Dios permite nuevamente que podamos
celebrar en esta capilla la Festividad de Pentecostés.
Es una fiesta
tan importante como saben Ustedes que junto con la Navidad y con la Pascua encierran
una octava. La Iglesia repite durante ocho días, los ocho días siguientes,
Misas en honor al Espíritu Santo como hace lo mismo después de la Navidad y
después de la Pascua.
Las tres
personas de la Santísima Trinidad son cercanísimas al alma de los cristianos.Son
cercanísimas desde la primera bendición que se recibe en el Bautismo hasta la
última que se recibe el día de la muerte. Esas tres personas son más íntimas a
nuestra alma a nuestro corazón,que nosotros mismos; de alguna manera como si
toda nuestra vida se pasara dentro por así decirlo rodeados por las Personas de
la Santísima Trinidad y es por eso que San Pablo ha dicho en uno de sus
discursos “In ipso movemur et summus” “Nosotros en Él somos y nos movemos” como
si de alguna manera deambuláramos o nos moviéramos dentro de Dios.
Aúnsiendo tan estrecha esa cercanía que
tiene la Santísima Trinidad con el alma en Gracia. Aún así nosotros a Dios lo
conocemos casi nada, es algo así como querer mirar una montaña desde abajo y
querer abarcarla por completo. Tanto nos supera y tan infinito es, tan grande
respecto a nosotros. Por eso que también San Pablo ha dicho que nosotros
contemplamos ahora a Dios “quasi in speculo” “como en un espejo”, como si
viéramos apenas un reflejito de lo que Dios es y que un día, el día que lo
podamos ver cara a cara lo conoceremos como somos conocidos por Él ahora, como
Él nos mira desde el Cielo.
Mientras tanto, mientras estamos en
esta vida, mientras no podamos contemplar a Dios cara a cara, los hombres
pasamos la vida como un ciego, tanteando, tocando apenas un poquito lo que Dios
es. Esto vale para todo Dios, quiero decir que esto vale para las tres Personas
de la Santísima Trinidad. Nosotros a Dios Padre podemos conocerlo por la
creación que vemos. ¿A qué voy? Hay una frase que siempre decimos en filosofía
y que es de sentido común: “Nadie da lo que no tiene”, es decir todo aquello
que nosotros contemplamos de bueno o de perfecto en la creación tiene que
haberlo dado Dios. Para poder darlo tiene que haberlo tenido y tenerlo todavía.
Entonces toda la belleza que encontramos en lo creado, todo el orden que
encontramos allí, la armonía y aún el amor que puede haber encerrado en los
corazones más grandes de los hombres de esta tierra, todo eso lo tiene Dios, lo
tiene Dios Padre y lo tiene hasta el infinito.
Del Hijo de Dios conocemos más. Es como
si el Evangelio nos fuera llevando de la mano, donde vemos nosotros desde su
Encarnación hasta su Ascensión a los Cielos, donde vemos toda su vida, toda su
Pasión, sus portentos, sus milagros, su amor hasta el extremo y es allí donde
conocemos esa figura cautivante que a todos nos ha llamado la atención, su
Corazón lleno de amor por nosotros.
Ahora bien, eso sabemos del Padre y eso
sabemos del Hijo. Pero delante del Espíritu Santo aunque nosotros lo adoremos y
aunque confesemos y le amemos como miembro de la Santísima Trinidad, aún allí
nos frena nuestra propia realidad, nos frena nuestra humanidad, nuestra materia,
que limita nuestro conocimiento. El Espíritu Santo no ha tomado un rostro como
hizo Jesús. No vemos sus obras, como la creación material de Dios Padre, no
vemos lo que Él hace, como podemos contemplar la hermosura creada por Dios o
los milagros de Jesucristo.Y sin embargo el Espíritu Santo estuvo presente en
todo eso, porque dice el Génesis “SpiritusDominiferebatursuperaquas” “El Espíritu de Dios planeaba sobre las aguas”. Y cuando
Nuestro Señor fue bautizado en el Jordán, dice “Spiritusaparuitsupereum ut
columba” “Apareció sobre Él el Espíritu como una paloma”, es decir que en todas
esas hermosas obras de la creación estuvo el Espíritu Santo y en toda la vida
de Cristo también estuvo Él.
Cuando nosotros queremos conocer a un
hombre, cuando queremos saber cómo es, miramos su figura, miramos su andar,
miramos como habla, qué es lo que dice, tratamos de mirar su rostro, de conocer
su mirada, sus expresiones. Lo más difícil para conocer a un hombre no es
conocer el exterior sino conocer su alma, aquel misterio de saber cómo es
dentro suyo, qué piensa, qué busca, qué ama, por qué lo hace, con cuánto amor
lo hace.
De igual manera, ese misterio de las
almas, apenas llegan a conocerlo los papás de sus hijos, los hijos de sus
papás, los amigos o el confesor.
Así nos pasa a nosotros con el Espíritu
Santo. Nosotros no tenemos un Sudario como tenemos del rostro de Cristo para
saber cómo fue. No tenemos de Él las huellas materiales de la creación. Sólo
tenemos lo que hace en las almas, lo que hace en la Iglesia, lo que hace en los
sacramentos o en los Ángeles. Son todas cosas espirituales y demasiado elevadas
o luminosas para nuestros ojos creados.
Digamos entonces algo que nos permita a
nosotros imaginar un poco, entender un poco cómo es el Espíritu Santo.
Cuando el profeta Elías estaba
encerrado en una caverna, para cobijarse, él vio pasar a Dios. Dice la Sagrada
Escritura que “pasó primero un viento huracanado y allí no estaba Dios”, que
“pasó un torbellino y tampoco estaba allí”, “que pasó luego una brisa suave y
allí estaba Dios y el profeta pudo verlo de espaldas”; es decir apenas pudo en
medio de ese milagro, el profeta, barruntar, imaginar un poquitito, entender un
poco como era Dios.
A nosotros de otra manera nos pasan
cosas semejantes. Las almas, a veces sienten a Dios cerca. A veces las almas se
mueven a fervor, a devoción, a veces siente uno la necesidad de arrepentirse o
el deseo de ser bueno o de corresponder al amor de Dios e inclusive al amor de
los demás. Esos deseos grandes que siente a veces al alma, uno sabe que no
nacen de uno mismo. ¿Por qué sabemos eso? Porque si no nacerían siempre. Si
fueran nuestros siempre los tendríamos como tenemos la mano, y eso aparece
solamente a veces en nuestras almas o en nuestros corazones. Uno siente, uno
los siente como nuevos, como demasiado hondos, como demasiado llenos. Es allí donde
está la acción invisible del Espíritu Santo en las almas.
Cuando San Bernardo habla de las
visitas del Verbo de Dios a su alma, dice, que él conoció la llegada del Verbo
de Dios por la corrección de sus faltas ocultas. Como si el Hijo de Dios al venir
a su alma fuera acomodando su corazón embelleciéndolo, limpiándolo, haciéndolo
cada día más bueno.
Eso que pasa privadamente en cada alma,
eso pasa en toda la Iglesia, en cada Sacramento cuando la Iglesia lo confiere a
las almas, en cada absolución que borra los pecados, en cada bendición que
mueve los corazones, en cada comunión que hace más bueno o en el misterio de
cada Misa cuando con poquitas palabras el Sacerdote hace descender Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Cristo sobre los altares.
Ahora bien, eso ha pasado a lo largo de
la historia de la iglesia durante más de dos mil años. Durante dos mil años,
más, la Iglesia ha enseñado la misma Fe, la misma Moral aunque le han matado a sus hijos por millones para impedir
que ella siguiera enseñando esa Fe y esa Moral. Más aún, más la persiguieron
más firme se mostró. En cada época en medio de los problemas más graves de la
humanidad aparecieron santos, religiosos, religiosas, monjes, todos cantando
una canción distinta a la que cantaba el mundo. Más todavía, no ha habido
hilación, concatenación, unión suficiente entre unos y otros, a veces esa
herencia que unos recibieron de otros casi no se vio, como pasa ahora, y la
herencia sigue y sigue el deseo de ser buenos, el deseo de copiar a Cristo, el
deseo de amar a Dios, de reconocer que hay un solo Dios verdadero y que es el
único al que podemos adorar.
Hace ya muchos años cuando los revolucionarios
en Francia mataban a los católicos durante la revolución que llamamos francesa,
al llegar ellos, los republicanos, a aquel Carmelo de las hermanitas de Compeigne,
se conoce la discusión que tuvo el republicano, el comisario con la Madre
Priora. En esa conversación, el republicano le dice a la monja “vamos a destruir todos los Carmelos”.
¿Qué contestó la hermanita? “Cada monja,
cada carmelita es un monasterio”. Pues bien, podríamos decir que por la
obra del Espíritu Santo, cada cristiano es una capilla, cada monje, cada
sacerdote, cada religioso es como una imagen viva de esa Fe que nosotros
tenemos y que no pensamos dejar. Todo eso es fruto del Espíritu Santo y eso nos
hace imaginar o comprender un poco cuánto puede el Espíritu de Dios. Es de ese
Espíritu que decíamos que planeaba sobre las aguas en la creación, el que
apareció sobre Nuestro Señor en el Jordán, Aquél mismo que el Ángel le dijo a
la Virgen María “Te cubrirá con su sombra” y ese Espíritu Santo al cubrirla con
su sombra ¿Qué fue lo que hizo? Que una criatura llegara a ser Madre de Dios. Que
una Virgen siguiendo siendo Virgen pudiera ser Madre y que esa Madre siguiera siendo Virgen para
toda la eternidad.
Ese mismo Espíritu Santo es el que hoy
apareció sobre los Apósteles el día de Pentecostés en el Cenáculo y comenzaron
a hablar. “Coeperuntloqui”. Empezaron a predicar y esa predicación de hace dos
mil años no termina, no se acaba, no hay manera como el mundo pueda sofocar la
voz de aquellos que siguen confesando el nombre de Dios.
Con Dios pasa como con los hombres.
Cuanto más dócil es un hijo más fácil es educarlo. ¿Qué hay que hacer entonces?“Para
que el mundo sepa que amo al Padre” -Son las últimas palabras del Evangelio de la
Misa- “Para que el mundo sepa que amo al Padre Yo hago lo que Él me mandó”.
Pues bien, para que el mundo sepa que amamos a Dios, para que el mundo sepa que
creemos en el Espíritu Santo hagamos lo que Dios nos mandó. Ese es el proyecto
de toda la vida cristiana y de toda la vida monástica o de la vida religiosa,
hacer lo mandado, ser dóciles a Dios que Él se encargará, Él sabrá, así como
hizo el mundo, sabrá cómo modelar nuestras almas para hacerlas cada día
mejores.
Pidamos a María Santísima que Ella nos
consiga el ser buenos alumnos de esta escuela divina. Dice una frase en la
Escritura: “Et erunt omnes docibiles Dei” “Serán todos enseñables por Dios”.
Eso es lo que queremos, que Dios nos enseñe, que Él vaya modelando en nuestras
almas, que haga en nuestros corazones lo que Él ha soñado para nosotros y que
así nosotros podamos cumplirle a Dios.
Ave María Purísima.
+ Andrés
Morello
En
la Fiesta de Pentecostés, año 2014.
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