lunes, septiembre 25, 2017

SANTOS CIPRIANO Y JUSTINA, MÁRTIRES 
Vida de los Santos de A. Butler

(Fecha desconocida) - Las leyendas de estos santos (a San Cipriano se le llama "de Antioquía") no es más que una fantasía con moraleja, absolutamente fabulosa (si acaso existieron alguna vez los mártires Cipriano y Justina, personajes del relato, su rastro se ha perdido por completo), compuesta con el propósito de grabar en los oyentes o en los lectores, la impresión de la impotencia del diablo ante la castidad cristiana que se defiende con el escudo de la Cruz. La fábula se compuso con datos tomados de diversas fuentes y ya era conocida en épocas tan remotas como el siglo cuarto, puesto que San Gregorio Nazianceno identifica a este Cipriano con el gran San Cipriano de Cartago, y el poeta Prudencio comete el mismo error. La historia, según la relata Allian Butler, es como sigue:
Cipriano, llamado "el Mago", natural de Antioquía, había sido educado en todos los impíos misterios de la idolatría, la astrología y la magia negra. Con la esperanza de hacer grandes descubrimientos en las artes infernales, partió de su país natal cuando era todavía muy joven y visitó Atenas, el Monte Olimpo en Macedonia, Argos y Frigia, la ciudad egipcia de Ménfis, la Caldea y las Indias, lugares todos aquellos que, por entonres, eran famosos por sus supersticiones y las prácticas de la magia. Cuando Cipriano se había llenado la cabeza con todas las extravagancias de aquellas escuelas de maldades y supercherías, no se detuvo ante ningún crimen, blasfemó de Cristo, cometió toda clase de atrocidades y asesinó a muchos, en secreto, para ofrecer la sangre al diablo y para buscar en las entrañas de los niños los signos de los sucesos futuros. Tampoco tuvo escrúpulos en recurrir a sus artes para atentar contra la castidad de las mujeres. Por aquel entonces, vivía en Antioquía una dama llamada Justina, cuya belleza era tan extraordinaria, que nadie podía dejar de mirarla. Había nacido de padres paganos, pero al escuchar las prédicas de un diácono, abrazó el cristianismo y, a su conversión, siguieron la de su padre y la de su madre. Aglaídes, un joven pagano, se enamoró perdidamente de ella y, al ver que le sería muy difícil doblegar la voluntad de la doncella, recurrió a Cipriano para que le ayudara con sus artes mágicas. Pero Cipriano estaba tan enamorado de la hermosa dama como Aglaídes y ya había echado mano de sus más poderosos secretos para conquistar su afecto. Justina, al verse asediada por sus dos enamorados, fortaleció su virtud con la plegaria, la vigilancia y la mortificación; tomó el nombre de Cristo como escudo contra los artificios y hechicerías y suplicó a la Virgen María que acudiese, a proteger a una doncella en peligro. Gracias a ello, en tres ocasiones rechazó a una legión de demonios enviados por Cipriano para asaltarla, tan sólo con soplar sobre ellos y hacer el signo de la cruz.
Cuando Cipriano cayó en la cuenta de que tenía que habérselas con un poder superior, amenazó a su principal emisario, que era el propio Satanás, con dejar de prestarle servicios si no le ayudaba más eficazmente a lograr sus propósitos. El diablo, rabioso ante la perspectiva de perder a un colaborador que le había proporcionado tantas almas, se precipitó hecho una furia sobre Cipriano quien rechazó el ataque del príncipe infernal al hacer el signo de la cruz. Desde aquel momento, el alma negra del mago pecador, presa del arrepentimiento, se hundió en una profunda melancolía y el recuerdo y examen de sus pasados crímenes le llevó al borde de la desesperación. En su estado de ánimo, lleno de confusión, Dios le inspiró la idea de consultar con un sacerdote y se dirigió a uno, llamado Eusebio, que había sido su compañero de escuela, quien le consoló de sus pesadumbres y le alentó en su conversión. Cipriano, que había estado tan trastornado que pasó días enteros sin comer, pudo al fin fortalecerse con un poco de alimento, permaneció junto a su amigo el sacerdote y, el domingo siguiente, éste lo llevó a la asamblea de los cristianos. Tanto impresionó a Cipriano el recogimiento y la devoción con que los fieles practicaban el culto divino que, al término del mismo, declaró: "Acabo de ver a los seres celestiales, verdaderos ángeles que cantan a Dios, y sus voces adquieren un acento ultraterreno, sobre todo cuando al fin de cada estrofa de los salmos, agregan la palabra hebrea "Aleluya", de una manera que ya no parecen seres humanos" (En una nota escrita por Butler en su artículo sobre este santo, relata una anécdota que ilustra admirablemente los conocimientos de Dios y ciertas actitudes ante el culto católico, durante el siglo dieciocho. Cierto día en que Lord Bolingbroko asistía a la misa en la capilla de Versalles, se impresionó do tal manera al ver al obispo celebrante en el momento de la elevación de la hostia, que murmuró al oido de su vecino, el marqués de X: "Si yo fuera el tov deFrancia, n diario celebraría esa ceremonia tan emocionante").. Todos los fieles, por su parte, estaban atónitos al ver entre ellos a Cipriano, el perverso mago, acompañado por un sacerdote. A duras penas el obispo pudo admitir la sinceridad de su conversión. El propio Cipriano le dio la prueba convincente al quemar, frente al prelado, todos sus libros y sus aparatos de magia. Después de aquello, distribuyó sus bienes entre los pobres e ingresó entre los catecúmenos.
Al término de la debida preparación, recibió el sacramento del bautismo de manos del obispo. Aglaídes, el otro enamorado de Justina, se convirtió también, gracias a las virtudes de la doncella y fue bautizado. La propia Justina se sintió conmovida ante aquellos maravillosos ejemplos de la misericordia divina, hasta el extremo de que se cortó su hermosa cabellera, como señal de que consagraba su virginidad a Dios, se desprendió de todas sus joyas y ricas vestiduras para venderlas y distribuir el dinero entre los pobre Cipriano fue primero el encargado de recibir los donativos a la puerta de la casa de la comunidad cristiana y más tarde, fue elevado al sacerdocio. A la muerte del obispo Antimo, él ocupó la sede episcopal de Antioquía (ninguno de los obispos conocidos de Antioquía de Siria o de Antioquía de Pisidia, llevó los nombres de Cipriano o de Antimo). Cuando se inició la persecución de Diocleciano, el obispo Cipriano fue aprehendido y se le hizo comparecer ante el gobernador de Fenicia, que tenía su residencia en Tiro. Justina se retiró a Damasco su ciudad natal que, por entonces, estaba sometida a la autoridad del gobernador de Fenicia y, cuando cayó en manos de los perseguidores, fue llevada ante el mismo juez que procesaba a Cipriano. Justina fue inhumanamente azotada en tanto que el cuerpo de Cipriano fue desgarrado por los garfios de acero. Tras estas torturas, los dos fueron encadenados y así marcharon a Nicomedia para comparecer ante el propio Diocleciano. Este no hizo más que leer la carta donde el gobernador de Fenicia le señalaba las acusaciones que pesaban sobre los reos y mandó que los decapitaran. La sentencia se ejecutó sobre la ribera del Gallus después de que los soldados hicieron un vano intento para hacer morir a los mártires en un caldero de pez hirviente.
Esta leyenda fue muy popular, como lo atestiguan los diversos textos en latín y en griego, por no hablar de los que existen en otros idiomas. Ciertamente que una parte de la historia ya se conocía antes de la época de San Gregorio Naziaceno, porque los predicadores del año 379 atribuían a San Cipriano de Cartago numerosos incidentes tomados de la leyenda de Cipriano de Antioquía. No obstante todo eso, es imposible obtener el menor vestigio de pruebas sobre la existencia de personajes tales como Cipriano de Antioquía, el mago arrepentido, o Justina, la virgen mártir. Sobre esto conviene ver el artículo de Delehaye,Cyprien d'Antioche et Cyprien de Carthage, en elAnalecta Bollandiana, vol. XXXIV (1921), pp. 314-332. Aparte del texto de la leyenda, que puede encontrarse en Acta Sanctorum, sept. vol. VII de ella ha surgido una literatura muy abundante. Véase por ejemplo: Cyprian von Antiochien und die Deutsche Faustsage (1882), de T. Zahn; el Cyprian der Magier, en elNachrichten de Gottingen, 1917, pp. 38-70; y elGriechische Quellen zur Faustsage, en laSitzungsberichte de Viena, vol. 206, 1927. La misma leyenda fue tomada por Calderón de la Barca para escribir uno de sus dramas más famosos: El Mágico Prodigioso. Algunos pasajes de esta pieza fueron reproducidos por Shelley en sus Escenas de Calderón.
25/09. SAN ALBERTO PATRIARCA DE JERUSALÉN, MÁRTIR 
Vida de los Santos de A. Butler.
SAN ALBERTO, PATRIARCA DE JERUSALÉN, MÁRTIR - Vidas de los Santos de A. Butler
(1214 p.C.) - EN EL año de 1099, cuando los cruzados al mando de Godofredo de Bouillon establecieron el reino latino de Jerusalén, los jerarcas griegos fueron despedidos de sus principales sedes e iglesias y reemplazados por obispos del occidente, cuyos únicos fieles se encontraban en las filas de los propios cruzados. De esta manera, hubo un "Patriarca Latino" en Jerualén, y es lamentable tener que decir de la mayoría de los prelados que ocuparon ese puesto, que su comportamiento fue tan equívoco como su posición. Por consiguiente, al morir el patriarca Michael, de triste memoria, los canónigos regulares del Santo Sepulcro, apoyados por el rey Amaury II de Lusignan, le pidieron al Papa Inocencio III que enviase como sucesor a un prelado cuyas virtudes, destreza y energía fuesen ampliamente reconocidas. En consecuencia, dos años después de la muerte del patriarca Michael, llegó a Palestina a ocupar el difícil cargo, Alberto, obispo de Vercelli. El prelado pertenecía a una distinguida familia de Parma. Luego de realizar una brillante carrera de teología y leyes, ingresó como canónigo regular a la abadía de la Santa Cruz, en la ciudad lombarda de Montara. Cuando tenía más o menos treinta y cinco años, es decir en 1186, fue consagrado obispo de Bobbio y, casi inmediatamente, fue trasladado a la sede de Vercelli. Debido a su habilidad en la diplomacia y su honestidad a toda prueba, se le eligió para actuar como mediador entre el Papa Clemente III y Federico Barbarroja. Poco tiempo después, Inocencio III le envió como legado al norte de Italia donde, gracias a sus buenos oficios, se restableció la paz entre Parma y Piacenza, en el año de 1199. El Papa no deseaba deshacerse de tan valioso elemento para mandarlo a Jerusalén y dio largas al asunto, pero a fin de cuentas aprobó la elección de los canónigos, invistió a Alberto con el palio y le dio el nombramiento adicional de legado pontificio en Palestina.
San Alberto partió de Italia en el año de 1205. Ya desde dieciocho años antes, los sarracenos habían reconquistado Jerusalén a los cruzados y la sede del patriarca latino se había trasladado a Akka (Ptolemais), donde el rey franco estableció su corte. En consecuencia, San Alberto fue a residir en Akka y, desde el primer momento, trabajó para conquistarse el respeto y la confianza, no sólo de los cristianos, sino también de los mahometanos, lo que no habían conseguido hacer sus antecesores. En su calidad de patriarca y delegado, desempeñó un papel muy destacado en la política eclesiástica y civil del levante; en un período de nueve años, tuvo que vérselas con infinidad de asuntos que pusieron a prueba su paciencia y su prudencia. En primer lugar, hizo frente de continuo al escabroso problema de mantener la paz entre los francos y los naturales del país; mas no fue por el cumplimiento de esa difícil tarea por lo que se distinguió sobremanera el ilustre prelado. Entre los años de 1205 y 1210, San Brocardo, prior de los ermitaños del Monte Carmelo, solicitó al patriarca que ordenara la vida monástica de los ermitaños, bajo una regla que acatarían él y sus subditos. San Alberto respondió a la solicitud con un documento breve, pero absolutamente claro y conciso, de dieciséis "capítulos". Pedía la obediencia completa al superior elegido; una celda aparte para cada ermitaño, con un oratorio común; trabajo manual para todos, ayunos prolongados y perpetua abstinencia de carne, y observar a diario un período de silencio, desde vísperas hasta después de tercia. "Cada ermitaño debe permanecer en su celda o cerca de ella, entregado, día y noche, a la meditación de las leyes del Señor y dedicado a la oración, a menos que esté ocupado en alguna ocupación legítima", advierte el santo patriarca en su documento. Aquella regla fue confirmada por el Papa Honorio III en 1226 y modificada por Inocencio IV, veinte años después. Cualquiera que haya sido el fundador de la orden de los carmelitas, no hay duda de que San Alberto, patriarca de Jerusalén, un canónigo agustino, fue su primer legislador.
Inocencio III llamó de oriente a San Alberto para que asistiera al Concilio de Letrán, pero no le alcanzó el tiempo de su vida para tomar parte en la magna asamblea que se abrió en noviembre de 1215. Durante doce meses, trabajó afanosamente y con toda fidelidad para respaldar los vanos esfuerzos del Papa encaminados a recuperar Jerusalén y, entonces, le llegó la muerte en forma inesperada y violenta. Poco tiempo antes, el patriarca se había visto obligado a despedir al director del Hospital del Espíritu Santo en Akka y, desde entonces, el hombre alimentó en su fuero interno un amargo rencor contra San Alberto. El día de la fiesta de la Exaltación de la Cruz de 1214, el patriarca encabezaba una procesión en la iglesia de la Santa Cruz, en Akka, cuando se le echó encima el expulsado director del hospital y le apuñaló hasta dejarle muerto en el mismo sitio del ataque. La festividad de San Alberto fue celebrada por los carmelitas desde 1411. Los bolandistas observaron la anomalía de que la orden de los agustinos a la que pertenecía Alberto, no celebraba al santo en su liturgia, pero ya no es ése el caso, puesto que los canónigos regulares de Letrán conmemoran ahora a San Alberto el 8 de abril.
En el Acta Sanctorum, abril, vol. I, se halla impresa una biografía abreviada de San Alberto con muy extensos prolegómenos. Véase lambién el Analecta Ordinis Carmclítariini Discalceatorum, vol. III (1926), pp. 212 y ss.; el DTC, vol. I, ce. 662-663. B. Zimmerman proporciona otros datos en Monumenla Histórica Carmelitanun, (1907), pp. 277-2ÍH. La regla redactada por San Alberto se halla impresa en la obra citada, pp. 20-144. Ver La Régle du Carmel et son Espirit (1949) de Fr. Francois de Saint Marie.

domingo, septiembre 24, 2017

NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED.
Año Cristiano - P. Croisset
NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED - Año Cristiano - P. Croisset 24 de septiembre
En aquel tiempo que el imperio romano iba declinando de su majestad y de su poder, entraron en Espafia los Godos, los Vándalos, los Suevos, los Alanos y los Silingos : establecieronse en ella y la repartieron entre si; pero al cabo quedaron dueños los Godos de todas sus provincias, y después de Alarico, Ataulfo y Sigerico, el año de 416, fijó Walia su trono en aquella región, como rey de toda la monarquia. Roderico o Rodrigo, último rey de los Visigodos , auxiliado de su hermano Cosa, atacó ä Witiza, derrotóle, mandóle sacar los ojos, y se apoderö del reino de España. Era Rodrigo un principe cruel, de costumbres estragadas, cuyo duro y tiránico gobierno tenia enconados contra si todos los ánimos; y arrastrado de las pasiones que le tiranizaban, violó el honor de una dama principal, hija del conde don Julián, uno de los primeros señores de España, tan acreditado en la corte como en el ejército. Era el conde gobernador de Ceuta, capital de un gobierno de los Godos en España, situada en la costa de África, no lejos de Gibraltar, donde los Godos poseían algunas plazas. Ofendido, y vivamente irritado de la afrenta que el rey había hecho a su sangre y a su estimación en la persona de su hija, disimuló por algún tiempo su resentimiento y su deshonor -, pero noticioso de que los Árabes juntaban en el África un poderoso ejército, se valió de este pretexto y pidió licencia al rey para retirarse a su gobierno. Tomó la vuelta de Ceuta vuelta de Ceuta, llevándose consigo lo más precioso que tenía; y fingiendo después en su mujer una dolencia mortal que la tenía sin esperanzas de vida, escribió al rey, suplicándole permitiese a su hija que acudiese apresurada a recibir la bendición y los últi¬mos suspiros de su moribunda madre. Luego que el conde don Julián vió en seguridad a su hija, puso en ejecución los medios que ya tenía discurridos para saciar su venganza, y comunicó su sentimiento y su dolor a Muza, general del ejército del califa de Daniasco, que se hallaba a la sazón en Berbería. No sólo le ofreció entregarle todas las plazas que estaban en la jurisdiccion de s u gobierno, sino liacerle también dueño de toda la monarquía española, como le quisiese dar un número de tropas suficiente para salir con la empresa. Por entonces sólo le quiso dar Muza doce mil hombres para que conquistasen con ellos una parte de la España; y abierta ésta a los Moros o a los Árabes, en breve tiempo la sujetaron toda a la obediencia del califa.
El año 713 perdió el rey Rodrigo la vida y la corona en una sangrienta batalla que ganaron los infieles, -viéndose obligados los Españoles a refugiarse en las montañas de León, de Asturias y de Galicia. Eran aquellos infieles mahometanos, por cuya razón también se apellidaban sarracenos, y multiplicados prodigiosamente en España, se extendieron a la otra parte de los Pirineos, ocuparon las provincias del Languadoc y causaron muchos estragos en Francia.
El año de 732 los deshizo en aquel reino Carlos Martel, y el de 778 los desbarató en España Carlo Magno, con cuyos golpes quedó abatido su orgullo; y saliendo los Españoles poco a poco de sus escarpados montes [1], fueron con el ticmpo reconquistando una parte de las provincias perdidas, y formaron de ellas muchos reinos, encerrando ä los sarracenos en la parte de España donde, por ser dueños de los puertos, podían recibir los socorros que les venían del África , y a beneficio de ellos se mantuvieron hasta el reinado de Fernando, rey de Aragón y de Castilla por su mujer la reina doña lsabel. En todo este tiempo continuaron los Moros sin cesar de hacer la guerra ä los cristianos, declarando esclavos o cautivos a todos los que hacían prisioneros.
Era durísimo el cautiverio, no habiendo barbaridad que no expcrimentasen los infelices que le sufrían. A muchos los desollaban vivos, a otros los empalaban, a no pocos les quemaban las plantas de los pies a fuego lento, otros espiraban ä violencia de crueles palos, y todos eran peor tratados que los más viles animales de carga, siendo mayor la desgracia de muchos que, rendidos al miedo de tan crueles tratamientos, renunciaban la fe y abrazaban el mahometismo.
La Madre de misericordia, de quien los Españoles fucron siempre tan devotos, y que, estando aun en vida, liabía tomado a Espafia debajo de su protección, cuando apareciéndose al apóstol Santiago sobre el pilar que hasta el día de hoy se venera en Zaragoza, según la antigua tradición del país, le mandó edificar en el mismo sitio una capilla dedicada a su nombre, prometiendole ser especial protectora de una nación que había de ser devotísima suya hasta el fin de los siglos, la Madre de misericordia, vuelvo a decir, compadecida de tantas miserias como afligían a los pobres cristianos cautivos, quiso dar al mundo un ilustre testimonio de su maternal bondad, fundando milagrosamente una religión, cuyo instituto fuese solicitar el alivio y la redención de los cautivos cristianos que gemían bajo la cruel esclavitud de los Moros. Escogiö para esta grande obra ä uno de sus más santos y fervorosos siervos, cual fue san Pedro Nolasco, natural del Languedoc, siendo su familia de las más nobles del país, babiendo nacido el año de 1189 en un lugar del obispado de san Papoul, llamado Mas de las santas Doncellas, a una Iegua de Castelnaudari. Este gran siervo de Dios, no rnenos ' distinguido por su ilustre naeimiento que por sus grandes riquezas y sobresalientes prendas, renunciando generosamente las mas halagüeñas y mas tenfadoras esperanzas con que el mundo le brindaba, resolvió dedicarse todo a Dios, empleando en su servicio sus bienes y sus talenlos.
Sobresalían en él, descollando entre todas las demás virtudes, la tierna devoción a la santísima Virgen, y una ardiente caridad por los cautivos cristianos que arrastrabari las cadenas en poder de los sarracenos. Parecían como nacidas en el la singularísima ternura hacia la Madre de Dios, y la compasión con los miserables cautivos, tanto que no pudo sosegar hasta que vendió todos sus bienes para redimirlos de aquella esclavitud. Ya dijimos en su vida que, animado con los felices sucesos que experimentó en los primeros ensayos de aquella abrasada caridad, no contento con añadir a sus propios bienes las muchas limosnas que pudo recoger de sus amigos, persuadió a muchos Caballeros de conoeida piedad, que se juntasen con él para formar una piadosa congregación o cofradía, dirigida a solicitar la redención de cautivos cristianos, bajo el título y la particular protección de la santísima Virgen.
Sufrió este piadosísimo proyecto la misma suerte que experimentan por lo común todas las obras grandes y santas, las que el demonio procura siempre arruinar en su mismo principio, o por lo menos desacreditar tarlas con contradiocioncs, detracciones y ealumnias. Pero el mismo rey don Jayme, los grandes del reino y todos los hombres de juicio y de virlud, tocando con las manos la utilidad de aquella buena obra, taparon la boca ä la maledicencia y disiparon aqueila tcmpestad.
Comenzaba la piadosa congregación a experimentar los efectos de su caritativo celo en favor de los cristianos cautivos, cuando la Reina de los cielos quiso dar a toda la Iglesia otra nueva, pero muy insigne prueba de la atención que le merecen nuestras necesidades, y de la maternal compasión con que mira las aflicciones y los trabajos de los fieles. Aparecióse a san Pedro Nolasco la noche del primer día de agosto del afio de 1218, a tiempo que estaba el santo en oración derritiéndose en lágrimas con la consideración del duro cautiverio de tantos pobres cristianos, que con peligro de su eterna salvación gemian bajo la tiranía de los bárbaros infieles. Llenó la Seflora de celestiales eonsuelos a su fidelísimo siervo, y le dijo que no podía hacer cosa más agradable a su santísimo Hijo y a ella, que fundar otra nueva congregación con el título de Nuestra Señora de la Merced, para la redención de los cristianos cautivos bajo el dominio de los Moros.
Asombrado san Pedro Nolasco con aquella milagrosa visión, exclamó postrado en tierra: ¿Y quién sois vos, que tenéis tan penetrados los secretos de Dios? Pero, ¿y quién soy yo, miserable pecador, para encargarme de tamaña empresa? Yo soy María, madre de Dios, respondió la Virgen, que traje en mis entrañas y di a la luz del mundo el soberano Redentor de todos los hombres, y deseo haya en la Iglesia una nueva familia que haga singular profesión de redimir a los cautivos. Anda y funda esta religión, que tomo desde luego debajo de mi protección. Yo te facilitaré los medios y allanaré todos los estorbos. Desapareció la Virgen, y Nolasco se reconoció animado de nueva caridad y de más encendido celo. Persuadido ya de la voluntad del Señor, tan descubierta por una Visión en que no podia poner duda, nada tuvo que discurrir sino en proporcionar los medios para la ejecución de empresa tan importante. Pero no atreviéndose a dar paso alguno sin consultarle primero con su confesor, que lo era san Raymundo de Peñafort, se encaminó a buscarle, y le refirió sencillamente todo lo que le había sucedido en la oración. Había revelado lo mismo la santísima Virgen a san Raymundo, y éste le declaró que había tenido la propia visión. Confirniados uno y otro en que era de Dios el pensamiento, se fueron directamente a palacio para comunicar al rey lo que intentaban, y confiarle al mismo tiempo la noticia del duplicado milagro. Pero quedaron gustosamente sorprendidos, cuando, luego que el rey los vio en su cuarto, se anticipó a contarles una visión que había tenido, y era enteramente conforme a la de los dos; porque no queriendo la Virgen que se pusiese en duda un milagro tan grande de su misericordia y de su bondad con los cautivos cristianos, dispuso que se confirmase con tres testimonios tan auténticos. Desdo aquel punto sólo se pensó en disponer todo lo necesario para la fundación de una grden que se puede llamar milagrosa, habiendo debido su nacimiento a tan insigne milagro. El día de san Lorenzo del mismo año, el rey, acompañado de toda su Corte y de los magistrados de Barcelona, pasó a la catedral, llamada Santa Cruz de Jerusalén, donde subió al púlpito san Raymundo, y publicó en presencia de todo el pueblo la visión que aun mismo tiempo habían tenido el rey, Pedro Nolasco y el mismo santo, con lo que la Madre de misericordia les había revelado tocante a la fundación de una örden religiosa, con el título de Nuestra Señora de la Merced, redención de cautivos. Acabado el ofertorio, el rey don Jayme y san Raymundo tomaron de la mano a Pedro Nolasco, y le prescntaron a Berenguer de la Palu, obispo de Barcelona, quien le vistió el hábito blanco y el escapulario de la orden, y poco antes de la comunión hizo el nuevo fundador los tres votos acostumbrados de religión, y añadió el cuarto, por el cual así él como todos los que abrazasen el nuevo instituto, se obligaban no sólo ä pedir limosna para rescatar a los cristianos cautivos, sino a quedarse ellos mismos en rehenes y por rescate siempre que lo pidiese la necesidad. AI mismo tiempo hicieron también la profesión otros dos caballeros, y el rey cedió al santo fundador la mayor parte de su palacio de Barcelona para que fabricase el primer convento de la orden, y quiso que los religiosos llevasen sobre el escapulario las armas de Aragón, a las que añadió el santo, con beneplácito del rey, las de la catedral.
Tal fue el nacimiento de esta sagrada religión, tan respetable por su milagroso instituto, y tan célebre por los grandes hombres que ha dado para la redención y para el consuelo de tantos cautivos cristianos. Confirmola el papa Gregorio IX, y honróla con crecido número de grandes privilegios la santa sede apostólica, en reconocimiento de tan insigne y tan heroica caridad. Hace mención el martirologio romano de esta milagrosa aparición el dia 10 de agosto con estos términos: En España la aparición de la santísima Virgen María a san Pedro Nolasco, san Raymundo de Peñafort, y a Jayme, rey de Aragón, inspirándoles el pensamiento de fundar la religión de la Merced, redención de cautivos. Y la lglesia, más y más atenta a honrar siempre a la Madre de Dios, celosa de aumentar en el corazón de todos los fieles el culto, la devoción y la confianza en esta Madre de misericordia, instituyó el día de hoy una fiesta particular para perpetuar la memoria de tan grande beneficio, y en acción de gracias por la fundación de una orden que ella misma es un milagro de la más heroica caridad cristiana.
Pocos siglos se hallarán en que no haya cuidado la divina Providencia de persuadir a los fieles por medio de algún suceso milagroso, que la protección que debemos esperar de la Madre de Dios, sublimada a la diestra de su Hijo, es al mismo tiempo la más poderosa y la más segura que nos debemos prometer si nos esforzamos a merecerla. Por tanto, debemos hacer todos los esfuerzos posibles para merecer esta protección con nuestra confianza, con nuestras oraciones y con nuestro celo en obsequiarla y servirla. Mas ¿y qué no deberemos hacer nosotros por esta Señora en vista de lo que ella hace por nosotros? Habiendo dado al mundo el mediador que nos reconcilió con su Eterno Padre, cooperó después ella misma en cierta manera a la obra de nuestra redención, ofreciendo a su mismo Hijo, y sacrificándole en algún modo por la salvación de los hombres. De aquí podemos inferir que impreso tiene en el alma el deseo de nuestra salvación.
Admirámonos algunas veces de lo poco que nos dice el nuevo Testamento acerca de las grandezas de !a santísima Virgen, y hasta los más tibios devotos de esta Sefiora desearían que el Evangelio se hubiese extendido más en sus alabanzas. Pero esto es puntualmente, dicen los padres de la Iglesia, lo que debe hacernos formar mayor y más sublime concepto de esta Señora. El Espíritu Santo, dicen, que no ignoraba el fundamento en que debía cimentarse la grandeza de su esposa, juzgó que sólo el título de Madre de Dios, bien explicado, supliría con ventajas todos los demás elogios, y una vez que hiciese conocer Ja divinidad del Hijo por una larga relación de milagros indubitables, no era posible después dejar de tributar las mayores honras a la madre de tal hijo. Con efecto, estas dos solas palabras, Madre de Dios, bastan para contentar cl mayor celo por la gloria de la Virgen. Quien penetrare bien todo su sentido, descubrirá un insondable fondo, por decirlo así, de méritos, de grandeza y de confianza en su poderosa intercesión. Solamente los herejes no han podido jamäs tomar gusto a una devoción tan justa, tan sólida, tan racional , y que es una de las señaies menos dudosas de predestinación.
MARTIROLOGIO ROMANO.
En Autun, la fiesta de san Andoquio, presbítero, san Tirso, diácono, y San Felix, mártires, que traidos de Oriente por san Policarpo, obispo de Esmirna para predicar en Francia, fueron alli azotados largo tiempo, colgados en el aire todo un día con las manos atadas atrás, fueron después arrojados al fuego que no los quemó, y en fn los mataron a garrotazos sobre el cuello, y ganaron así gloriosamente su Corona.
En Egipto, el suplicio de san Pafnucio y sus compañeros, mártires. Este santo, que vivía en una soledad, habiendo sabido que muchos cristianos estaban aherrojados, impelido por un espíritu sobrenatural, fue a ofrocerse voluntariamente al prefecto y confesó libremente la religión cristiana. El prefecto le mandó encadenar y atormentar largo tiempo en el potro. Luego le envió con otros muchos a Diocleciano,quien dio orden de atarle a una palmera: los demás fueron pasados ä cuchillo.
En Calcedonia, cuarenta y nueve mártires, quienes, después del martirio de santa Eufemia fueron condenados a las fieras por el emperador Diocleciano, y habiendo sido milagrosamente preservados, fueron al fin acuchillados y volaron al cielo.
En Hungría, san Gerardo, obispo y mártir, llamado el apóstol de los Húngaros; Patricio de Veneria, el prmero que ilustró a su patria con un noble martirio.
En Clermont de Auvernia, la muerte de san Rústico, obispo y confesor.
En tierra de Beauvais, san Germer, abad.
En Marsella, san Ysarne, abad de San Víctor.
En Gerona, el venerable Dalmace-Moner, de la orden de santo Domingo, que había sido educado en Montpeller.
En Jerusalén, el anuncio de la concepeión de san Juan Bautista, hecho a Zacarías por el arcángel san Gabriel.
Este mismo dia, san Gargilo, mártir.
En Pisalira, san Terencio, mártir, patrono de dicha ciudad.
En Arezzo, santa Antilla, virgen y mártir.
Entre los Griegos, san Copro, confesor.
La misa es en honra de la santisima Virgen, y la oración la que sigue
Deus qui per gloriosissimam filii tui matrem, ad liberandos Christi fideles a potestate paganorum, nova Ecclesiam tuam prole amplificare dignatus es: praesta, quaesumus ut quam pie veneramur tanti operis Institutricem, ejus pariter meritis et intercessione a peccatis omnibus et captivate daemonis liberemur. Per eudem Dominum...
 
Oh Dios, que para liberar a los cristianos de la potestad de los infieles, os dignasteis aumentar en vuestra Iglesia una nueva familia por medio de la gloriosísima Madre de vuestro precioso Hijo, os suplicamos que nos concedáis la gracia de que nos libremos de todos los pecados y del cautiverio del demonio por medio y la intercesión de la que veneramos con devoción como fundadora de este sagrado instituto. Por el mismo Señor...
La epíslola es del cap. 24 del libro de la Sabiduria
Ab initio et ante saecula creata sum, et usque ad futurum saeculum non desinam, et in habitatione sancta coram ipso ministravi. Et sic in Sion firmata sum, et in civitate sanctificata similiter requievi et in Jerusalem potestas mea. Et radicavi in populo honorificaio et in parle Dei mei hareditas illius, et in plenitudine sanctorum detentio mea.
 
Desde el principio y antes de los siglos fui criada, y existiré por todo el siglo futuro y ejercité mi ministerio en el tabernáculo santo delante del Señor. Asi yo luve en Sion estabilidad y lambién la ciudad santa fue lugar de mi reposo, y en Jerusalen tuve mi palacio. Y eché raices en un pueblo glorioso, y en la porción de mi Dios, que es su heredad y mi habitación fue en la plenitud de los santos.
NOTA.
Sólo con leer esta epítola y todo el capíulo de donde se extractó, se reconoce que el Espíritu Santo quiso hacer en él un abreviado retrato de la santísima Virgen. Criada desde el principio: quiere decir, que como Dios tuvo en su divina mente desde la eternidad, y antes de todas las criatuias,al Verbo encarnado, tuvo también antes de todas ellas a la que había de ser madre inmaculada del mismo Verbo hecho hombre; y asi de lo demás.»
REFLEXIONES.
Establecióse mi poder en Jerusalén, y me arraigué en aquel pueblo que el Señor honró con especial benevolencia y con bondad parlicular. Esta es una de las razones de aquella piadosa inclinación que todos los verdaderos fieles tienen a la dovoción, al culto y a la confianza en la santísima Virgen. Nació esta tierna devoción con la misma Iglesia, y es inseparable del espíritu de nuestra religión. No hay santo en el cielo que no hubiese sido ardiente y celoso siervo de la Madre de Dios, reina y reinará siempre Maria en el corazón de todos los elegidos: In electis meis mitte radices. Cuando Dios escogió ä María para madre de su hijo, la hizo soberana protectora y madre de todos los verdaderos fieles. De aquínace sin duda aquella indiferencia, aquella frialdad, aquella aversión de todos los réprobos, de todos los enemigos de la religión contra la Madre de Dios. Deslúmbralos su resplandor, y no pueden sufrir su luz los ojos débiles y achacosos. Las almas rastreras no pueden levantarse a mirar su elevación y su grandeza. Pero los verdaderos fieles, a imilación de las celestiales inteligencias, no cesan de publicar sus alabanzas, reconociendo todos que, después de Jesucristo,-toda nuestra devoción, toda nuestra veneración y toda nuestra confianza debe colocarse en María. Cuando Aaron con el incensario en la mano se arroja en medio del pueblo para que el fuego del cielo no le reduzca a cenizas, entonces se deja Dios aplacar por el incienso, dice un gran siervo del Señor. Aun el mismo Señor, cuando en el furor de su ira parece resuelto a exterminar a su pueblo en castigo de sus maldades, busca un solo hombre justo que aplaque su indignación, y se queja de que no pueda encontrarle: Quaesivi de eis unum qui inierponeret sepem, et staret oppositus contra me pro terra, ne dissiparem eam; et non inveni. No me admiro, no, oh Padre de las misericordias. Aun no había nacido María en aquellos desgraciados tiempos; aun no habíais concedido al mundo tan poderosa medianera; pero después que tuvimos la dicha de Iograrla, ¡cuántas veces aplacó vuestra justa indignacion! ¡cuántas detuvo vuestro brazo vengador! ¡cuántas se puso entre vos y el pecador, presentándoos las lágrimas que nos hacía derramar el arrepentimiento, consiguiendo el perdón de nuestras culpas, y forzando, por decirlo así, vuestra Providencia a explicarse en milagros y en prodigios para darnos la salvación! Dichosa, pues, el alma que colocó en María su confianza; dichosa la que, venerando profundamente al Hijo, aprendió desde su infancia a implorar la proteción de la Madre, la que nunca separó en su corazon al uno de la otra, ni movida de cierto engañoso celo, se privó miserablemente de uno de los más poderosos y más eficaces medios que tenemos para salvarnos.
El evangelio es del cap. 41 de sa Lucas.
In illo tempore: Loquente Jesu ad turbas, extollens vocem quædam mulier de turba, dixit illi: Beatus venter, qui te portavit et ubera quæ suxisti. At ille dixit: Quinimo beati, qui audiunt verbum Dei, et custodiunt illud.
 
En aquel tiempo, hablando Jesús a las turbas, alzó la voz cierta mujer una mujer de en medio de ellas y dijo: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron. Pero El respondió: Antes bienaventurados aquellos que oyen la palabra de Dios y la observan.
MEDITACIÓN.
LOS BIENES QUE LA SANTÍSIMA VIRGEN
PROCURA A SUS VERDADEROS DEVOTOS.
PUNTO PRIMERO.
Considera lo que dice san Antonino acerca de la devoción a la santísima Virgen. Aplícale este gran siervo suyo lo que dice Salomón de la sabiduría, simbolo de la misma Señora, según el Espíritu Santo: Venerunt mihi omnia bona pariter cum illa, el innumerabilis honestas per manus illius: vinieronme con ella todos cuantos bienes podía desear; fueron sin número las honras y las gracias de que me llenó. Esto mismo pueden decir los verdaderos devotos de la Virgen.
Los bienes temporales solo se llaman bienes por analogía; son bienes aparentes, superficiales, caducos y siempre insuficienles. Ninguno es capaz de llenar nuestro corazón, y ninguno hay que no le altere. Los verdaderos bienes del hombre son los espirituales, bienes que satisfacen, bienes sólidos, bienes que verdaderamente lo son para el tiempo y para la eternidad. Tales son las gracias del Redentor, todas de infinito precio; la inocencia, la devoción, las virtudes, el vencimiento de las pasiones y de las tentaciones, los actos de virtud, el perdón de los pecados, la perseverancia en el hien y la gracia final. Estos son los bienes que se deben estimar, los que merecen llamarse bienes del hombre, los únicos que son dignos de nuestros deseos, y objeto noble de nuestra cristiana ambición. Estos son también los que nos granjea la verdadera devoción a la santísima Virgen, tesorera y distribuidora de las gracias del Redentor, como la llaman los santos. ¿En quién los derramará esta Madre de misericordia sino en sus queridos hijos, en sus fervorosos y fieles siervos? ¿quiénes se podrán lisonjear de tener más parte en ellos sino los que la aman con ternura, los que la honran con celo, y los que se dedican a servirla con amor y con fidelidad? Así como el pecado enfría y apaga la devoción a la Virgen, así la gracia y la inocencia la vigorizan y la fomentan. No admite María en su servicio sino almas verdaderamente puras; y por eso la verdadera devoción a la Virgen se reputó siempre por una señal poco dudosa de una vida verdaderamente cristiana; siendo esta misma vida fruto de la misma devoción, y efecto de la especial protección de la Madre de Dios: Non sic timent hostes visibiles hostium multitudinem copiosam, dice san Bernardo, sicut aereae polestates Mariae vocabulum et patrocinium. No temen tanto los bombres a un numeroso ejército de enemigos, como las potestades del infierno a sólo el nombre y la protección de María. Todo devoto de esta Señora tiene derecho para lisonjearse de esla protección; ninguno deja de experimentar su poder cuando se ofrece la ocasión. ¡Oh buen Dios, y qué auxilio tan poderoso es contra todas las tentaciones la devoción a la santísima Virgen!
PUNTO SEGUNDO
Considera que la santísima Virgen es el refugio de los pecadores, y como a tales les alcanza el perdón de los pecados. Una de dos: o se deja de ser pecador, o se deja de ser devoto de María. Esta amable Madre de misericordia aborrece al pecado; pero ama con ardiente caridad a los pecadores, y les obtiene su conversión. A ella deben aquellas gracias prevenientes, aquelias gracias eficaces que los mueven a convertirse. Pudiéndolo todo con su querido Hijo, en nada emplea con más gusto su poder que en favor de estas almas descaminadas. Gran consuelo es para los pecadores hallar en María no sólo asilo seguro contra los rayos de la justa cólera de Dios, sino también una abogada poderosa. De aquí nacen todas aquellas gracias que acompafian a la verdadera devoción; de aquí aquellos prodigios de conversión que no quieren creer los enemigos de María, y experimentan en sí sus fieles siervos. Pero siendo tan favorable y tan benéfica con los pecadores, ¿qué no hace con los justos? ¿qué gracias, qué favores no les alcanza del cielo? ¿qué maravilla es en vista de esto que los mayores santos de la lglesia hubiesen profesado tan tierna y tan encendida devoción a la santísima Virgen, ni como podían dejar de ser tan grandes santos profesándole tan encendida y tan tierna devoción? Ego diligentes me diligo. Ama la Virgen a los que la aman, según la expresión de la Escritura, que aplica la lglesia a la Madre de Dios. ¿Qué gracias, qué protección, qué favores no deben esperar de esta fuenle de bondad? ¿qué auxilios en la vida, y qué amparo en la hora de la muerte? Aquella gracia final que nunca se puede merecer, y es como el sello de nuestra predestinación; aquella última gracia de que depende la eterna felicidad, es el más precioso don que la Virgen alcanza de Jesucristo en beneficio do sus fieles y fervorosos siervos. Por esta razón le hace la Iglesia, y nos exhorta a nosotros que sin cesar la hagamos esta oración: Santa Maria, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora da nuestra muerte: Sancta Maria Mater Dei, ora pro nobis peccatoribus, nunc, et in ora mortis nostram. Arnen. Hacedlo así, Virgen santísima, rogad por mi; y sobre todo, alcanzadme la gracia de que os ame, de que os honre y de que os sirva sin aflojar y sin entibiarme todos los días de mi vida, para conseguir por vuestra intercesión la perseverancia final en la hora de la muerte.
JACULATORIAS.
Dignareme laudare te, Virgo sacrata. EccI
Dignaos, oh Virgen santísima, alcanzarme gracia para amaros, y para cantar vuestras alabanzas por todos los días de mi vida.
Sancta Maria, suecurre miseris, juva pusillanimes, refove flebiles, ora pro populo, interveni pro clero, intercede pro devoto femineo sexu: sentiant omnes tuum juvamen, quicumque celebrant tuam sanctam commemorationem
Santa Maria, socorre ä los afligidos, alienta a los pusilámines, enjuga las lágrimas de los que lloran, ruega por el pueblo, empéñate por el clero, intercede por el devoto sexo femenino. Sientan, en fin, los efectos de tu protección todos aquellos que cantan sin cesar tus alabanzas.
PROPÓSITOS
1. - Si la Iglesia encontró en el título de Madre de Dios un ohjeto tan digno de veneración que proponer al respeto de todos los fieles, en el mismo título halló lambién otra cosa de mayor eonsuelo y de mayor edificación para todos nosotros. En el descubrió aquellos inmensos tesoros de gracias que ofrece a todos sus hijos. En el halló una medianera que lo puede todo, un asilo que franquea a todos los pecadores, una madre llena de ternura, como ya hemos dicho, para con todos los hombres. Teniendo siempre a la vista estos motivos de devoción y de confianza, no sólo debes recurrir a la Virgen en todas oeasiones, sino dar pruebas prácticas de tu celo por su culto de tu devocion y de tu amor en todas las horas del dia. Es devoción muy provechosa y muy familiar a sus verdaderos siervos rezar el Ave María siempre que da la bora. Toma desde luego esta devoción, que sin duda es muy agradable a la Madre de Dios, y de grande utilidad espiritual para los fieles.
2. - Excita en tu corazón algún celo por la redención de los cristianos cautivos. Cosa extraña es que los fieles más afligidos sean los más olvidados. Entre los infieles de Berberia no tienen que esperar alivio ni consuelo. Son cautivos precisamente porque son cristianos: el lastimoso estado en que se hallan es capaz de enternecer los corazones más duros; peor alojados y peor tratados que los animales más viles; todo el día tirando del carretón o trabajando en las obras públicas de mayor fatiga, y tratados como perros, sin otro sustento, por lo común, que el que sobra del que se da a estos animales domésticos. Sólo les es lícito padecer, sin concedérseles la libertad de quejarse. Cada instante en peligro de apostatar, pues se los maltrata para obligarlos ä renunciar la fe y abandonar la religión, y todo sin consuelo y sin alivio. Los pobres y los miserables que viven dentro de las poblaciones cristianas, vienen por si mismos a exponernos sus necesidades; pero nuestros hermanos cautivos carecen de este consuelo. Es gran dureza olvidarlos porque no pueden venir a representarnos su miseria. Ten mucha compasión de aquellos pobres abandonados. No puedes hacer limosna más cristiana ni más grata a Dios y a la santísima Virgen. Haz esfuerzos de caridad para socorrerlos. En todos los pueblos hay cepos y cajas para la redención echa en ellas largamente toda la limosna que pudieres; algún día sabrás que con ella conservaste la vida y la fe de algún miserable cautivo. Acaso no hay obra de misericordia que sea más agradable a los ojos de Dios. «Las piadosas leyes de España anulan los testamentos en que no se deje alguna limosna para la redención y para la casa santa de Jerusalén, que también se debe considerar en cierta especie de cautiverio. Con ninguna otra necesidad se practica semejante demostración; señal cierta de que nueslros religiosos legisladores reputaron esta por la mayor y por la más urgente. No te contentes, como lo hacen tantos, con dejar señalada una misma cantidad para cumplir con ]a corteza de la ley, esto en rigor más es eludirla que observarla. Confórmate con su espíritu más que con su letra, y cuando estés para comparecer delante de tu Redentor, acredita en tu última disposición que quieres imitarle seriamente en el oficio de tal.»
23/09. SAN LINO, PAPA Y MÁRTIR
Vida de los Santos de A. Butler.
SAN LINO, PAPA Y MÁRTIR - Vidas de los Santos de A. Butler
(C. 79 p.C.) - Ya para estos tiempos, no se discute que San Lino haya sido el primer sucesor de San Pedro en la sede de Roma, pero sobre él no se sabe prácticamente nada. San Irenaco, quien escribió acerca de él hacia el año 189, le identifica con el Lino mencionado por San Pablo en su segunda carta a Timoteo (IV-21) y da a entender que fue nombrado obispo antes de la muerte de San Pedro. Al Papa Lino se le nombra entre los mártires en el canon de la misa, y su fiesta se celebra en toda la Iglesia de occidente en la fecha de hoy, pero su martirio es muy dudoso, puesto que no se registró ninguna persecución en su tiempo; además, Irenaco, al mencionar a los pontífices que sucedieron a Pedro y que fueron martirizados, sólo nombra a San Telésforo.
Ver el Líber Pontificalis (ed. Duchesne), vol. i, p. 121; a Grisar en Geschichte Roms und der Papste, p. 220 y a Lightfoot en St. Clement of Rome, vol. I, p. 201.

viernes, septiembre 22, 2017

SANTOS TOMAS DE VILLANUEVA, ARZOBISPO DE VALENCIA
Vida de los Santos de A. Butler.
Bartolomé Esteban Murillo, Limosna de Sto. Tomás de Villanueva, 1668, Museo de Bellas Artes, Siviglia
Bartolomé E. Murillo, Limosna de Sto. Tomás de Villanueva
1668, Museo de Bellas Artes, Siviglia
(1555 p.C.) - Tomás fue otra de las glorias que España dio a la Iglesia. Vino al mundo en la localidad de Fuentellana, en Castilla, a principios de 1488, y su sobrenombre le vino de Villanueva de los Infantes, la ciudad donde creció y se educó. Sus padres eran también originarios de Villanueva. El amo de la casa era dueño de un molino y, desde luego, su fortuna no era digna de tomarse en cuenta, pero no fue esa la herencia más importante que dejó a su hijo, sino su profundo amor por Dios y por los hombres, que se traducía en una inagotable caridad. A la edad de quince años, Tomás fue enviado a la Universidad de Alcalá, donde continuó sus estudios con mucho éxito; llegó a obtener su título de maestro de artes y, al cabo de diez años en la casa de estudios de Alcalá cuando tenía veintiséis de edad, ya era profesor de filosofía y, entre los alumnos que asistían a sus clases, se hallaba el famoso Domingo Soto.
En 1516, Tomás se unió a los frailes agustinos en Salamanca y, a juzgar por su ejemplar comportamiento en el noviciado, ya había tenido una larga experiencia en lo que se refiere a austeridades, renuncias a los deseos de su voluntad y el ejercicio de la contemplación. En 1518, fue elevado al sacerdocio y se le mandó predicar y hacerse cargo de un curso de Teología en su convento. Sus libros de texto eran los de Pedro Lombardo y Tomás de Aquino y, apenas iniciado el curso, los estudiantes de la universidad solicitaron permiso para asistir a sus clases. Poseía una inteligencia excepcionalmente lúcida, y su extraordinario sentido común le hacía emitir juicios concretos y firmes, pero siempre tuvo que luchar contra sus distracciones y su falta de memoria. Poco después, fue prior en varias de las casas de agustinos y, mientras desempeñaba aquellos cargos, dispensó particular solicitud por los frailes enfermos. A menudo decía a sus religiosos que la enfermería era como la zarza de Moisés, donde el que se dedica a cuidar a los enfermos encontrará seguramente a Dios entre las espinas que le rodean y le cubren hasta esconderle. En 1533, cuando era el provincial para Castilla, envió, a tierras de América al primer grupo de agustinos que establecieron en México su orden, como misioneros. Con frecuencia caía Tomás en arrebatos y éxtasis cuando se entregaba a la oración, y sobre todo durante la misa; no obstante que se esforzaba por ocultar aquellas gracias, no lo conseguía del todo: a menudo, después de celebrar el santo sacrificio, le relucía el rostro con tanta fuerza, que parecía deslumhrar a los que le contemplaban. Cierta vez, cuando predicaba en la catedral de Burgos para reprobar los vicios y la ingratitud de los pecadores, levantó en alto un crucifijo y clamó con voz emocionada: "¡Cristianos, miradle . . . !" Pero no pudo agregar nada más, porque así como estaba, con el brazo en alto y los ojos fijos en la cruz, había sido arrebatado en éxtasis. En otra ocasión, cuando se dirigía a una congregación que asistía a la ceremonia de la toma de hábito de un novicio, cayó en un rapto y quedó mudo e inmóvil durante un cuarto de hora. Al volver en sí, dijo a la asamblea que aguardaba expectante: "Hermanos: os pido perdón. Tengo el corazón débil y me apena sentirme perdido en ocasiones como ésta. Trataré de reparar mi falta".
Tomás realizaba la periódica visita a sus conventos cuando el emperador Carlos V lo llamó para que ocupase la sede arzobispal de Granada y se presentase ante él en Toledo. El santo emprendió el viaje, pero con el único objeto de rehusar ante el emperador la dignidad que le había concedido; tanta energía puso en su demanda, que consiguió lo que quería. Algunos años más tarde, Jorge de Austria renunció al arzobispado de Valencia, y el emperador volvió a pensar en Tomás, pero inmediatamente se arrepintió porque estaba seguro de que volvería a rechazar el puesto; en consecuencia, ordenó a su secretario que escribiese un nombramiento en favor de cierto religioso de la orden de San Jerónimo. Al disponerse a firmar la carta, advirtió el emperador que su secretario había escrito el nombre del hermano Tomás de Villanueva y preguntó la razón. Confuso, el secretario respondió que le parecía haber oído aquel apelativo, pero que en un momento repararía el error. "De ninguna manera", dijo Carlos V. "Esto ha sucedido por un especial designio de Dios. Hagamos Su voluntad". De modo que firmó el nombramiento tal como estaba y lo envió en seguida a Valladolid, donde Tomás era el prior en el convento agustino. Este recurrió a todos los medios imaginables para librarse del cargo, pero, a fin de cuentas, se vio obligado a aceptar y fue consagrado en Valladolid. Al otro día, muy de mañana, partió hacia Valencia. La madre del santo, que ya para entonces había transformado su casa en un hospital para los pobres, le había pedido que, en su jornada, pasase por Villanueva; sin embargo, Tomás quería obedecer literalmente aquellas palabras del Evangelio: "dejarás a tu padre y a tu madre y te apartarás de tu esposa . . .", apresuró la marcha y se fue directamente hacia la sede que ahora era suya, con el convencimiento de que su nueva dignidad le obligaba a postergar toda otra consideración ante la de llegar a servir al rebaño que había sido puesto a su cuidado (algún tiempo después, pasó un mes de vacaciones con su madre en Liria). Siempre viajaba a pie por los caminos de su diócesis y no usaba otra vestidura que su raído hábito de monje y el sombrero que le habían dado el día en que hizo su profesión. En sus caminatas le acompañaban un religioso y dos criados. Cuando llegó a hacerse cargo de su sede, hizo varios días de retiro en un convento de agustinos de Valencia, entregado a la penitencia y la plegaria a fin de implorar la gracia de Dios para desempeñar debidamente sus funciones. Tomó posesión de su catedral el primer día del año 1545, en medio de gran regocijo popular. En consideración a su pobreza, el capítulo le ofreció cuatro mil coronas para que acondicionara su casa; él aceptó el donativo en forma por demás humilde y dio las gracias, conmovido, pero inmediatamente envió todo el dinero a un hospital con una recomendación para que lo utilizaran en la reparación del edificio y la atención a los enfermos. Después quiso dar explicaciones a los canónigos y les dijo: "A Nuestro Señor se le puede servir y glorificar mejor si damos vuestros dineros a los pobres del hospital que tanto lo necesitan, en vez de usarlo yo. ¿Para qué quiere muebles y adornos un pobre fraile como yo?"
Con frecuencia se dice que los honores y el poder cambian las costumbres más arraigadas, pero no fue ese el caso de Santo Tomás que, en su calidad de arzobispo, no sólo conservó la misma humildad de corazón sino todos los signos exteriores del desprecio por sí mismo. Usó durante varios años, el mismo hábito con que salió de su monasterio y, muchas veces, se le sorprendió mientras lo remendaba. Uno de los canónigos le manifestó su extrañeza al verlo perder el tiempo en coser un parche a su hábito, tarea que cualquier sastrecillo haría con gusto por un maravedí. Pero el arzobispo le replicó que él no había dejado de ser fraile y que era mejor ahorrarse aquel maravedí con el que podía darse algo de comer a un mendigo. Por regla general vestía tan pobremente, que sus canónigos y familiares se avergonzaban de mostrarse junto a él y, cuando éstos le instaban a que usase ropas más de acuerdo con su dignidad, respondía invariablemente: "Os estoy muy agradecido, caballeros, por los cuidados que os tomáis por mi persona, pero verdaderamente no puedo comprender de qué manera mis ropas de religioso lleguen a menguar mi dignidad de arzobispo. Bien sabéis que mi posición y mis deberes son completamente independientes de mis vestiduras y consisten en.cuidar las almas que me han sido confiadas". A fuerza de insistir, los canónigos llegaron a convencerle para que cambiase su viejísimo sombrero de fieltro por otro de seda, nuevo y reluciente el cual, a partir de entonces, solía mostrar cuando venía al caso, al tiempo que decía socarronamente: "¡He aquí mi dignidad episcopal!" A veces, agregaba: "Los señores canónigos juzgan necesario que yo use este sombrero de seda si quiero agregarme al número de los arzobispos". Pero sin sombrero o con él, Santo Tomás desempeñó a maravilla las obligaciones del pastor de almas y de continuo visitaba una u otra de las iglesias de su diócesis y, lo mismo en ciudades y aldeas, predicaba y ejercía su ministerio con celo infatigable y afecto irresistible. Sus sermones producían cambios y reformas visibles en la vida diaria de las gentes a tal extremo, que por doquier se decía que era un nuevo apóstol o un profeta elegido por Dios para guiar al pueblo por los caminos del bien. A poco de ocupar la sede, convocó a una asamblea provincial (la primera en muchos años) en la que con la ayuda de sus obispos, redactó y puso en efecto una serie de ordenanzas para acabar con todos los desórdenes y malos usos que hubiese observado entre su clero durante sus visitas. Las reformas a sus propios capitulares le costaron muchas dificultades y mucho tiempo. En todo momento, acudía al altar y se postraba ante el tabernáculo para conocer la voluntad de Dios; a menudo pasaba horas enteras en su oratorio y, como advirtiese que los criados no se atrevían a perturbarle en sus devociones cuando alguien llegaba a consultarle, dio órdenes estrictas a fin de que, tan pronto como cualquier persona preguntase por él, a cualquier hora, le llamasen sin hacer aguardar al visitante.
A diario, acudían a la casa del arzobispo centenares de mendigos y nececesitados que jamás se iban sin haber recibido limosna, que generalmente consistía en una comida con su correspondiente copa de vino y una moneda. El prelado dispensaba particulares cuidados a los niños huérfanos y, durante los once años de su episcopado, no hubo una sola doncella pobre en su diócesis que llegase al matrimonio sin haber recibido la generosa ayuda de su caridad. A fin de alentar a sus criados en la tarea de descubrir a los niños expósitos o abandonados por sus padres, les daba una corona por cada criatura desamparada que encontrasen. En 1550, los piratas saquearon y asolaron una ciudad en las costas de su diócesis y, en seguida, el arzobispo mandó cuatro mil ducados, ropas, provisiones y medicamentos por un valor igual, para socorro de los necesitados y rescate de los cautivos. Como siempre ha sucedido, Santo Tomás fue víctima de las críticas porque muchas de las gentes a quienes ayudaba eran flojos, vagabundos y aun delincuentes que abusaban de su bondad. "Si acaso", respondía el prelado a aquellas críticas, "hay vagabundos y gentes que no viven de su trabajo en estas comarcas, corresponde al gobernador y al prefecto de la policía ocuparse de ellos: ése es su deber. El mío es dar ayuda y consuelo d todos los que llegan hasta mi puerta a solicitármelos". Y no se limitaba a socorrer a los pobres con sus propios medios, sino que continuamente alentaba y recomendaba a los grandes señores y a los ricos que demostrasen su poder y su importancia, no en el lujo y el despliegue de la opulencia, sino en la protección hacia sus servidores y vasallos y en su generosidad hacia los necesitados. Con frecuencia los exhortaba a enriquecerse más en actos de caridad y misericordia que en bienes terrenales. "Respóndeme, pecador", solía decir: "¿Puedes comprar con todas tus riquezas algo de mayor valor y más precioso que la redención de tus culpas?" También decía: "Si quieres que Dios oiga tus oraciones, escucha tú el clamor de los pobres. Si deseas que Dios alivie tus necesidades, alivia tú las miserias de los indigentes, sin esperar a que te lo pidan. Anticípate a satisfacer las necesidades, especialmente de los que no se atreven a pedir: obligarlos a pedir una limosna equivale a forzarlos a que la compren".
Santo Tomás se opuso siempre con energía a que la Iglesia usara métodos coercitivos o presiones para hacer entrar en razón a los pecadores, pero recomendaba en cambio el sistema de llamarlos y acogerlos con solicitud, tratar de convencerlos con afecto y agotar todos los medios del amor, sin recurrir jamás a los de la fuerza. En cierta ocasión, un teólogo y canonista se lamentaba de que el arzobispo no se decidiese a lanzar amenazas y a tomar medidas severas para acabar con el concubinato, y el prelado, al referirse a su crítico, decía: "No hay duda de que es un buen hombre, pero es de esos fieles fervorosos que a menudo menciona San Pablo y los califica de celosos sin objeto y sin conocimiento de causa. ¿Sabe acaso ese buen caballero los trabajos que he pasado para corregir esos errores que él desearía arrancar de raíz? . . . Sería bueno hacerle saber que ni San Agustín, ni San Juan Crisóstomo usaron jamás anatemas ni excomuniones para combatir los vicios de la embriaguez y la blasfemia que tanto practicaban las gentes que estaban a su cuidado. No; nunca lo hicieron porque eran lo suficientemente sabios y prudentes y no les parecía justo cambiar un poco de bien por un gran mal, si usaban de su autoridad sin consideraciones y, de esta manera, excitaban la aversión de aquellos cuya buena voluntad querían ganar a fin de guiarlos hacia el bien". Durante largo tiempo, el arzobispo había tratado en vano de enmendar la vida que llevaba uno de sus canónigos, hasta que decidió invitarlo a pasar una temporada en su casa, con el pretexto de prepararle a desempeñar una importante misión ante la Santa Sede en Roma. Como parte esencial de aquellos supuestos preparativos, figuraba una buena confesión para estar bien con Dios. Pasaron uno, dos, tres meses, y el asunto de Roma sin arreglar, pero en aquel período, el canónigo recibía diariamente lecciones y ejemplos sobre todas las gracias que podía aportar la penitencia. AI cabo de seis meses, abandonó la casa del arzobispo transformado en un hombre nuevo, mientras que todos los amigos y conocidos del canónigo suponían que acababa de regresar de Roma y le felicitaron por el desempeño de su misión. Otro sacerdote que llevaba una vida irregular fue amonestado por Tomás, recibió de mala manera las represiones y, luego de insultar al arzobispo en su cara, partió hecho una furia. "No lo detengan", ordenó el prelado a sus capellanes y servidores. "La culpa fue mía. Fueron demasiado duras mis reprimendas".
El santo trató de imponer los mismos métodos que usaba para gobernar a sus clérigos y a sus fieles, al campo de los nuevos cristianos o moriscos, es decir, los moros que se habían convertido al cristianismo, pero cuya fe era inestable a tal extremo, que muchos de ellos caían en la apostasía y, en consecuencia, eran llevados ante el tribunal de la Inquisición y, a menudo, sometidos a torturas. Pero, no obstante su buena voluntad y la tenacidad de sus esfuerzos, fue muy poco lo que el arzobispo pudo hacer en favor de los moriscos en su extensa diócesis, aparte de obtener del emperador un fondo especial destinado a sostener a los sacerdotes especialmente capacitados para trabajar entre los moros convertidos. También consiguió fundar el santo prelado un colegio para los hijos de los moriscos. Se las arregló asimismo, para poner en funciones una escuela-para niños pobres, dependiente de la universidad de Alcalá donde él había estudiado y, después, al sentir ciertos escrúpulos por haber gastado dinero fuera de su diócesis, fundó otra escuela igual en Valencia. Su generosidad material igualaba a la caridad de su espíritu. Aborrecía las murmuraciones y, siempre que oía hablar mal de alguien, defendía al ausente. "Caballeros", decía en esas ocasiones: "juzgáis el asunto desde un punto de vista equivocado. Si ese hombre ha obrado mal, pudo haber tenido una buena intención, con lo cual basta para que haya obrado bien. Por mi parte, creo que así fue". Se registraron muchos ejemplos sobre los dones sobrenaturales que poseía Santo Tomás, como su poder para curar las enfermedades y multiplicar las provisiones, así como de numerosos milagros que obró o que se atribuyen a su intercesión, antes y después de su muerte.
No se sabe con certeza la razón que impidió al santo arzobispo asistir al Concilio de Trento. En representación suya al obispo de Huesca, y la mayoría de los obispos de Castilla le hicieron consultas antes de partir hacia la magna asamblea. Se sabe que a todos les rogó que luchasen para conseguir que el Concilio decretara una reforma interna de la Iglesia, que era tan necesaria como la batalla contra la herejía del luteranismo. Sugirió además dos proposiciones muy interesantes que, desgraciadamente, no fueron tenidas en cuenta. Una de ellas consistía en que todos los trabajos para el bien de las almas fuesen desempeñados por los sacerdotes o religiosos nativos del país, siempre y cuando estuviesen calificados para ello, especialmente en los distritos rurales; en la segunda propuesta, se pedía que fuera reforzada y actualizada la antigua ley canónica que prohibía el traslado del obispo de una sede a otra. Aquella idea de la unión indisoluble del obispo con su sede, como con una esposa, siempre estuvo presente en la mente del santo que vivió consagrado al cabal desempeño de sus deberes episcopales. "Nunca sentí tanto miedo", confesó en cierta ocasión, "de quedar excluido del número de los elegidos, como en aquel momento en que fui consagrado obispo". En diversas oportunidades solicitó en vano la autorización para renunciar, hasta que, a la larga, Dios tuvo a bien escuchar sus ruegos y lo llamó a Su seno. En el mes de agosto de 1555, fue atacado por una angina de pecho. Al sentirse enfermo, ordenó que fuese distribuido entre los pobres todo el dinero que estuviera en su posesión; el resto de sus bienes, a excepción del lecho en que yacía, fueron a parar a manos del rector de su amada escuela; su cama fue la herencia del carcelero para que la diera a los presos, pero con la condición de que su futuro dueño se la prestara hasta que ya no tuviese necesidad de ella. El 8 de septiembre, su fin parecía inminente. Mandó que se oficiase una misa en su presencia; después de la consagración, comenzó a recitar en voz alta, firme y pausada, el salmo In te, Domine, speravi; terminada la comunión del sacerdote, dijo el versículo: "En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu" y con estas palabras entregó el alma a Dios, cuando había cumplido los sesenta y seis años de edad. De acuerdo con sus deseos, fue sepultado en la iglesia de los frailes agustinos en Valencia. Se le canonizó en 1658. En vida se llamó a Santo Tomás "prototipo de obispos", el "generoso", el "padre de los pobres" y por cierto que era todo eso y mucho más, porque estaba inflamado por un gran amor a Dios que se pone de manifiesto en su apasionada y tierna exhortación. "¡Oh, maravillosa bendición! ¡Dios nos promete el Cielo como recompensa por amarlo! ¿No es acaso Su amor mismo, la mayor, la más deseable, la más preciosa de las recompensas y la más dulce de las bendiciones? Sin embargo, hay todavía otra recompensa, un premio inmeaso para agregar al de Su amor. ¡Maravillosa bondad! Tú nos diste tu amor y por causa de ese amor nos entregas el Paraíso".
Al redactar la historia de Santo Tomás de Villanueva (Acta Sanctorum, sept. vol. V), los bolandistas tradujeron del español la biografía escrita por Miguel Salón, un contemporáneo que, tras de publicar una primera biografía en 1588, utilizó Jos datos proporcionados por el proceso de canonización para publicar un trabajo más completo en 1620. Los bolandistas publicaron también las memorias de un agustino, amigo personal del santo, el obispo Juan de Muñatones. Esas memorias aparecieron originalmente como prefacio en un volumen con la colección de los sermones y cartas de Santo Tomás que el obispo Muñatones editó en 1581. Entre las otras fuentes de información hay un sumario de los detalles del proceso de canonización que se recogieron en Valencia y en Castilla, resumen éste que también usaron los bolandistas para su prefacio y sus anotaciones. Este sumario está complementado con notas sobre los milagros y las reliquias del santo. Desde que los bolandistas publicaron su historia, en 1755, no se ha agregado nada digno de consideración al material biográfico. Hay un breve estudio de Quevedo y Villegas, así como una biografía en alemán escrita por Poesl (1860) y otra en francés por Dabert (1878). Los escritos de Santo Tomás de Villanueva han sido coleccionados, cuidadosamente editados y traducidos a otras lenguas.

jueves, septiembre 21, 2017

SAN MATEO, APOSTOL Y EVANGELISTA
Vida de los Santos de A. Bluter
Guido Reni, S. Mateo y el Ángel. Pinacoteca de Mónaco
Guido Reni, S. Mateo y el Ángel. Pinacoteca de Mónaco
(Siglo I) - Dos de los cuatro Evangelistas dan a San Mateo el nombre de Leví, mientras que San Marcos lo llama "hijo de Alfeo". Posiblemente, Leví era su nombre original y se le dio o adoptó él mismo el de Mateo ("el don de Jehová"), cuando se convirtió en uno de los seguidores de Jesús. Pero Alfeo, su padre, no fue el judío del mismo nombre que tuvo como hijo a Santiago el Menor. Se tiene entendido que era galileo por nacimiento y se sabe con certeza que su profesión era la de publicano, o recolector de impuestos para los romanos, un oficio que consideraban infamante los judíos, especialmente los de la secta de los fariseos y, a decir verdad, ninguno que perteneciera al sojuzgado pueblo de Israel, ni aún los galileos, los veían con buenos ojos y nadie perdía la ocasión de despreciar o engañar a un publicano. Los judíos los aborrecían hasta el extremo de rehusar una alianza matrimonial con alguna familia que contase a un publicano entre sus miembros, los excluían de la comunión en el culto religioso y los mantenían aparte en todos los asuntos de la sociedad civil y del comercio. Pero no hay la menor duda de que Mateo era un judío y, a la vez un publicano.
La historia del llamado a Mateo se relata en su propio Evangelio. Jesús acababa de dejar confundidos a algunos de los escribas al devolver el movimiento a un paralítico y, cuando se alejaba del lugar del milagro, vio al despreciado publicano en su caseta. Jesús se detuvo un instante "y le dijo: 'Sigúeme', Y él se levantó y le siguió". En un momento, Mateo dejó todos sus intereses y sus relaciones para convertirse en discípulo del Señor y entregarse a un comercio espiritual. Es imposible suponer que, antes de aquel llamado, no hubiese conocido al Salvador o su doctrina, sobre todo si tenemos en cuenta que la caseta de cobros de Mateo se hallaba en Cafarnaún, donde Jesús residió durante algún tiempo, predicó y obró muchos milagros; por todo esto, se puede pensar que el publicano estaba ya preparado en cierta manera para recibir la impresión que el llamado le produjo. San Jerónimo dice que una cierta luminosidad y el aire majestuoso en el porte de nuestro divino Redentor le llegaron al alma y le atrajeron con fuerza. Pero la gran causa de su conversión fue, como observa San Beda, que, "Aquél que le llamó exteriormente por Su palabra, le impulsó interiormente al mismo tiempo por el poder invisible de Su gracia".
El llamado a San Mateo ocurrió en el segundo año del ministerio público de Jesucristo, y éste le adoptó en seguida en la santa familia de los Apóstoles, los jefes espirituales de su Iglesia. Debe hacerse notar que, mientras los otros evangelistas, cuando describen a los apóstoles por pares colocan a Mateo antes que a Tomás, él mismo se coloca después del apóstol y además agrega a su nombre el epíteto de "el publicano". Desde el momento del llamado, siguió al Señor hasta el término de su vida terrenal y, sin duda, escribió su Evangelio o breve historia de nuestro bendito Redentor, a pedido de los judíos convertidos, en la lengua aramea que ellos hablaban. No se sabe que Jesucristo hubiese encargado a alguno de sus discípulos que escribiese su historia o los pormenores de su doctrina, pero es un hecho que, por inspiración especial del Espíritu Santo, cada uno de los cuatro evangelistas emprendió la tarea de escribir uno de los cuatro Evangelios que constituyen la parte más excelente de las sagradas escrituras, puesto que en ellos Cristo nos enseña, no por intermedio de sus profetas, sino directamente, por boca propia, la gran lección de fe y de vida eterna que fue su predicación y el prototipo perfecto de santidad que fue su vida.
Se dice que San Mateo, tras de haber recogido una abundante cosecha de almas en Judea, se fue a predicar la doctrina de Cristo en las naciones de oriente, pero nada cierto se sabe sobre ese período de su existencia. La iglesia le venera también como mártir, no obstante que la fecha, el lugar y las circunstancias de su muerte, se desconocen. Los padres de la Iglesia quisieron encontrar las figuras simbólicas de los cuatro evangelistas en los cuatro animales mencionados por Ezequiel y en el Apocalipsis de San Juan. Al propio San Juan lo representa el águila que, en las primeras líneas de su Evangelio, se eleva a las alturas para contemplar el panorama de la eterna generación del Verbo. El toro le corresponde a San Lucas que inicia su Evangelio con la mención del sacrificio del sacerdocio. El león es el símbolo de San Mateo, quien explica la dignidad real de Cristo; sin embargo, San Jerónimo y San Agustín, asignan el león a San Marcos y el hombre a San Mateo, ya que éste comienza su Evangelio con la humana genealogía de Jesucristo.
El relato sobre San Mateo que figura en el Acta Sanctorum, Sept. vol.VI, se halla muy mezclado con las discusiones en relación con sus supuestas reliquias y sus traslaciones a Salerno y otros lugares. Puede hacerse un juicio sobre la poca confianza que se puede poner en esas tradiciones, si se tiene en cuenta el hecho de que cuatro diferentes iglesias de Francia han asegurado poseer la cabeza del apóstol. M. Bonnet publicó una extensa narración apócrifa sobre la predicación y el martirio de San Mateo, en Acta Apostolorum apocrypha (1898), vol. II, parte I, pp. 217-262 y hay otro relato, mucho más corto, de los bolandistas. El Martirologio Romano se refiere a su martirio y dice que tuvo lugar en "Etiopía", pero en elHieronymianum se afirma que fue martirizado "en Persia, en la ciudad de Tarrium". De acuerdo con von Gutschmidt, esta declaración se debe a un error de lectura del nombre de Tarsuana, ciudad que Ptolomeo sitúa en Caramania, región de la costa oriental del Golfo Pérsico. A diferencia de la gran diversidad de fechas que se asignan a los demás apóstoles, la fiesta de San Mateo se ha observado en este día, de manera uniforme de todo el occidente. Ya en los tiempos de Beda existía una homilía escrita por él y dedicada a esta fiesta de San Mateo: véase el artículo de Morin en laRevue Bénédictine, vol. IX (1892), p. 325. Sobre los símbolos del evangelista ver DAC, vol. V, ce. 845-852.

miércoles, septiembre 20, 2017

SANTOS EUSTAQUIO Y SUS COMPAÑEROS, MÁRTIRES 
Vida de los Santos de A. Butler.
Juan Bautista Pitoni, S. Eustaquio, Palacio Rovarella, Rovigo
Juan Bautista Pitoni, S. Eustaquio, Palacio Rovarella, Rovigo
(Fecha desconocida) - San Eustaquio, figura entre los mártires más famosos de la Iglesia, venerado desde hace siglos, tanto en oriente como en occidente. Se le cuenta entre los Catorce Santos Auxiliadores, es patrono de cazadores y, por lo menos desde el siglo octavo, dio su nombre a la iglesia titular de un diácono-cardenal de Roma. Sin embargo, sobre él no se puede decir nada con certeza. Sus leyendas, sin valor histórico, relatan que era un general romano en los ejércitos del emperador Trajano, se llamaba Plácido y era muy aficionado a la cacería. Precisamente se hallaba cierta vez en persecución de alguna valiosa pieza en la soledad de los montes, cuando vio venir hacia él un gran ciervo en cuyos cuernos aparecía la figura de Jesucristo en la cruz (la misma historia se cuenta en la leyenda de San Huberto y en las de otros santos) y una voz que surgía de la aparición, le llamaba por su nombre. Se afirma que aquel prodigio ocurrió en la región italiana de Guadagnolo, entre Tivoli y Palestrina. La extraordinaria visión tuvo el efecto de convertir instantáneamente a Plácido al cristianismo. El general y toda su familia recibieron el bautismo y él tomó el nombre de Eustaquio, su esposa se llamó Teopistis y sus hijos, Agapito y Teopisto. Poco después de su conversión, Eustaquio perdió todos sus bienes y, tras una serie de infortunios, se vio obligado a separarse de su familia. En un momento crítico para el imperio, fue llamado para que se pusiera al mando de un ejército, volvieron los buenos tiempos y pudo reunirse con su esposa y sus hijos. Pero entonces, cuando el bienestar de este mundo se hallaba al alcance de sus manos, se negó a ofrecer sacrificios a los dioses durante la ceremonia que se celebró en Roma por su victoria al frente de las armas imperiales. Como consecuencia de aquella negativa, Eustaquio, su mujer y sus hijos, fueron encadenados sobre un enorme toro de bronce bajo el cual se encendió una hoguera a fin de que todos los miembros de la familia perecieran asados.
No obstante la enorme popularidad de la leyenda de San Eustaquio —como lo prueban la gran cantidad de versiones tanto en prosa como en verso—, hasta la existencia histórica del mártir es una cuestión dudosa. El culto no es antiguo ni es posible localizar su origen con precisión. Es posible que llegara del oriente, pero ya desde la primera mitad del siglo octavo, había sido adoptado en Roma. Delehaye analiza cabalmente la leyenda en el Bulletin de l'Académie Royale de Belgique, Classe des Lettres, 1919, pp. 175-210. El intento de A. H. Krappe en La Leggenda di S. Eustachio (1929) para unirla con el Dioscuri, es vano. Para la figura de. San Eustaquio en el folklore, ver a Báchtold-Staubli, enHandwórterbuch d. deutsch. Aberglaubens.

Buscar este blog