie, en trato
feliz de amistades, lo humano a
lo divino, lo terreno a lo celestial, lo
ínfimo a lo sumo. Porque allá
ascendió el fruto sublime de la tierra, de
donde descienden las preciosísimas dádivas y los
dones perfectos. Subiendo, pues, a lo
alto, la Virgen bienaventurada otorgará
copiosos dones a los hombres. ¿Y cómo no
dará? Ni le falta poder ni voluntad. Reina de los
cielos es, misericordiosa es; finalmente,
Madre es del Unigénito Hijo de Dios.
Nada hay que pueda darnos más excelsa idea
de la grandeza de su poder o
de su piedad, a no ser que alguien pudiera
llegar a creer que el Hijo de Dios
se niega a honrar a su Madre o pudiera
dudar de
que están como impregnadas de la más
exquisita caridad las entrañas
de María, en las cuales la misma caridad
que procede de Dios
descansó corporalmente nueve meses.
3. Y estas cosas, ciertamente, las he
dicho por nosotros, hermanos,
sabiendo que es dificultoso que en pobreza
tanta se pueda hallar
aquella caridad perfecta que no busca la
propia conveniencia. Mas
con todo eso, sin hablar ahora de los
beneficios que conseguimos por
su glorificación, si de veras la amamos
nos alegraremos
inmensamente al ver que va a juntarse con
su Hijo. Sí, nos
alegraremos y le daremos el parabién, a no
ser que, como esté lejos de
nosotros, quisiéramos mostrarnos ingratos
con aquella que nos dio al
autor de la gracia. Hoy es recibida la
Virgen en la celestial
Jerusalén por Aquel a quien ella recibió
al venir a este mundo; pero
¿quién será capaz de expresar con palabras
con cuánto honor fue recibida,
con cuánto gozo, con cuánta alegría? Ni en
la tierra hubo jamás lugar
tan digno de honor como el templo de su se
no virginal, en el que
recibió María al Hijo de Dios, ni en el
cielo hay otro solio regio tan
excelso como aquel al que sublimó hoy para
María el Hijo de María.
Feliz uno y otro recibimiento, inefables
ambos, porque ambos a dos
trascienden toda humana inteligencia. ¿Más
a qué fin se recita hoy en
las iglesias de Cristo aquel pasaje del
Evangelio en que se significa
cómo la mujer bendita entre todas las
mujeres recibió al Salvador?
Creo que a fin de que este recibimiento
que hoy celebramos se pueda
conocer de algún modo por aquél, o, más
bien, a fin de que, según la
inestimable gloria de aquél, se conozca
también que esta gloria es inestimable. Porque ¿quién, aunque pueda hablar con
las lenguas de
los hombres y de los ángeles será capaz de
explicar de qué modo,
sobreviniendo el Espíritu Santo y haciendo
sombra la virtud del
Altísimo, se hizo carne el Verbo de Dios,
por quien fueron hechas
todas las cosas ¿Cómo el Señor de, la
majestad, que no cabe en el uni.
verso de las criaturas, se, encerró a sí
mismo, hecho hombre, dentro
de las entrañas virginales?
4. Pero ¿y quién será suficiente para
pensar siquiera cuán gloriosa iría
hoy la reina del mundo y con cuánto afecto
de devoción saldría toda
la multitud de los ejércitos celestiales a
su encuentro? ¿Con qué
cánticos sería acompañada hasta el trono
de la gloria, con qué
semblante tan plácido, con qué rostro tan
sereno, con qué alegres
abrazos sería recibida del Hijo y
ensalzada sobre toda criatura con
aquel honor que Madre tan grande merecía,
con aquella gloria que
era digna de tan gran Hijo? Felices
enteramente los besos que
imprimía en sus labios cuando mamaba y
cuando le acariciaba la
madre en su regazo virginal. Mas, ¿por
ventura, 110 los juzgaremos
más felices los que de la boca del que
está sentado a la diestra del
Padre recibió hoy en la salutación
dichosa, cuando subía al trono de la
gloria cantando el cántico de la Esposa y
diciendo: Béseme con el beso
de su boca? Porque cuanta mayor gracia
alcanzó en la tierra sobre
todos los demás, otro tanto más obtiene
también en los cielos de gloria
singular. Y si el ojo no vio ni el oído
oyó, ni cupo en el corazón del
hombre lo que tiene Dios preparado a los
que le aman; lo que preparó
a la que le engendró y (lo que es cierto
para todos) a la que amó más
que a todos, ¿quién lo hablará? Dichosa,
por tanto, María, y de
muchos modos dichosa, o recibiendo al
Salvador o siendo ella recibida
del Salvador. En lo uno y en lo otro es
admirable la dignidad de la
Virgen Madre; en lo uno y en lo otro es
amable la dignación de la
Majestad. Entró, dice, Jesús en un
castillo y una mujer le recibió en su
casa. Pero más bien nos debemos ocupar en
las alabanzas, pues se
debe emplear este día en elogios festivos.
Y pues nos ofrecen copiosa
materia las palabras de esta lección del
Evangelio, mañana también,
concurriendo, nosotros juntamente, será
comunicado sin envidia lo
que se nos dé de arriba, para que en la
memoria de tan grande Virgen
no sólo se excite la devoción, sino que
también sean edificadas
nuestras costumbres para aprovechamiento
de la conducta de nuestra
vida, en alabanza y gloria de su Hijo,
Señor nuestro, que es sobre
todas las cosas Dios bendito por los
siglos. Amén.
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