Fueron seis las apariciones
de Nuestra Señora, del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917. La aparición del mes
de agosto ocurrió el día 15 y no el 13. Los tres pastorcitos estuvieron en
todas. En la primera solo ellos estaban en Cova de Iría.
En las otras, el número de
personas presentes fue aumentando progresivamente hasta que en la de octubre se
reunió una multitud calculada en 70.000 personas.
En la primera aparición,
Nuestra Señora anunció que vendría otras cinco veces en cada uno de los meses
siguientes y que, más tarde, volvería una séptima vez.
Digamos al pasar que esta
última promesa aún no se realizó. ¿Cuándo será?
La Virgen prometió el Cielo
a los pastorcitos y les pidió que recibieran los sufrimientos que Dios quisiera
enviarles para reparación de los pecados y conversión de los pecadores. Los tres
lo aceptaron. Nuestra Señora les predijo que sufrirían mucho, pero que la gracia
de Dios no los abandonaría. Además, en todas las
apariciones les recomendó que diariamente rezaran el Rosario para
alcanzar el fin de la guerra y la paz del mundo.
Devoción
al Rosario y al Inmaculado Corazón de María
En la segunda aparición
la Santísima Virgen insistió sobre el Rosario
diario y recomendó a los tres niños que aprendieran a leer. En esta
ocasión, Nuestra Señora prometió que, en breve, llevaría al cielo a Francisco y
Jacinta, y anunció que Lucía viviría más tiempo para cumplir en la tierra una
misión providencial: “Jesús quiere servirse
de tí para hacerme conocer y amar. El quiere establecer en el mundo la devoción
a mi Inmaculado Corazón”.
Al percibir que Lucía
estaba aprensiva, Nuestra Señora la confortó diciéndole: “Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino
que te conducirá hasta Dios”.
En esa aparición, María Santísima mostró a los pastorcitos un Corazón
cercado de espinas que se le clavaban por todas partes, ultrajado por los
pecados de los hombres y que pedía reparación. En una revelación
posterior a la Hermana Lucía, en 1925, la Virgen
María prometió asistir en la hora de la muerte, con todas las gracias
necesarias para la salvación, a quienes durante
cinco meses, en el primer sábado, recibieran la Sagrada Comunión,
rezaran el Rosario y la acompañaran quince minutos meditando sus misterios con
el fin de desagraviarla.
Nuestra Señora se apareció
por tercera vez el 13 de julio. Después de haber recomendando una vez más el
rezo diario del Rosario, enseñó a los pastorcitos una nueva jaculatoria para ser rezada con
frecuencia, y especialmente cuando hicieran algún sacrificio: “Oh Jesús, es por vuestro amor, por la conversión
de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado
Corazón de María”.
La visión
del Infierno
María Santísima mostró
entonces el infierno a los tres pastorcitos: “vimos
como un gran mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas
como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que
flotaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían
juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados —semejante al caer
de las chispas en los grandes incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y
gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor.
Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales
espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en
brasa”.
Asustados, y como pidiendo
socorro, los videntes levantaron los ojos hacia Nuestra Señora, que les dijo con
bondad y tristeza:
“Visteis el infierno, a donde van las almas de los
pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción
a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que Yo os diga, se salvarán muchas almas y
tendrán paz. La guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, vendrá
otra peor”.
Y la Virgen
continuó:
“Cuando veáis una noche iluminada por una luz
desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al
mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a
la Iglesia y al Santo Padre; los buenos serán martirizados, el Santo Padre
tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas. Por fin Mi
Inmaculado Corazón triunfará”.
Les enseñó además una
jaculatoria para ser rezada entre misterio y misterio del Rosario:
“Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del
infierno, llevad todas las almas al cielo y socorred especialmente a las más
necesitadas”.
El
milagro del sol y el secreto de Fátima
El 13 de agosto no hubo
aparición: los pequeños habían sido secuestrados y puestos a disposición del
Administrador de Ourém que por la fuerza quiso arrancarles el secreto. Sin
embargo, de forma inesperada, la Virgen apareció el día 15 del mismo mes,
ocasión en que prometió un insigne milagro para el mes de octubre, comunicó sus
instrucciones relativas al empleo del dinero que los fieles dejaban en el local
de las apariciones y una vez más recomendó oraciones y penitencias: “Rezad,
rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, que muchas almas se van al
infierno por no haber quien se sacrifique y pida por ellas”.
El 13 de septiembre, la
Virgen María insistió también en el rezo diario del Rosario para alcanzar el fin
de la guerra, elogió la fidelidad de los pastorcitos, la vida de mortificación
que les había pedido y recomendó que se moderasen un tanto en ese punto. Les
confirmó la promesa de un milagro en octubre. También les prometió obrar algunas
curas que le habían pedido.
El 13 de octubre Nuestra
Señora les dijo: “Soy la Señora del
Rosario”. Anunció que la guerra terminaría a la brevedad y les
recomendó: “No ofendan más a Dios Nuestro
Señor que ya está muy ofendido”. Lucía le pidió la cura de
algunas personas. Nuestra Señora respondió que curaría “a unos sí, a otros no”. Y agregó: “Es preciso que se enmienden, que pidan perdón de
sus pecados”.
En ese momento Lucía
exclamó: “Miren hacia el
sol”.
Desaparecida María
Santísima en la inmensidad del firmamento, se desarrollaron ante los ojos de los
videntes tres cuadros sucesivos, simbolizando primero los misterios gozosos del
rosario, después los dolorosos y finalmente los gloriosos.
Aparecieron, al lado del
sol, San José con el Niño Jesús y Nuestra Señora del Rosario. Era la Sagrada
Familia. San José bendijo a la multitud, haciendo tres veces la señal de la
cruz. El Niño Jesús hizo lo mismo. Siguió la visión de Nuestra Señora de los
Dolores y después la de Nuestra Señora del Carmen, con el Niño Jesús en los
brazos.
En esta aparición
ocurrieron las señales prometidas –el milagro del sol y las ropas mojadas por la
lluvia que se secaron súbitamente– para autenticar lo que narraban los
pastorcitos.
En la visión de julio, la
Santísima Virgen comunicó su famoso secreto que es de la mayor importancia.
Pidió que la humanidad se convirtiera, se enmendara de sus pecados y que el
Santo Padre, con todos los obispos, consagrara Rusia a su Inmaculado Corazón. De
lo contrario, sobrevendría una nueva guerra, muchas naciones serían aniquiladas,
Rusia esparciría sus errores por el mundo y el Santo Padre tendría mucho que
sufrir. Y prometió:
“Por fin, mi Inmaculado Corazón
triunfará.
El Santo Padre me consagrará
Rusia,
que se convertirá,
y será concedido al mundo algún tiempo
de paz”.
(
Relato de las Apariciones resumido por el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira
)
Tomado del Sitio: www.sicutoves.blogspot.com.ar
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